Las ovejas se mantenían en su sitio cuando el hombre de ascendencia rusa llegó hasta ellas, en su mente cargaba un gran peso por las acciones que había realizado, no podía culpar a Horacio, después de todo, no le obligó a nada. Sin embargo, no dejaba de pensar que aquello no estaba bien, no solo porque se trataba de un hombre, sino porque estaba engañando a su prometida.
Nada justificaba lo que había hecho, ni la necesidad de cercanía que sentía en esos momentos de crudeza invernal, ni la complicidad que poco a poco comenzó a sentir por Horacio.
Sus ojos, que hasta ese momento se mantenían contemplando el horizonte montañoso pudo apreciar, entre la marea blanca un destello rojizo.
- Mierda – pronunció, bajándose del caballo para poder acercarse a las ovejas, descubriendo que efectivamente sus sospechas eran confirmadas, había una muerta.
Se agachó con intenciones de poder ver al animal más de cerca, cerciorándose de que había sido mordida por un lobo. Miró al cielo despejado, el azul intenso se mantenía impoluto mientras él trataba de improvisar alguna excusa que sirviera una vez bajaran de aquellas montañas, no podían permitirse el lujo de perder ni una oveja, pero producto de su descuido, lo habían hecho.
Se pasó el resto del día allí, observando a las ovejas mientras permitía que su mente divagara, torturándose por, en su interior, estar batallando contra algo que realmente no le había desagradado.
El sol caía cuando Horacio apareció allí, de pie a su lado, sin decir una palabra. Se mantuvieron por largos minutos en un mutismo que ninguno de los dos se animaba a romper, hasta que Volkov decidió darle fin a aquel silencio.
- No está bien lo que hicimos – pronunció, intentando autoconvencerse, como si dicho en voz alta adquiriera un carácter más real.
- Solo estamos nosotros aquí – las palabras de Horacio resonaron en su mente.
- Sabes que yo no soy así.
- ¿Y qué? ¿acaso importa?
Desde su juventud, el joven de cresta tenía muy clara su situación, en un mundo donde las personas como él no eran aceptadas, debía tener mucho cuidado, pero allí, en el medio de la montaña, donde nadie les veía ¿Cuál era realmente el riesgo de sucumbir a los deseos?
Al llegar la noche se dispusieron a hacer una fogata, como cada noche desde que habían llegado allí, pero esa era distinta, sobre ellos se encontraba aquella tensión latente que ninguno de los dos quería dejar pasar, a pesar de que uno más que el otro se encontrara reticente a aceptar lo que le sucedía.
Horacio se metió a la carpa dispuesto a resignarse al no ver ningún tipo de movimiento de parte de Volkov, quizás había presionado demasiado.
Sus pensamientos se hicieron a un lado cuando por la abertura de la tienda visualizó el sombrero de su compañero, y poco tiempo después, la figura de Volkov se adentraba allí, donde él estaba.
El moreno no tardó en responder a lo que los ojos de Volkov pedían a gritos, no estaba seguro si aquel giro de los acontecimientos tenían que ver con la curiosidad del más alto, el morbo, o realmente sentía aquella atracción que Horacio había sentido desde el primer momento. No le importó, apreciaría ese momento sin hacerse tantas preguntas.
La palma de Horacio fue a parar a la mejilla de Volkov sintiendo su fría piel, sus ojos conectaron por un momento y poco a poco fueron acercando sus rostros hasta que sus labios se tocan con necesidad, saboreando el gusto amargo del alcohol.
- Lo siento – susurró Volkov, sintiendo la culpa de sus palabras.
- Tranquilo, no pasa nada – le tranquilizó Horacio, dejando nuevamente que su boca tome el control.
Ambos se entregaron al placer, permitiendo que este los guíe, deshaciéndose de sus ropas para poder disfrutar del estar piel contra piel, sentirse uno al otro hasta que sus cuerpos entren en calor, dejando que el manto de la noche y el silencio de las montañas guardara su secreto.
A la mañana siguiente, las palabras dichas por Volkov el día anterior habían quedado atrás, lo primero que distingue al abrir los ojos es el rostro del moreno, quien poco a poco abre sus ojos, permitiéndole así disfrutar de la extraña coloración de sus iris.
- Buenos días – susurra, comenzando a levantarse para enfrentar el nuevo día.
- Buenos días – devuelve Horacio haciendo lo mismo con una sonrisa, esperaba que Volkov negara lo sucedido como la mañana anterior, pero aquello no había sucedido y eso generaba algo cálido en su pecho.
Por la mañana realizan las mismas tareas de siempre, solo que esta vez algo había cambiado entre ellos, se notaba en su complicidad, en su sonrisa, en esa forma que tenían de bromear y corretear por el lugar.
Todo marchaba con total normalidad, si no fuera porque alguien más les estaba observando desde lo lejos.
Durante esa época del año, las tormentas no eran extrañas, a pesar de que el día se había presentado sin nubes, durante la tarde estas comenzaron a aparecer. Negros nubarrones transformaban la claridad, dejando apenas luz, los truenos comenzaron a escucharse y sin previo aviso, grandes granizos caían, dando cuenta del frio que allí imperaba.
Horacio y Volkov se apresuraron a meterse dentro de la carpa procurando que ninguna de las grandes piedras los alcanzara.
- Las ovejas se irán si no voy a por ellas – gritó Volkov para que Horacio le escuchara.
- Estás loco si piensas ir – respondió este, mientras veía como aquellas piedras chocaban sin cesar contra la carpa y el piso.
Finalmente Horacio pudo hacer razonar a Volkov, salir con un clima así no era algo posible de hacer sin terminar herido en el camino. Ambos sabían que al mantenerse al resguardo, dejando al rebaño a su suerte era algo arriesgado, su trabajo peligraba, pero era mucho peor si alguno de los dos terminaba herido.
A la mañana siguiente el cielo nuevamente se había despejado, dejando poco rastro de lo que había sido la noche.
El dúo de vaqueros se levantó apresurándose en cabalgar hasta donde las ovejas se encontraban la tarde anterior, encontrándose con un caos que no esperaban. Eran muchas las ovejas, que producto de la tormenta, se habían mezclado con otras pertenecientes a alguien más, que también se encontraban pastando en aquella montaña.
- ¿Qué haremos ahora Horacio? – Cuestionó Volkov.
Si bien la noche anterior dejar las ovejas a su suerte había sido la mejor opción, no podía evitar reclamarse por aquel inconveniente. Sabía que ante una situación así no había nada que hacer, pero también sabía que aquello era su responsabilidad.
- Supongo que debemos ir y separarlas una a una – respondió mientras bajaba del caballo.
Volkov observó la figura de Horacio, centrándose en su sonrisa de lado y aquellos ojos que estaban volviéndose hipnotizantes para él.
¿Qué tenía Horacio de especial? Se preguntaba constantemente.
Quizás era su forma de actuar despreocupada lo que tanto le intrigaba o tal vez tenía que ver con que habían pasado demasiado tiempo juntos y en soledad. No lo sabía, pero aquello estaba empezando a inquietarle.
![](https://img.wattpad.com/cover/347035957-288-k675175.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Secreto en la montaña - Volkacio
FanfictionLas montañas guardarán su secreto, como si ese amor nacido en aquellas tierras nunca hubiera existido. Adaptación de la película