CELOSO

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Spreen se despertó de golpe, la ausencia de Roier lo alertó pasados al menos 10 minutos de no sentirlo en la cama. Sus sentidos se agudizaban cuando él desaparecía de su lado y siempre salía la bestia que estaba dentro suyo, golpeteando el pecho con fuerza, desde dentro, para decirle que lo necesitaba.

Estaba intentando entrenarse, tenía largas conversaciones consigo mismo acerca de sus sentimientos por él y que no era justo que tuviera que seguirlo a todos lados como un perrito faldero. Pero era difícil.

La idea de alejarse de él lo hacía enojar, su bestia interna arañaba con fuerza sus pensamientos y escuchaba claramente los gruñidos ensordecedores que lo orillaban a ir detrás suyo. Y esto mismo le ordenó caminar por la casa hasta encontrarlo.

Ahí estaba, en su jardín, plantando enormes hortensias color azul, su color predilecto. Roier buscaba traer a la casa que ahora compartían cosas que pudiera apreciar, pero también tenía una sección con flores rojas, que eran su color característico.

Habían pasado ya seis meses desde que juntos presenciaron el "nacimiento" de una nueva personalidad suya, el oso que no medía las consecuencias de sus actos y vivía sólo para proteger a Roier, siguiendo sus pasos, obedeciendo lo que le pedía, siendo suyo y a su entera merced.

Spreen, por el contrario, odiaba que sea tan moldeable a sus peticiones. Él, quien siempre había vivido su vida sin reglas, sin necesitar a nadie, sin seguir ordenes de nadie, ahora debía acostumbrarse a seguirlo a todas partes o al menos mirarlo hacer sus cosas desde lejos para que la bestia no enloqueciera buscándolo.

Las cosas no fueron tan caóticas como lo pensaron. Roier accedió a vender su casa en el pueblo y regalar sus cosas a quienes les tenía más aprecio, sus amigos no entendían mucho de la situación, porque había permanecido hermético a los chismes (cosa difícil para él), pero eventualmente todos entendieron sus motivos a medio contar, haciéndolo prometer que los visitaría constantemente o que no se perdería por ahí sin regresar.

Desde entonces las cosas para Spreen no fueron tan malas, tenía quien le ayudara a las tareas del hogar o llenara de ruido el lugar con la música que reproducía a un volumen considerable, bailando y tarareando por ahí, aprendiendo a cocinar nuevas recetas o encontrando nuevos hobbies que siempre se le quitaban cada 2 meses.

Su afición del mes era la jardinería y teniendo tanto espacio de donde tomar, no se limitó en la plantación de todo tipo de vegetales, árboles frutales y flores de temporada. Se dedicó a mirarlo ahí, absorto en sus pensamientos, mientras tarareaba una nueva canción que escuchó hace semanas, su ecolalia era bastante fuerte y se distraía repitiendo lo que le gustaba escuchar. A Spreen le gustaba escucharlo, aunque nunca se lo aceptaría.

Desde la última vez que lo besó hace seis meses (realmente fue mientras Roier dormía), no hicieron nada más, se veían como amigos cercanos que compartían el mismo espacio, pero Roier coqueteaba gran parte del tiempo, lo normal en su personalidad, y él no tenía la intención de hacer avanzar las cosas, por más que lo reflexionara.

Aunque compartían varios lenguajes de amor que parecían siempre cobrar más peso entre ellos. Los actos de servicio, las palabras de afirmación y los regalos no faltaban, ambos hacían cosas por el otro, se recordaban que se necesitaban para funcionar y las flores que Roier plantaba en el jardín habían sido todas obsequiadas por él.

Pero seguían sin pensar en que había otras intenciones en el medio, sólo eran ellos y ya.

Roier volteó a verlo cuando sintió la mirada pesada en su nuca, le sonrió y alzó la mano para saludar.

Spreen se acercó lentamente, con las manos dentro de sus bolsillos, para inspeccionar su trabajo (que era un desastre de tierra y agua lodosa).

–Eh, Spreen, ya has despertado, ¿dormiste bien? —preguntó, pasándose la muñeca por la frente para retirar el sudor acumulado.

Spiderbear / One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora