Capítulo 10 - Soñando lo imposible

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La palmera descansaba tranquilamente en su cilindro protector. Sus hojas eran de un suave verde que combinaban con la pequeña parcela de césped que se encontraba debajo. Casi podías oler su refrescante brisa, sus frescos y ventosos dedos acariciaron tu pelaje. Apoyando la cabeza sobre tus manos, los codos presionaron los costados de tus rodillas mientras se sentaban con las piernas cruzadas, contemplaste la palmera. De vez en cuando tu cola se movía detrás de ti.

Cada vez que cerrabas los ojos por más de un parpadeo, podías ver el anterior mundo. Cómo la hierba cubría todo el suelo, los árboles y las flores crecían por todas partes. Las aguas del océano brillaban con su color azul, salpicando contra las arenosas playas. Animalitos y criaturas de todo tipo correteando por ahí. Estas cosas llamadas Chao recogiendo fruta y charlando entre ellas.

Todo traía una sonrisa a tus labios.

Pero siempre se iba demasiado pronto.

Tus ojos se abrieron, y todo lo que quedaba era el singular árbol, permanentemente solo. Su vida estaba confinada dentro de una cúpula de cristal, siempre mirando hacia afuera, y nunca recibiendo el verdadero amor que se merece. Claro, era lo más importante para la rebelión, pero nadie se tomaba el tiempo para estar con ella.

Excepto tu.

Principalmente por el hecho de que te marginaron mucho de las misiones.

Exhalando por la nariz, levantaste la mirada hacia el árbol. Tus orejas bajaron en empatía. Sabías lo que era ser importante, pero que rara vez te dieran tiempo. Levantándote, diste un par pasos hacia el protector vidrio y tiernamente colocaste tus garras de metal sobre el frágil domo. Con tristeza, miraste fijamente tu garra metálica mientras presionaba suavemente contra el cristal.

No podías sentirlo.

El cristal fresco.

El tacto.

Deslizando tu mano metálica hacia abajo, te estremeciste ante la ráfaga electrica que rápidamente se disparó a través de tus nervios. Sacudiéndote, cerraste los ojos, concentrándote en tu mano. Querías sentirlo. El cristal. Estabas cansada de tener solamente la mitad de los sentidos que los demás. Solo una mano podía sentir y tu oreja rasgada solo hacía la mitad del trabajo que antes. Tampoco ayudaba que tu brazo reemplazado fuera el dominante.

Tu garra metálica se cerró en un puño apretado contra el cristal. Las lágrimas pincharon la comisura de tus ojos mientras apretabas los dientes, ya que no podías sentir nada más que tus pensamientos que se hacían más y más fuertes. Tu respiración se aceleró, tu corazón comenzó a latir con fuerza en tu pecho. Tu cola colgaba sin fuerzas, tus orejas se presionaron firmemente contra tu cabeza cuando la colocaste contra el vidrio. Cerrando los ojos, sollozaste en tus pensamientos.

Tu eres fuerte. Estas bien.

"Bicho raro"

"Lisiada"

"Perdedora"

"¿Cómo eres tan positiva?"

"¡No puedes pelear!"

"Ella no es de ayuda"

La cabeza palpitante, el corazón acelerado, los pulmones sin aliento, te sentiste fuera de control. No podías controlar el temblor de tus manos, la electricidad constantemente paralizaba tus nervios. Agarraste tu camisa por encima de tu corazón en cuenta regresiva, tus pulmones eran el cronómetro, tus ojos se abrieron de golpe, dejando escapar algunas lágrimas dispersas. El mundo giraba a tu alrededor, el suelo parecía estar mucho más lejos que antes, haciendo erizar tu pelaje.

Cerrando los ojos con más fuerza, sacudiste la cabeza, frotando tu frente contra el vidrio, mientras las palabras te derribaban.

"¿Y si el mundo era peor antes?"

"No estás lista"

"Patética (T/A)"

"¿Qué pasa si pierdes?"

Tu mano enguantada arañó tu cabeza, tratando de silenciar las voces. Constantemente discrepabas con ellas, pero nunca escuchaban.

¿Por qué no escuchan?

Con las rodillas dobladas, tu mano metálica se arrastró hacia abajo del cristal, procurando conscientemente no dejar una marca. Aterrizando de rodillas con un ruido sordo, te acurrucaste en una bola, alejando de mala gana tu mano metálica del vidrio, acompañada de una descarga. Tu brazo metálico perforó en busca de tu corazón mientras tu mano normal tiraba de tu cabeza. Para consolarte, tu cola se enroscó a tu alrededor.

El mundo te estaba aplastando lentamente.

Todo estaba frío y oscuro.

Con los ojos llorosos, alzaste la mirada hacia el árbol, mostrando los dientes por el dolor. Tus ojos inspeccionaron la palmera con desesperación. Analizaste cada hoja como si pudiera arreglarte.

Pero no pudo.

El tiempo debe haberse detenido cuando tu acelerado corazón comenzó a ralentizarse, tu respiración siguió su ejemplo. Mirando hacía el árbol, una especie de serenidad se poso sobre ti como el ala de un ángel. Subconcientemente, tu cuerpo se desenrolló, volviendo a su estatura cruzada original. Con las orejas levantadas, tus últimas lágrimas restantes cayeron.

Cerrando los ojos, tomaste una respiración profunda y la sostuviste por unos segundos. Soltando la bocanada de aire con fuerza, te quedaste quieta y aclaraste tu mente.

En tu mente en blanco, el singular árbol se alzó.

Solo.

Aislado.

Pero lentamente, uno por uno, más árboles aparecieron. El césped rodeaba suavemente cada árbol, la suculenta hierba verde era acompañada de alguna que otra flor. Sobre las múltiples colinas, desde muy lejos, podías ver el brillante océano azul. El sol resplandecía con su luz más brillante, iluminando el alegre cielo azul que no tenía ni una nube en el cielo. Mientras mirabas hacia el sol, imaginaste que por la noche su luz se volvería más suave para permitir que las estrellas ocultas brillaran en las constelaciones.

Recostándote, sentiste la sedosa hierba acariciando tus dedos, cosquilleandote en las palmas de las manos. Moviste tu dedo, alcanzando lentamente la tierra debajo del pasto que se sentía suave y fresco. Con los ojos muy abiertos por la sensación, te sentaste y sostuviste ambos brazos frente a tu rostro. Una sonrisa se dibujó en tus labios mientras tus dos brazos originales estaban allí. Normales e ilesos. Al sentir arriba de tu cabeza, sentiste ambas orejas, sólidas.

Moviendo las orejas hacia un lado, escuchaste un par pasos crujiendo la hierba, aproximándose a tu figura sentada. Mirando hacia un lado, reconociste las botas negras y plateadas que estaban a tu lado. Al mirar hacia arriba, te encontraste con los suntuosos ojos azules de Nine. Sus sincronizadas colas metálicas se balanceaban como una mientras te daba una pequeña sonrisa. Su mano se extendió hacia ti. Al tomar su mano, el zorro fácilmente te puso de pie. Lentamente, comenzó a llevarte por las verdes llanuras de tu imaginación, girando contigo al ritmo de una canción insonora. Sus pasos coincidían con los tuyos con facilidad, sin necesitar el compás de la canción, sino los latidos de tu corazón. Cuando te hizo girar por última vez, te detuvo frente a él, de espaldas a él. Su mano señaló al cielo revelando las estrellas recién iluminadas, pequeños puntos que se conectaban para revelar las constelaciones de todo tipo de animales. Tu cola se movía de alegría.

Y sonreíste.

Al abrir los ojos, te encontraste con la vista de la palmera. Tu corazón bailaba a un ritmo lento, tus pulmones se adaptaron fácilmente al ritmo del aire. Balanceándote de lado a lado con la canción invisible, tarareabas su desconocida letra. Su melodía era pegadiza y memorable, ya que te atrapaba en un estado relajado y soñador.

Juego de Supervivencia - Nine x Lectora | Sonic PrimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora