Trato.

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Crowley nunca pensaría en él como una persona responsable o alguien con una meta y planes fijos para su vida. Le gustaba vivir el momento, decidía conforme a la marcha y evitaba preocuparse por cualquier problema fuera mínimo o no y bueno, hasta ahora en sus plenos 30 años le había funcionado bastante bien hasta que se dio cuenta de que el exceso empezaba a consumir su vida más de lo que esperaba, podría ser todo lo que se les pueda ocurrir, pero a pesar de todo, hasta alguien como él sabía cuando tenía que parar y establecerse por su bien y por el bien de su bolsillo. Por lo que realmente fue una sorpresa el haber sido aceptado en Heaven&Hell Company, una gran empresa con un gran prestigio, Crowley se había postulado casi como una broma creyendo que jamás escogerían a alguien como él, con su gran historial laboral, hacía un poco de todo y eso era una gran ventaja, su desventaja era a raíz de que no había durado lo suficiente en ninguno de esos trabajos. Pero cuando recibió la llamada de recursos humanos y el gran puesto de Gerente (aunque él esperaba conformarse con ser un conserje si ellos se lo pedían), por un momento creyó que alguien le estaba jugando una mala broma, claro que tenía experiencia en eso, alguna vez trabajó para una agencia de marketing y unas cuantas cosas relacionadas, se le daba bien interactuar con la gente y persuadirla, solo que no se creía lo bastante profesional como para manejar un departamento completo. Un gran alivio fue saber que alguien más lo estaría asesorando hasta que pudiera cumplir con sus tareas por completo y casi creé en los milagros cuando apareció Aziraphale, a simple vista podía saber que era una gran persona, amable, accesible y, sobre todo, paciente, tenía mil aspectos positivos más, aunque a Crowley principalmente solo le importaban esos.

Al pasar los días de su primera semana podía comprender por qué estaba ahí, personas muy difíciles de tratar, todos eran una versión de él un tanto más calmada. Fue más que fácil para él calmarlos lo suficiente. Aunque no dejaba de sorprenderse cada vez más de su compañero gerente y el cómo había sobrevivido tanto tiempo manejando a dos grandes departamentos como estos sin matarse en el proceso. Sin duda alguna subestimó a Aziraphale y sus habilidades, cualquiera lo hubiera hecho, en una sola semana de conocerlo podía apostar, saber como era su vida y su rutina día a día, alguien demasiado tranquilo, hecho a la antigua. Sus ropas y su forma de ser lo gritaban desde lejos, él llevaba una vida más que tranquila y eso a Crowley lo tentaba, quizá tener un amigo así podría ayudarlo a acomodar un poco su vida si es que él en el proceso no desacomodaba la suya, un plan riesgoso, sabía que no podía confiar ni en él mismo.

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A veces odiaba tener razón, no pudo evitarlo y aquí estaba, viendo a Aziraphale acabar con un litro tras otro.

¿Se sentía arrepentido? No, ¿Se estaba divirtiendo? Sí.

Era sorprendente ver lo que el alcohol hacía con la gente, en este caso, el pulcro Angelito se estaba soltando. Su cabello estaba empezando a desordenarse más, el saco un poco más abierto y su moño estaba dejando su posición perfectamente alineada para hacerse más de lado. El tímido Aziraphale estaba siendo reemplazado por una nueva versión, el cual estaba rodeado de muchas personas, charlando alegre.

Crowley no pudo evitar estirar sus comisuras en una gran sonrisa cuando lo invitó a que ambos chocaron sus tarros (que en realidad no estuvieron ni cerca de atinarle) en celebración por el comienzo de una nueva amistad.

Cuando Crowley empezó a notar que las mejillas del contrario empezaban a teñirse de un rojo intenso por el alcohol, decidió que era momento de hacer una pausa.

-Muy bien Angelito, es hora de irnos-Aziraphale formó un puchero en desaprobación ante la idea-no me veas así o te arrepentirás, estoy dándote la oportunidad de llegar a tu casa ahora.

Aziraphale desafiante, no retrocedió ni un poco en su postura, mirándolo fijamente a través de sus lentes oscuros. Crowley era tan débil ante la idea de divertirse, por lo que perdió la batalla contra aquellos ojos azules, tan azules como el cielo, que no quería admitir, pero lo intimidaron un poco.

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