El despiertar del sueño de verano

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—Merce... —Una voz resonaba a lo lejos.

—Merce ... —repitió

—¡Mercedes! ¡Arriba! ¡Ya terminamos! ¡A casa!

Me desperté de súbito con un fuerte mareo.

  El pabellón cubierto de un techo de chapa sobre mi cabeza crujía al contraerse por el calor del verano. Eran casi las 1 PM, el día escolar había terminado. Ya era hora de volver a casa.

  Una risa suave me hizo volver a enfocarme, me había quedado embobada mirando a la nada, me suele pasar. La profesora, quién me había despertado, me miraba con cariño y algo de diversión, como si fuera su sobrina o un perrito estupido, prefiero la primera, creo. Miré a mi alrededor, estábamos solas.

  Por suerte,o para mi desgracia, era la última que quedaba allí, todos mis demás compañeros ya se habían ido, y me habían dejado tirada durmiendo en la colchoneta... quiero tanto a mis compañeros, tan graciosos y amables. De cualquier forma ya se las devolvería.

—¿Dormiste bien, Merce? —me preguntó.

—Como un bebé —ironicé.

  Ella río:

—Me di cuenta —dijo al tiempo que me extendia una mano para ayudarme a levantarme, cuando estuve de pie tomó la colchoneta y la guardó junto a las otras —¿Te vas ya a casa?.

—Si, iré a ayudar a papá con la comida —caminé hacía la salida despacio después de recoger mis cosas.

—Ok, cierro todo aquí y voy también —me respondió Andrea, nuestra profesora de... prácticamente todo lo que el centro necesite: Lengua, matemática, física, química, inglés, historia, geografía, consejera, tutora, orientadora, terapeuta, doctora, alarma contra culebras (larga historia), etcetera.; era joven, no superaba los 30 y se enfrentaba a la vida con sonrisa tan cálida y juvenil que podrías jurar por momentos que era una de nuestros compañeros. Eso no la invalidaba a la hora de enseñarnos... ni a la hora de regañarnos. No quiero decir que da miedo cuando se enoja... pero da miedo cuando se enoja, lo aprendimos por las malas.

  Asentí con la cabeza y me fuí con un:

—Nos vemos, profe.

—Nos vemos.

  Crucé el umbral de la puerta y el calor sofocante por poco y me tumba. No miento si digo que creí que me derretiría allí mismo, y eso que estaba aún en la sombra del edificio y sus árboles, como odio el verano a veces.

  Descolgué de mi mochila mi sombrero y saqué mi repelente, en este tipo de lugares o no escatimas con las protecciones o a los 2 días estas en el centro de salud con quemaduras de tercer grado en zonas que ni sabías que tenías, 3 insolaciones (juro que nunca exagero) y picaturas de 23 especies diferentes conocidas o desconocidas por la ciencia. A Andrea, chica de ciudad, la pudimos prevenir antes de que nos quedemos sin profesora por el resto del ciclo lectivo. Fue nuestra buena acción del año, y orgullosamente no hicimos más durante el mismo.

  Con mi armamento preparado me encaminé en mi ardua tarea de caminar bajo el insaciable sol del(casi) mediodía, mi terrible objetivo era mi fresquita morada a la mostrosa distancia de menos de media cuadra de distancia. Ni Cristo en el descierto habia sufrido tanto. (¿este chiste lo aprovaría mi abuela?)

  A mi alrededor no se movía ni una hoja, justo en ese momento el viento brillaba por su ausencia, no tanto como el sol pero su falta se hacia notar con cada sudoroso paso. El único sonido que me acompañaba en mi ardua tarea era de la eventual cigarra, que con su canto de ángeles endemoniados nos amargaba las siestas a la tarde (aunque con el tiempo te acostumbras).

La merced de las Flamas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora