En un pequeño pueblo aparentemente tranquilo, una serie de misteriosos asesinatos perturban una vez más la paz de sus habitantes. Rosemary, una joven con un pasado oscuro el cual intenta dejar atrás, se ve obligada a volver años después con la tarea...
Temprano por la mañana, la calle Neibolt seguía tan desolada como siempre, pero ahora una nueva mansión se alzaba donde antes solo había ruinas. La casa, una estructura victoriana de tonos apagados y una fachada que parecía devorar la luz del sol, proyectaba una sombra ominosa que cubría el suelo como un presagio. Los ventanales altos, ocultos tras gruesas cortinas de terciopelo, se mantenían sellados como párpados cerrados, rechazando el día. A su alrededor, una cerca de hierro forjado delimitaba la propiedad, sugiriendo que aquel lugar no estaba destinado para visitas casuales.
Abigail llegó como un susurro en el viento, su presencia tan discreta como la niebla que envolvía la calle. Se detuvo frente a la reja de hierro forjado, acariciando con la mirada las puntas afiladas que parecían susurrar advertencias. Con un movimiento rápido, apagó su cigarrillo en el frío metal, y lo arrojó entre las malas hierbas que crecían salvajes junto al camino, como si aquel gesto rebelde marcara su llegada.
Caminó hacia la puerta de entrada, su taconeo resonaba en el porche recién renovado. Al llegar, levantó la mano y tocó el timbre, cuya campanilla sonó con un eco apagado dentro de la mansión. Mientras esperaba, sus ojos se pasearon por el entorno, notando los girasoles gigantes que aún inclinaban sus cabezas en un rincón del jardín, como un vestigio del pasado que se resistía a desaparecer.
Cuando el dueño de aquel abrió la puerta, su rostro se iluminó con una sonrisa que parecía desentonar con la grisácea mañana.
—Abigail —dijo él, extendiendo una mano hacia ella, su voz cargada de una calidez que parecía casi artificial—. Es un placer verte esta mañana.
—Parece que te has acomodado bien en tu nuevo traje... Aunque no sé si decir que te queda bien o si ya estás pasado de moda.
Su mirada crítica recorrió su atuendo, con una mezcla de burla y aprobación. El traje antiguo, oscuro y ajustado, parecía anacrónico, como si él fuera un eco de otro siglo que se resistía a morir.
—Los clásicos nunca fallan, querida —replicó él con su usual ironía—. Aunque debo admitir que el tiempo ha sido más amable contigo que conmigo.
Abigail rio entre dientes y sacó otro cigarrillo, encendiéndolo con un encendedor plateado que reflejaba el tenue brillo del sol matutino.
—Bueno, al menos aún tienes algo de cabello. Eso ya es un logro para alguien de tu... larga trayectoria. —Su mano se elevó ligeramente hacia las entradas en su frente, insinuando con un gesto burlón el paso del tiempo.
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Poe su parte él se unió a la risa con un susurro oscuro, y se pasó una mano por el cabello, como si realmente le importara la observación.
—Digamos que la edad tiene sus ventajas —respondió con satisfacción—. Este cuerpo puede no ser joven, pero ha aprendido algunos trucos nuevos.
