•MINIFIC.
¿Qué estarías dispuesto a soportar con tal de tener el trabajo de tus sueños?, ¿con tal de ser capaz de poner tu nombre en los anales de la historia? Para Espresso, la respuesta es fácil: cualquier cosa. Por supuesto, decirlo es una cosa...
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Pure Vanilla suspiró. Afuera, el aire y la lluvia se agitaban con una fuerza casi escalofriante que hacía que sus cabellos se erizaran alrededor de todo su cuerpo. El cielo oscuro, generalmente tan despejado que se podían ver cada una de las estrellas del firmamento, estaba cubierto por una gran masa gris de nubes que no podían dejar de llorar y proferir alaridos como si de bestias salvajes se trataran. Las gotas de lluvia golpeaban las ventanas tan fuerte como fantasmales puños que exigían la entrada para protegerse del frío. Y aun con todo esto, los gritos de dolor provenientes de su prima no podían ser ahogados.
Una vez más, otro grito de dolor inundó el pasillo donde Pure Vanilla, sus tres primas: Glazed Madeleine, Honey Madeleine y Sea Salt Madeleine, junto con el esposo de Grand Madeleine, un apuesto caballero llamado Sir Ceylon, esperaban noticias de las parteras. Noticias que a cada segundo, a cada grito, a cada rugido de dolor y furia que el cielo desataba contra las frías y solitarias calles del reino Vainilla, estaban seguros de que se volverían más desalentadoras.
—Por todos los cielos... —murmuró su prima, Glazed Madeleine, segunda hermana de la mujer que ahora se encontraba dando a luz al ansiado heredero que la gran familia Madeleine tanto había esperado —¿Cuánto más va a tardar esto?, hemos estado en este corredor por al menos cuatro horas. ¡No puedo evitar querer entrar a esa sala y apartar a las parteras para yo sacar a mi sobrino con mis propias manos!
—¿Y acaso tú sabes algo sobre partos y mujeres embarazadas? —le preguntó su hermana, Honey Madeleine, quien en su voz tenía un tono que trataba de no sonar profundamente desesperado y preocupado. Sin embargo, todo en ella delataba que se encontraba apremiada por la situación de su hermana mayor: Su largo cabello, que casi siempre estaba adornado con un adorable moño, se encontraba vuelto en todas las direcciones, prueba de que una y otra vez había acomodado y desacomodado su cabello para tratar de calmar sus nervios. Sus ojos azules estaban tan abiertos que parecían a punto de salirse de sus órbitas, y cada grito ahogado por las grandes paredes de la habitación le provocaban un sobresalto que llamaba la atención de los presentes. Claro, Pure Vanilla nunca se atrevería a juzgarle, pues él no se encontraba en un estado mucho mejor. Las puntas de sus dedos estaban rojas como una manzana y tan mojadas de su propia saliva como el pasto que cubría sus tierras durante una tormenta, y eso tan solo provocado por morderse ansiosamente las uñas. No fue hasta que White Lily tomó suavemente sus manos entre las suyas más cálidas, que pudo controlarse aunque sea un poco. Mas el nerviosismo y la preocupación ahí seguían, engulléndole poco a poco por la desesperante situación de esperar hasta que las parteras salieran de la habitación de su prima para darles las buenas o malas noticias.
—No, no sé nada sobre partos ni mujeres embarazadas. Pero... —quiso decir Glazed Madeleine, pero prontamente fue interrumpida por su hermana.
—¡Entonces cállate y espera, tal como el resto de nosotros! —Bufó Honey Madeleine, y una vez más, la estancia fue llenada por un grito desgarrador. Un grito que venía desde lo más hondo del alma y la garganta de Grand Madeleine, haciendo que todas y cada una de las paredes a su alrededor retumbaran, provocando un eco que vagó por todo el castillo por largos y tendidos segundos. Los cuatro primos se miraron unos a otros, y tragaron duro ante esto. Lentamente, sus miradas azules se volvieron a la alta figura que permaneció alejado de ellos desde que Grand Madeleine entró al cuarto con las parteras hace más de cuatro horas. Ceylon parecía hacer guardia desde al lado de la puerta, camuflándose entre las sombras y la luz de la luna que a veces se dejaba entre ver por las nubes. El hombre, al igual que siempre, portaba una mirada seria, por no decir fría y hasta perdida. Pure Vanilla poco sabía de él, además de que era esposo de su prima, líder de un gremio de cazadores de dragones, caballero consagrado a la caza de estos mismos seres, un excelente combatiente en batalla, y, por supuesto, su increíble y ardiente odio por los dragones. Criaturas viles por naturaleza que no hacían otra cosa más que atemorizar al resto de la población por el puro placer de regocijarse en sus llantos de desesperación, terror y dolor. De hecho, casi dudaba que su mente no tuviera espacio para otras cosas. Casi, porque justo en ese momento, notó como sus hombros subían y bajaban más rápidamente de lo que alguna vez lo hizo. Sus cejas se arrugaron hasta crear un gran surco en su frente, y sus ojos se cristalizaron al punto en que lo único notable en ellos era el puro y crudo terror de perder a un ser amado. Los cuatro rubios se miraron unos a otros, miraron a Ceylon, y se volvieron a ver entre ellos. Si todos sus conocimientos en conjunto los llevaba a hacer una observación acertada, era que Ceylon odiaba el sentirse totalmente inútil e indefenso. Todo de él era un hombre de acción, hecho para actuar y no quedarse sentado esperando que hicieran algo por él. Pero en ese preciso instante no tenía ni siquiera los conocimientos básicos para ahorrarle el sufrimiento a su esposa, mucho menos la formación académica para adentrarse dentro del cuerpo de un ser viviente, para traer a la vida a otro ser totalmente nuevo. Así que, en pocas palabras, se encontraba a la merced de los conocimientos de las parteras para que su esposa se encontrara bien, y él, como bien decía aquel dicho. "Más ayuda el que no estorba".