Capítulo 5: Un lugar de ensueño

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Hay miradas que esconden una gran tormenta y sonrisas que ocultan tempestades

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Hay miradas que esconden una gran tormenta y sonrisas que ocultan tempestades.

Blair podía ser una maleducada y una borde, pero cuando salió del baño que compartíamos vestida con un pantalón corto y una camiseta de AC/DC supe que no estaba bien. Yo también había usado esa misma táctica tras el accidente. Había querido mostrarme fuerte, entera, que podía con todo aunque en realidad estuviera en la mismísima mierda. Todo había sido tan doloroso que incluso en mis sueños seguía repitiéndose en bucle.

Ya no podía ni siquiera mirarme al espejo sin sentir asco. Me había convertido en un monstruo.

Por eso no me sentía lista para volver a subirme a un caballo. Aún extrañaba a Relámpago, el semental que me había acompañado durante tantos años. No estaba preparada para sustituirlo, no tan pronto. Sentía que lo estaba traicionando.

Puse el marcapáginas en la novela policiaca que estaba leyendo porque gracias al rumbo de mis pensamientos no me estaba enterando de nada y, además, había sido ver a Blair y quitárseme las ganas de estar ahí. No nos llevábamos bien, era un hecho. Cada vez que estábamos las dos solas en entre esas cuatro paredes me faltaba el aire, como si me ahogara, su mirada juzgadora me quemaba por dentro.

Ese había sido mi mayor miedo al mudarme a Ravenwood: no encajar. No es que en mi otro instituto fuera una chica inadaptada, pero aun así me aterraba empezar de cero.

Dejé el libro en la estantería desnuda —como equipaje solo había llevado un par de novelas que tenía pendientes por leer. El resto me las enviaría Tía Adele a lo largo del curso—, me levanté de la cama y empecé a calzarme. Había leído que los alumnos podían pasarse por las instalaciones de sus respectivas actividades extraescolares incluso en fin de semana. Así que iba a darme una vuelta por el club de hípica del internado.

Blair hizo una mueca al verme, aunque casi siempre iba con esa cara avinagrada que tenía. ¿Sería su marca personal?

—¿A dónde vas, gatita?

Puse los ojos en blanco al escuchar ese apelativo, pero lo ignoré por el bien de las dos.

—¿Te importa? —pregunté, en cambio, al mismo tiempo que me ajustaba la camiseta deportiva blanca con un estampado floral en el pecho.

—Para nada.

—Pues eso.

Saqué del armario la pequeña mochilita color crema que me acompañaba fuera a donde fuera,  guardé las llaves, la cartera y el teléfono móvil y me la colgué de los hombros, lista para explorar. Al abrir la puerta para salir, me encontré con el mismo chico al que había visto en pelota picada. Axel, si mal no recordaba. Tenía la mano derecha en el aire, cerrada en un puño. Esbozó una sonrisa al verme.

—Lena, qué bien te veo.

Señalé el interior.

—Blair está dentro. Está de muy mal humor —le avisé.

Como estrellas fugacesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora