Al oír el golpe en la puerta, levanté la vista de la mesa baja que utilizaba para estudiar, que ahora se encontraba repleta de libros y notas. Nadie solía molestarme cuando estaba en el ático, a menos que sea Helen, mi tía, que siempre tiene una buena excusa para malgastar mi poco tiempo de estudio.
-Pase -no me sorprendí para nada al ver a mi tía asomarse desde la pequeña escalera que llevaba hasta aquí arriba.
-Addam -comenzó, evitando como siempre fijarse en que me interrumpía-, me preguntaba si podrías ir a la tienda a conseguir unas cosas que necesito para la cena.
Suspiré, siempre me hacía lo mismo, pero tampoco podía negarme. Después de todo, ella fue la que me acogió cuando más lo necesitaba.
-Claro, bajo en un minuto.
-Apresúrate -la oí decir ya en su camino escaleras abajo.
Dejé de lado el libro que estaba leyendo, no valdría la pena hacerla esperar. Antes de salir me dio el dinero y me dejó partir en paz luego de obligarme a ponerme la estúpida gorra de lana roja que me regaló en navidad. En la calle, el césped estaba cubierto de nieve, y las nubes no daban ni un atisbo del cielo, ni tampoco de los rayos del sol. Todo parecía tan brillante, tanto que al principio tuve que entrecerrar los ojos antes de acostumbrarme a tanto blanco.
La tienda no estaba lejos, así que llegué rápido. Al entrar y tomar un carro de compras, lo primero que hice fue aventar la gorra dentro y pasar los dedos por mi pelo, que había crecido tanto que ya casi llegaba a mis ojos.
Avancé hacia el pasillo de las verduras, sólo para detenerme en seco al divisarlo: pelo largo peinado hacia atrás, camisa verde y pantalones negros, sonriendo hacia la chica de pelo rojo parada frente a él. Mis pasos se detuvieron, y mi corazón lo imitó cuando él miró en mi dirección, y en lugar de parecer desconcertado, su sonrisa se ensanchó más aún, si era posible. Una de las comisuras de mi labio subió antes de que mi corazón volviera retumbando con fuerza, tan rápido y fuerte que hasta él pudo haberlo oído. El rubor ascendió caliente por la piel de mis mejillas mientras doblaba rápidamente por el pasillo más cercano, él aún no apartaba su mirada, y me vi sorprendido al darme cuenta que todo ese tiempo estuve conteniendo la respiración cuando, al verme librado de esos ojos castaños, mi aliento escapó con alivio entre mis dientes.
Respiré un poco hasta calmarme y, como si nada hubiera sucedido, tomé otro camino y retomé el pasillo hacia el de las verduras.
No salgo mucho de casa, y la universidad a la que voy queda en otra ciudad, así que no sé quién es él. Podría vivir en la ciudad, o incluso podría ser mi vecino y yo no lo conocería de todas formas. Sin embargo, sus ojos...
No. Sacudí la cabeza para disipar mis pensamientos y concentrarme en la lista de compras que me había dado mi tía Helen.
Al ir a dejarlo todo en el carro, me di cuenta de que la gorra ya no estaba dentro. Por un segundo me puse algo nervioso, ya que mi tía me la había regalado hace tan sólo unas semanas, pero me tranquilicé al ver con alivio que me había desasido de esa estúpida gorra sin tener que dar excusas a mi tía.
Al salir de la tienda, tras haber pagado por las compras, volví a ver a aquel chico. Estaba en la fila de un cajero un poco alejado, pero lo reconocí igualmente. Rodeaba a la chica pelirroja con unos de sus brazos mientras esperaba a pagar los artículos. Mi ánimo decayó un poco, pero no le di mayor importancia y continué mi camino fuera de la tienda.
Después de todo, ya tenía mucho de qué preocuparme tan solo con la gorra que había perdido hoy.
•••
Pasaron tres días sin interrupción por parte de mi tía, que había quedado un poco alterada luego de que le dijese que había perdido el regalo que me hizo, pero lo solucionó diciendo que me podría conseguir otra, para mi consternación.
Pero el periodo de tranquilidad no duro mucho, y mi tranquilidad se vio interrumpida nuevamente, esta vez por Jesse, el hijo menor de mi tía, que me resultaba tan agradable por el hecho de que pasaba el día encerrado en su habitación tanto como yo.
-Alguien te busca en la puerta -fueron las únicas palabras que recibí por su parte antes de que se marchara tan repentinamente como había llegado.
No sabía quién podría ser, el único amigo que tenía vivía como a 100 millas y no es del tipo de amigos que me visitarían, tampoco.
Mi tía estaba merodeando en la cocina, siempre ataviada en su delantal con diseño floral, el que se ponía cada vez que entraba a la cocina, y eso que ella casi no salía de allí. La miré preguntándole si sabía quién sería, pero sólo me respondió encogiéndose de hombros.
Al abrir la puerta, los ojos más bellos que había visto me observaban.
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The Hardest Way
Teen Fiction¿Qué harías si el mundo piensa que lo que tú eres está mal? Addam es un chico de 19 años que lucha cada día con los demonios de su pasado: los recuerdos de un padre que lo abandonó y las personas que lo rechazaron y discriminaron a través de los año...