LOMODORADO, CABALLERO ENAMORADO

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Mientras me dirigía a La Serpiente Astada, solo un pensamiento confuso ronda mi mente. Uno que no sé del todo etiquetar como una bendición o un gran problema.

Me gusta Ballister Bravo Corazón.

No sirve de nada negármelo a estas alturas. ¿Por qué si no le he mentido descaradamente diciéndole que me iba con Dreyfus? Es cierto que seguramente el grupo con el que he quedado le incluya pero no era necesario ni mucho menos mencionarle. Solo...quería ponerle celoso.

Y está claro que ni siquiera lo habré conseguido. De hecho se me habrá visto el plumero con ese "el mejor caballero del mundo".

Me doy un pequeño golpecito en la cabeza como reprimenda. ¿Se puede ser más pelota?

Y lo peor de todo es que no puedo concentrarme en mi plan actual porque solo estoy pensando en qué habría pasado si hubiera aceptado el plan de Bal.

¿Una peli? ¿El y yo? ¿Acurrucados en una  manta comiendo del mismo bol de palomitas? ¡¿Por qué de repente esa situación me suena tan bien?!

Está claro que siempre me ha llamado la atención, desde el día que entró en la escuela y se convirtió en el chico más misterioso de todo el instituto, pero de ahí a gustarme...

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Cómo buena persona un poco masoquista que soy, no tardo en acercarme a él la mañana siguiente, aunque solo sea para probar que mi teoría de la noche anterior era cierta.

El entrenamiento aún no ha comenzado, y esta vez Bal ha aparcado la espada para sentarse en uno de los banquitos de la entrada y leer un libro sobre ingeniería eléctrica.

Me sitúo detrás de él y aprovecho que no me ve para observarlo yo libremente un rato. Su pelo negro algo despeinado cubre casi todo mi campo de visión y casi me dan ganas de amasarlo con mis dedos.

Ambrosius, por dios, respira hondo y compórtate.

—Tu si que sabes empezar bien el día, ¿eh? — Le digo, en cambio.

Y tal como me imaginaba, Bal da un respingo en el sitio, y solo se tranquiliza cuando ve que se trata de mí. ¿Será porque le resulta agradable mi compañía, o porque estoy tan rallado que me estoy montando fantasías en mi cabeza?

—Ambrosius...eh...¿Qué tal? ¿Cómo fue ayer?

Me debato entre decirle la verdad o volver a darle celos, pero al final me decanto por lo más razonable.

—Meh, tendríamos que haber visto esa peli. ¿Cómo te viene hoy?

—¿Hoy?

—Si. — Le confirmo, aunque su cara me dice de antemano que voy a recibir un no por respuesta.

—Es que...la reina me ha convocado a una reunión. Creo que vienen algunos nobles de otros reinos y quiere presentarme...

—¡Ay, no! ¡La reunión! — La palma de mi mano se posa sobre mi rostro y me estiró de la piel con rabia, por haberlo olvidado. —¡Yo también tengo que ir! ¡Y no he preparado el smoking que quería mi madre! Me tengo que ir.

Mi primer instinto es salir corriendo como alma que lleva el diablo, sin pararme en nada ni en nadie, pero este nuevo sentimiento que creo que empiezo a albergar en mi interior me impiden moverme del sitio sin echar un último vistazo a un Bal con una sonrisilla divertida y sus enormes ojos apuntando directamente hacia mí.

Así que, sin pensármelo mucho, me acerco y le planto un beso en la mejilla, que le sorprende tanto como a mí, porque da otro respingo.

—Gracias por recordármelo. ¡Luego te veo!

Y, ahora sí, salgo corriendo a ver si con suerte puedo sobrevivir un día más sin que nadie note que no puedo hacer algo a derechas desde que pienso tanto en Ballister.

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La velada está resultando la mar de soporífera. Casi habría preferido no haber podido recoger mi smoking a tiempo y haber llegado tarde a los discursos de una hora alabando a Gloreth y a nuestro sistema de defensa que se extiende por todos los gobiernos del reino. Todos los que están dentro del muro, por supuesto.

Esto es un secreto que jamás aceptaré haber dicho a nadie, pero Gloreth...no es una personalidad que me cause especial entusiasmo. Si, si, ya sé que es algo así como mi tataratataratataratataraabuela, pero haberla escuchado como un chirrido de fondo desde el día en que nací no me ha hecho tener esa profunda devoción por ella que veo en todos los demás.

Ah, ¿Pero sabéis por quién mi mente y mi cuerpo se esfuerza en sentir devoción? En el chico moreno que ahora está sentado justo en la otra punta del salón, con la reina a un lado y la directora al otro, peleándose con la cubertería para coger los guisantes de su plato sin que se le resbalen a medio camino antes de llegar a su boca.

Lo siento por Gloreth, pero eso sí que me parece mil veces más tierno que una tía con una espada diciendo "Vuelve a las tinieblas de las que saliste".

De repente, noto que Ballister repara en mí y me hago el distraído, para que no note que le estaba mirando embobado.

Intento volver a mirarle varias veces, pero en todas encuentro de nuevo su mirada, hasta que me doy cuenta de que lo hace porque está buscando mi atención. Mantengo mis ojos en él y me sonríe de forma inocente, siguiendo con un gesto de profundo aburrimiento.

Yo me río de vuelta y miro a mi alrededor, para asegurarme de que nadie repara en nosotros, y que mis padres están demasiado distraídod en conversaciones banales de gobierno para hacerme algo de caso. Solo entonces, cojo un guisante con la mano y me lo llevo a la boca.

Bal entra en el juego y empieza a toquetear también sus guisantes, hasta que acabamos haciendo un concurso a ver quién es capaz de comerse más guisantes tirándolos al aire.

—¡Ballister! — Quién nos corta el rollo es la directora, que sin saber que estoy al otro lado del juego, ahora le está mirando a él como si hubiese cometido una grave falta de estado que pudiera llevarnos a la guerra. Cuando al fin volvemos a estar él y yo solos en ese ambiente lleno de gente, le reprendo de forma divertida y retomamos la aburrida cubertería, aunque sin dejar de mirarnos.

Respiró profundamente para intentar eliminar el nudo que empiezo a sentir en mi pecho.

Es definitivo. Me gusta....me encanta Ballister. Y lo peor es que no sé hacer con estas nuevas sensaciones que me hace sentir.

Caballeros de GlorethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora