Capítulo 1 -El heredero.

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Nueve meses después de un acto innoble pero necesario, nace en Montpellier, en el palacio de Mirabais, el que es el primogénito de Pere II de Aragón y Maria de Montpellier.

Una joven de pelo castaño daba a luz a la pequeña criatura acompañada de los mejores médicos del lugar, reposando en la misma cama en la que yació con el rey.

Maria miraba la escena seria, a desgana por no ser ella la que da a luz al hijo que gobernará, aunque el resto del mundo piense lo contrario...

La señora de Montpellier rezaba por la buena salud del niño, a fin de cuentas sería "su hijo" el que saldría de ese vientre. El parto estaba siendo algo complicado, pero con ayuda de Dios, el niño empezó a asomar la cabeza, hasta que finalmente, se oyeron sus primeros llantos.

Los que estaban al rededor de la joven de pelo castaño vitoreaban de alegría, por otro lado, Maria... Solo dejo una pequeña muestra de su felicidad, dibujando una casi forzada sonrisa.

Un caballero se le acercó a Maria.

-Mi señora, son tiempos de alegría, y ese de ahí es su hijo, es el momento de anunciar el nacimiento del heredero de Aragón y señor de Montpellier.

Maria terminó asintiendo con su cabeza y aceptó su destino, así que se acercó a la criatura, a la cual cogió en brazos envolviéndolo en unas calientes vestiduras, pues el frío era notable; era 1208, un dos de febrero.

- ¿Dónde os lo lleváis?- preguntó exhausta la joven de pelo castaño. - Es mi hijo, quiero verle crecer. -suplicaba con la mirada.

-Me temo... Que la vida de este infante no depende de vos, ni tan siquiera de nosotros. Habéis ayudado a la corona y se os pagará como acordamos una gran cantidad de libras francesas. -Le explicó un caballero a la joven.

- ¡No! ¡No, por favor! -gritaba desesperada mientras estos salían por la puerta.

- ¿Ha pensado ya en un nombre, mi señora? -preguntó uno de los caballeros a Maria.

-He decidido que sea Dios quien disponga el nombre del monarca, es de mi deseo que preparéis doce cirios, cada uno con el nombre de un apóstol. El que más dure de estos será el nombre de mi hijo. -contestó decidida la señora de Montpellier, observando al recién nacido.

-Así se hará. -respondió obediente el caballero.

Al día siguiente se reunieron en la capilla del palacio un monje, Maria con el niño a sus brazos, y cuatro leales caballeros.

Los doce cirios que ordenó preparar estaban ya agotándose frente al altar, y al poco tiempo, solo uno quedaba en pié.
Se trataba del cirio de Santiago apóstol, San Jaime.

-Dios nos responde con el apóstol Santiago, es pués mi deseo que el niño, se llame Jaume. -les dijo a los presentes.

El monje cogió al heredero al trono en brazos, quien medía la longitud que había de una mano al codo a duras penas.

Con un cántico en latín y posándolo frente a una pila bautismal de piedra arenisca, este se disponía a bautizar al niño. Lo bendijo al finalizar la ceremonia que gozaba de la más noble privacidad, y se lo entregó de nuevo a "su madre".

-Arrodillaos ante el heredero de la Corona de Aragón y señor de Montpellier, Jaume. -Ordenó Maria de Montpellier. -Es mi deseo también, que le brindéis protección y se le eduque en la religión cristiana.

Los cuatro caballeros permanecían inclinados frente a la señora y el monje, dirigiendo su mirada más fiel al niño.

-Enviad una carta a mi esposo y decidle que ya tiene lo que necesitaba, y llamad a la... Mujer... Para que lo amamante mientras... -ordenó.

Así pues, evitando decir que la otra joven fue la madre, Maria ya tenía a su cargo al infante más importante de la corona. Esa misma tarde un emisario partió hacia Zaragoza, ciudad en la que residía Pere II.

-¿Que Maria ya ha sido madre y ha bautizado al niño decís? -preguntó el rey asombrado y un poco furioso al emisario, sentado en su trono.

-Esto es inaudito... Lo ha bautizado y le ha puesto nombre sin consultarme tan si quiera... -respiró hondo. -Disponed mi caballo- Le dijo a unos guardias mientras se levantaba.

-Gracias por entregarme la buena nueva, gozaréis de una buena cena y de una buena alcoba- expresó el rey.

El caballero le hizo un gesto de gratitud guardando silencio y saliendo del salón del trono. Mientras tanto, el rey Pere se quedó erguido en medio del salón, observando los ventanales de este, con la cabeza inundada de pensamientos.

La guardia real preparó carruajes para el viaje a Montpellier, con algún regalo para la criatura y su madre.

El día era claro y despejado cuando se acercaban a la frontera de la ciudad francesa.

Maria permanecía sentada en un gran salón del palacio de Mirabais, con una cuna a su derecha con el niño, y respaldada de los cuatro caballeros que juraron protección y lealtad a este.

El rey entró de golpe en el salón con su guardia y estandartes, se quedó mirando por unos instantes a la señora de Montpellier, que aguantaba su postura.

Pere dió unos pasos hacia esta con cara de felicidad, y por primera vez desde su casamiento, la hizo levantarse, y la abrazó.

Maria se sintió angustiada, los remordimientos la mataban por dentro, pero el secreto del nacimiento del niño se iría con ella a la tumba. Es por eso por lo que se dedicó a devolver el abrazo forzado y a mostrarle el niño a su majestad, el cual, lo cogió en brazos y le dió un beso en la frente.

Toda la guardia de la corona allí presente, se arrodilló ante el infante.

Más tarde, en la alcoba de sus majestades...

-Maria... ¿Has pensado ya cuantas cosas le esperan a Jaume?... -preguntó el rey mirando a la criatura.

-Sí. Es por eso que me lo llevaré a que estudie con los mejores maestros. -contestó decidida.

-¿Dónde?- preguntó el rey intrigado por la respuesta tan segura de su esposa.- Yo había pensado en una educación religiosa, así como bélica, no hay que olvidar que este niño será rey, así como de lenguas y cálculos.

-Cosas más que evidentes- Respondió Maria.

-Tengo que contaros una cosa... -le dijo el rey a la señora de Montpellier, que le miraba "sorprendida". -La corona de Aragón se encuentra en una contienda complicada en el norte de nuestro territorio...

-¿Una contienda? ¿Otra guerra? -preguntó harta Maria.

-Y importante, a parte de revueltas ocasionadas por habitantes... Esto ya tiene pinta de cruzada, la cruzada "albigense" la llaman algunos... -dijo el rey.

-Qué cosa tan absurda... -respondió su esposa mirando hacia arriba.

-No es absurdo que habitantes de un territorio organicen revueltas contra los mios, y con los franceses de su lado... Tengo que responder, es más, pronto habrá otra batalla... Todavía estamos pensando el lugar...

-Guárdate de batallas, y haz tus deberes de rey... -respondió Maria.

-Esos son por desgracia... Mis deberes de rey... -contestó Pere.

La noche iba ocupando su lugar en el cielo mostrando una blanquísima luna llena, que iluminaba tenuemente los alrededores del palacio y la ciudad de Montpellier, mientras los monarcas, que se sentían algo más unidos por el infante, dormían en su alcoba apaciguadamente, junto a este, que permanecía en una cuna al lado de la cama.

El Reino Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora