viaje

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Me desperté junto a Solovino en la cama del hotel, todavía sintiéndome confundido por todo lo que había sucedido el día anterior. Aunque había compartido mi verdadera identidad con él, aún me preocupaba cómo seguiría el viaje. Decidí hablar con Mariana y contarle todo lo ocurrido.

Llamé a Mariana y le relaté toda la experiencia que había vivido con Solovino. Le confesé que, a pesar de sentirme incómodo, había decidido cumplir con el contrato y actuar como Ana, aunque no me gustara la situación. Mariana me escuchó atentamente y me brindó su apoyo, recordándome que debía cuidar de mí mismo y que siempre estaría allí para respaldarme.

Cuando terminé la llamada, Solovino se despertó y sugirió que nos bañáramos juntos para fortalecer nuestra conexión como pareja. A pesar de que no estaba de acuerdo, acepté a regañadientes para no generar conflictos. Pero en mi interior, seguía sintiendo que era una situación forzada.

En la ducha, Solovino enjabonó mi espalda con una intimidad que me hacía sentir incómodo. A pesar de sus buenas intenciones, no podía evitar sentirme invadido. Luego, me pidió que yo lo enjabonara a él, y lo hice con reserva, tratando de mantener cierta distancia emocional.

Después de la ducha, nos cambiamos de ropa. Solovino lucía un atuendo elegante pero casual, con una camisa de cuadros y unos pantalones de lino. Yo opté por una blusa estampada y unos pantalones ajustados que me hacían sentir más cómodo en mi feminidad.

Cuando subimos al coche, traté de comportarme como una dama, como se esperaba que lo hiciera Ana en esta actuación. Solovino también actuó como un caballero, abriendo la puerta del coche para mí y asegurándose de que estuviera cómoda antes de iniciar nuestro viaje.

A medida que avanzábamos, el paisaje pintoresco me atrapó y comencé a disfrutar del viaje. Poco a poco, me permití relajarme y disfrutar del momento presente. Aunque seguía actuando como Ana, encontré pequeños momentos de felicidad en la experiencia.

Incluso empecé a ver a Solovino de manera diferente. Su caballerosidad y amabilidad me resultaron atractivas, y a medida que compartíamos más tiempo juntos, me di cuenta de que tenía cualidades que podían ser admiradas. Comencé a verlo más allá de la imagen ficticia de una pareja y a valorar su compañía como amigo.

Cuando llegó el momento de desayunar, decidimos detenernos en un acogedor restaurante. Solovino me ofreció su brazo mientras caminábamos, y aunque al principio me sentí tímido, me permití aceptar su gesto caballeroso.

Durante el desayuno, nuestra conversación fluyó con naturalidad. Hablamos de nuestras pasiones, nuestros sueños y nuestras experiencias de vida. Me di cuenta de que, a pesar de las circunstancias peculiares en las que nos conocimos, compartíamos muchas cosas en común.

La conexión entre nosotros se fortaleció, y ya no nos sentíamos como dos extraños forzados a actuar como pareja. Nuestra amistad creció y empecé a sentir una nueva confianza en mí mismo. Decidí dejar de preocuparme por cómo me veían los demás y simplemente disfrutar del viaje y de mi propia feminidad.

Aunque el camino hacia la autenticidad aún era largo y desafiante, sentía que este viaje con Solovino me había enseñado una valiosa lección: aceptarme tal como soy y abrazar mi verdadera identidad, sin importar las expectativas externas.

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