16. Agarren a Thea que se va ✈️

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THEA

Debía de estar sorda, porque no podía creer que acababa de escuchar a Erik decirme "te quiero". A lo mejor la oración se le había cortado a la mitad, y lo que en realidad quiso decir fue "te quiero matar", o "te quiero lo más lejos de mí posible". Lo que, si era sincera, me parecía una petición razonable después del susto que le di por intentar meterme por el agujero de una ventana.

—Ya me puedes soltar. ¿Sabes? —dijo.

Como si fuera a hacerlo.

Rasqué la tela de jean de su chaqueta, en su espalda. Él me seguía acariciando el cabello, por lo que tampoco se veía muy dispuesto a dejarme ir, por mucho que dijera esas cosas. Tenía una de sus manos apoyada en mi cintura con el peso de alguien que no piensa apartarla por un buen rato.

—Tú también me puedes soltar. No me voy a enojar.

Él se soltó primero y cuando levanté la cabeza debió de ser obvia la traición en mis ojos, porque se tuvo que disculpar.

—Tenemos que ir a casa. No podemos quedarnos aquí toda la noche.

Eché una mirada a la galería del patio trasero, a las baldosas cubiertas de polvo y las manchas de humedad en los pilares. Ahora mismo, la casa de Erik era más mi casa, que este terreno abandonado. Al menos, allí tendría calefacción, una cama cómoda y comida.

Hicimos nuestro camino alrededor de la casa. Le pregunté si quería ver una película, "o algo", porque cuando pasan cosas buenas quieres alargarlas hasta el final. Estábamos hablando sobre qué película ver, ya en el jardín delantero, cuando él se detuvo.

—Mierda.

Yo, que estaba agarrada a su brazo para colgarme de él en cuanto viera una rata o cualquier insecto, tuve que parar también. Levanté la cabeza, pero él miraba al frente, y ahi me di cuenta de que estábamos en problemas. Si Erik hubiera estado mirando al suelo o a un lado, habría pensado que se le pudo haber desatado el cordón del zapato, o tal vez vio a un vecino saliendo de su casa. Pero mirar al frente sólo podía significar algo malo.

—Tienen tres segundos para salir de ahi antes de que entre yo a sacarlos.

Laura y Patrick, los padres de Erik, se encontraban de pie en la acera, detrás de la verja. Laura llevaba un abrigo blanco y el cabello negro y rizado presionado bajo su bufanda peluda del mismo color. Tenía el brazo levantado con tres dedos apuntando hacia arriba e incluso con ese maquillaje tan delicado se le notaba el enfado. Patrick no era un mejor panorama. Estaba igual de molesto que su esposa, cruzado de brazos. Y el hecho de que estuvieran vestidos tan formales me hizo recordar que de seguro volvían de su cita de San Valentín, así que ne sentí bastante culpable por arruinarles la experiencia

Detrás de ellos estaba estacionado el auto de la familia.

Mi reacción de supervivencia fue congelarme, al inicio por la confusión, y luego por la pena. Erik compartió una mirada conmigo que pudo haber significado muchas cosas. Desde un "estamos en problemas" hasta un "a la cuenta de tres, salimos corriendo". Me habría tomado el tiempo necesario para descifrarla si la madre de Erik no se hubiera puesto a contar en ese instante.

—¡Uno! —Bajó un dedo.

—¡Ya voy, ya voy!

—¡Estamos yendo!

Nos apresuramos a salir del jardín delantero y, cuando lo hicimos, ella comenzó a regañarnos.

—¡No puedo creer que se hayan metido a una casa ajena!

No lo dijo tan fuerte, sino más bien como un susurro muy enfadado. Pero yo sentí que los vecinos de todo el barrio nos estaban escuchando. En cualquier momento las ventanas de las casas contiguas se encenderían y seríamos el espectáculo de todos.

Enredos del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora