1 | El camerino

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(Narración: Jimin)

Las mentiras dan problemas

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Las mentiras dan problemas.

Además, en mi caso, las pocas veces en las que he tenido que decir alguna después me he sentido muy mal. Hasta que ocurrió el incidente del camerino y se convirtieron en mi única solución. Aunque reconozco que fue una solución que puso patas arriba mi vida.

Trabajo en el área de administración de una empresa de entretenimiento, en un edificio enorme que se dedica a formar y apadrinar actores. Suena divino, ¿verdad? Y, sí, lo sería si yo no fuera el último dentro de la fila de los últimos. Vamos, lo que lo viene a ser el último supremo: el becario.

Una de mis tareas es hacer fotocopias. Muchas fotocopias. También reciclo papel. Mucho papel. Reparto cafés y desayunos a montones porque la gente allí come como si tuviera una aspiradora en el estómago. A parte, recojo el correo, llevo la ropa a la tintorería y me encargo del material de oficina. Lo último, aunque no lo parezca, es lo más difícil.

Si llevo una pluma azul piden la negra. Si les doy la negra resulta que necesitan la roja. Si me anticipo y se la ofrezco, tal parece que ese día prefieren la verde. Y lo mismo aplica para las puntas: punta fina, punta gruesa, tipo rotulador, gel, líquido... Parezco el dependiente de una papelería con tantas cajas diferentes en mi pequeño cubículo de la esquina y tantos tipos de cartulinas, dosieres, plásticos con agujeros, sin agujeros, solapas, carpetas y demás.

Ya no suena tan bien, ¿verdad?

Pues ahí no queda la cosa, no.

Mi sueldo es pequeño de modo que a duras penas consigo pagar los gastos de la casa que comparto con mis dos amigos. No puedo comprarme un coche así que me he convertido en el rey absoluto del "corre, que pierdes el autobús" y en el líder omnipotente de aporrear puertas cuando los conductores cierran y no me dejan subir.

Y luego está la ropa. Tengo un modesto armario creado a base de prendas de segunda mano que he ido adquiriendo en la tienda de los vecinos de mis padres. Por cierto, con ellos no me llevo mal pero me llevaría mejor si no estuvieran recordándome mañana, tarde y noche la importancia prosperar en el plano laboral.

—Park Jimin, deja ese trabajo. —Cuando mi madre se enfada, suele referirse a mí por el nombre completo, como si eso la invistiera de autoridad—. Tienes veinticinco años, buena presencia y una carrera de empresariales. ¿Por qué insistes en ser un simple sirviente?

A eso nunca le respondo. No puedo decirle que no me veo en un puesto de ejecutivo, repeinado y con traje, mirando la curvita de la bolsa de inversores que parece un electrocardiograma porque le daría un infarto. Y menos que el principal motivo de que me haya quedado como becario sea mi sueño de convertirme en actor.

Me apasiona la idea de trasformarme en otra persona, de vivir una historia diferente a la mía, y fuera de la administración, hay aulas donde dan clase y camerinos repletos de cosas para caracterizarse de la forma en la que uno quiera. Es el lugar perfecto para aprender si eres un pobretón como yo que no puede pagarse la inscripción y también para dejar volar la imaginación un rato. Un rato que dura hasta que Min Yoon Gi, el CEO y dueño de todo aquello, aparece por el pasillo con su séquito de guardaespaldas.

Uf; el jefe.

Decir que lo odio es decir poco.

Él es, sin duda alguna, el horror que amarga la comodidad de mis días.

—¡Qué están viendo mis ojos!

Eso es lo que grita nada más llegar. Ni buenos días, ni hola ni nada. Maleducado es una palabra que se le queda corta.

—¿La planta de la ventana tiene la tierra seca? —Sus ojos oscuros se clavan en el primer infeliz que encuentra—. ¡Tu! ¡Riégala ahora mismo! ¿No respetas a los seres vivos? ¿No te importa el planeta? ¿El sistema solar? ¿El universo? ¿Las flores? ¿Los peces? ¿Los animales terrestres? ¿Las aves? ¿Las hormigas?

Maleducado e histérico. Porque, ¿el sistema solar? Y, ¿las hormigas? ¿En serio?

—¿Y este desastre qué?

Su atención se centra en la estantería donde se guardan las carpetas de los actores.

—A... C... J... —lee las siglas—. ¿B? —Se vuelve de nuevo al primero que pilla—. ¿Quién ha puesto la B después de la J? ¿No os ha enseñado el abecedario en la escuela?

Maleducado, histérico y prepotente.

—¿Pero dónde piensan que están? —Procede a examinar las mesas—. ¿En un basurero?

Pasa el dedo por alguno de los escritorios y, claro, como es normal, el polvo de un sacapuntas o de las astillas de los papel se le queda pegado.

—Sí, es un basurero —concluye—. ¡Mi empresa es un basurero! —resopla—. Limpien todo. Lo quiero ordenado. Reluciente. Impecable. Impoluto.

Maleducado, histérico, prepotente y obsesivo. Se carga encima un buen un compendio de virtudes.

—¡Y lo quiero ya! —Se encierra en su despacho de un portazo—. ¡En diez minutos! ¡No! ¡En diez no! ¡En cinco!

Casi lo olvido: también es impaciente.

De verdad, no puedo con él. No puedo. Ese tipo que viste trajes de marca cara, mocasines aún más caros y que lleva el cabello oscuro peinado hacia atrás sin que se le mueva ni un solo mechón, tiene una apariencia exquisita pero es absoluta y completamente insoportable.

¿He dicho ya que no lo aguanto?

Cada vez que le veo se me sube la bilis a la garganta y me da ansiedad. Por eso le evito. Y, la verdad, me ha ido muy bien porque creo que soy el único de la administración al que no ha visto nunca. Hasta que llegó el día del camerino.

Recuerdo que acababan de traer un set para una sesión de fotos que patrocinaba una importante firma de joyas. Soy muy curioso así que me metí a ver el muestrario a hurtadillas, no me pude resistir a la elegancia de aquellos trajes oscuros que parecían de seda y me probé uno. Me quedó perfecto y aún se vio mejor cuando me colgué un collar y me coloqué una peluca de tono cobrizo que me cubrió a la perfección el cabello rubio.

No parecía yo y el cambio me resultó tan impresionante que quise guardarlo como recuerdo. Saqué el móvil. Fotografié la imagen del espejo desde diferentes ángulos. Retrocedí para retratarme de cuerpo entero. Fue entonces cuando me choqué con el trípode de una cámara profesional y la tiré.

¡Ay, madre!

Por supuesto, me agaché a recogerla pero no me dio tiempo a nada. Detecté los carísimos mocasines de Min Yoon Gi delante de mí y me quedé sin respiración.

Oh, no.

La palabra "despedido" apareció en un rótulo luminoso y parpadeante en mi cabeza e, instantes después, mi demonio interior se me figuró sentado en el hombro, al estilo de las películas, con cuernitos y rabito rojo incorporado.

"Invéntate algo. Lo que sea. No puedes permitir que te eche".

 No puedes permitir que te eche"

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UNA MENTIRA PERFECTA 《YoonMin》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora