CAPÍTULO 1

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Sangre. Sus manos estaban llenas de ese líquido viscoso, porque presionar el sitio de la herida más grave había sido el instinto obvio para tratar de detener el sangrado. A su alrededor, escuchaba cómo los doctores y enfermeras se apresuraban a seguir protocolos antes de ingresarlo al quirófano. Zarik quería regresar al sitio en el que había sufrido la emboscada y acabar con la vida de los que intentaron cercenar la suya. Pero no era un asesino, sino un príncipe que, aunque quisiera, no podía ejercer justicia por mano propia para dar caza a los responsables. Sin embargo, su intención era dar con el o los responsables y hacerlos pagar por este intento de asesinato.

El dolor físico de Zarik era potente. Una de las balas había impactado muy cerca de una arteria, generando la mayor pérdida de sangre, así que estaba débil; otro impacto lo recibió en el brazo y un tercero le rozó el hombro. Fue casi un milagro que no se hubiera desangrado durante el traslado desde el desierto, al que había ido a hacer una visita protocolaria a una tribu aliada de la casa real. La situación política en Nariem era tensa, así que era importante reforzar los vínculos con grupos afines y luego intentar hallar la forma de llegar a aquellas comunidades más hostiles.

El ataque no vino de fuego amigo, sino de los disidentes y opositores a las medidas recientes de modernización que quería implementar el régimen: tecnología en manufactura, agronomía y petróleo. Los disparos ocurrieron en el instante en el Zarik terminaba de estrechar la mano del líder de los Baoras, Hissa, y se preparaba para abordar el BMW que era parte de la caravana de vehículos que siempre lo acompañaban. Su equipo de seguridad se encargó de sacarlo rápidamente de la zona en uno de los helicópteros de la armada real. La emboscada había sucedido en un sitio con acceso restringido y que no estuvo en la ruta inicial de la visita, así que quien sea que estuvo detrás de esos ataques tenía información privilegiada.

La traición en Nariem se pagaba con la silla eléctrica o cadena perpetua. Zarik quería salir del jodido hospital y dirigir la comisión de investigación que de seguro estaría ya empezando a trabajar en el incidente, pero era imposible por su condición. Estaba demasiado débil y tenía tres balas alojadas en el cuerpo que le impedían hacer maniobras o levantarse de la camilla. No le gustaba estar inactivo e impotente.

—Doctor... —farfulló Zarik en tono bajo.

—Su alteza —replicó el médico al instante—, por favor, me va a disculpar, pero tengo que pedirle intente no hablar. Entrará al quirófano en diez minutos. La herida no es tan fácil de sanear, porque la radiografía muestra la bala demasiado cerca de la arteria, así que utilizaremos más tiempo del necesario para evitar causar daño.

Zarik tragó saliva. Tenía sed.

—Quiero agua —murmuró. El doctor le dio un par de tragos—. Gracias... Mis hombres... ¿Cuántos de ellos están también heridos?

—Llegaron tres junto a ustedes —dijo—, lo siento, pero no lo lograron.

El príncipe apretó los ojos con enfado. Sentía que esto era su culpa, porque su vehemencia de empezar a implementar la modernización en zonas rurales, y también en aquellas casi inhóspitas, lo llevaron a desafiar la sugerencia de esperar unos meses más debido a las amenazas que existían en su contra. Pero Zarik no se amedrentaba con facilidad, menos cuando tenía que buscar un mejor futuro para Nariem.

—Carajo... —murmuró—. Llame a las familias. Dígales que yo, personalmente, una vez que salga de este hospital voy a recompensarlos.

—Por supuesto —replicó, mientras alrededor los murmullos continuaban, el aroma a desinfectante se percibía fuerte y el acondicionador de aire trabajaba a tope en uno de los meses más calurosos del año—. Ahora, por favor, no se agite.

El legado de las dunas (FINALIZADO EL BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora