3. Plan B

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THEA

—Es tu culpa. Esa pobre chica. Le has dado el susto de su vida.

—Bueno, estamos a mano, supongo.

Despegué los ojos y vi ligeramente borroso. Intenté enfocar la vista mientras oía una conversación cerca. Lo primero que distinguí fue el techo de la sala de estar. Mis ojos se detuvieron en la lámpara antigua del techo y tuve que apartar la vista por la intensidad de la luz.

Mi mirada vagó por los alrededores. Con el paso de los segundos me di cuenta de varias cosas. La primera, era que estaba acostada sobre el sofá de la sala. Pude sentir el cuero color guinda debajo de mis piernas. La segunda, que no me encontraba sola.

Sobre la mesa baja frente al sofá había un teléfono con una llamada en proceso. De ésta se oía a la señora Nolan en altavoz.

En el sofá de la izquierda había otra persona. Era un muchacho vestido de negro. Pese a estar sentado, se veía considerablemente más alto que una persona promedio. Estaba recargado contra el respaldo, con las piernas cruzadas con uno de los tobillos sobre su rodilla y la cabeza echada hacia atrás. Se presionaba el lomo de la nariz de la misma manera que hacía mi padre cuando me escuchaba decir algo estúpido y necesitaba paciencia. Su suéter, oscuro, estaba arremangado hasta los codos y cuando bajó la cabeza y su cabello negro cayó a los lados de su rostro, me di cuenta de quién se trataba.

Era el mismo sujeto de hace un momento. El que se había aparecido en la puerta con la mancha de sangre en la camiseta. Sólo que ahora ya no llevaba esa camiseta y, por ende, no había rastro de sangre.

¿Acaso me lo había imaginado?

—Dorothea ha despertado. —Él se inclinó hacia adelante y yo apoyé los codos sobre el sofá para sentarme aunque fuera un poco. Estiró el brazo hasta tocar la pantalla de su teléfono—. Todo está en orden. Hablamos más tarde, mamá.

¿Mamá?

Estudié su rostro por primera vez desde que nos cruzamos en el estudio. Ahora que podía verlo más de cerca era capaz de reconocer sus rasgos. Sus oscuros ojos delgados, su nariz puntiaguda, sus cejas gruesas y su rostro ligeramente angular.

Había visto una foto suya hace sólo unos días.

—¿Erik? —murmuré—. Eres Erik.

Él no esperaba esa respuesta. Hubo un segundo de pánico en su rostro antes de que lo ocultara enarcando las cejas.

—No, soy el plomero. Me gusta pasear desnudo por la casa cuando no hay nadie alrededor.

Me levanté rápido. Me pareció oírlo gritar un "¡Cuidado!" antes de que yo tomara su rostro entre mis manos para examinarlo.

—¡No puedo creerlo!

—¡Suéltame!

Intentó quitarse mis manos, pero mi agarre era firme. Lo miré a los ojos, impresionada y sorprendida. Sí, era Erik, pero era muy diferente. Su rostro más duro y más frío, su cabello más largo. Parecía otra persona.

—¿De verdad eres tú? No lo puedo creer.

No sólo quería preguntarle eso, sino un millón de cosas más. Quería saber todo. Me había perdido diez años de él y necesitaba conocer lo que había sucedido desde entonces. Cómo estaba su familia, su gato, qué tal le iba en clases. ¿Habría hecho un mejor amigo como yo? ¿Seguía siendo tan bueno en ajedrez? ¿Qué cosas le gustaban ahora? ¿Cuáles eran sus...?

—¡Para! No te conozco. —Quitó mis manos de su rostro y se levantó del sofá para mantener cierta distancia entre nosotros. Su respiración se agitó un poco—. En serio. ¿Cuál es tu problema? —Apoyó una mano contra la pared. Ahora el asustado parecía él—. Me intentas atacar con una llave, te desmayas y ahora te tiras sobre mí y me manoseas. ¿No sabes comportarte?

Enredos del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora