Introducción

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Se despertó en su cama como todas las mañanas para salir a trabajar.
Su vida como profesor de deporte no era difícil, pero tampoco fácil.

Caminó hasta la ventana, con su café en la mano.
Algo le extrañó. No había nadie en la calle. Era medio día y eso era muy raro.
Vivía en el centro de la ciudad, siempre estaba lleno de personas.

Dándole algo igual se acabó su café tranquilamente sorbo a sorbo.

Hoy le tocaba dar clase a última hora, por eso no tenía prisa.
Se puso un chándal incómodo para su gusto y reservó el mejor para la clase del viernes.

Así, agarró las llaves del apartamento y salió por la puerta.

Caminó unos veinte minutos y paró en seco. Había un edificio completamente destruido.

—¿Cómo cojones no he escuchado esto? ¿Por eso no hay nadie en la calle? —Dijo en voz alta.

Unos gruñidos se escuchaban desde el interior. Los ignoró sabiendo que la policía debía estar cerca, ya que se escuchaban sirenas.

Anduvo al contrario de ese ruido y llegó al colegio.
Entró y vio todas las puertas de las aulas abiertas, sin nadie.

—¿Sexto y quinto de primaria se han ido de excursión? —Susurró para sí mismo, nadie le había avisado de ello.

Pero no, el colegio estaba absolutamente vacío.

—Vale, esto ya es raro. —Sacó su móvil.

No tenía llamadas, ni mensajes, ni notificaciones de Twitter. No había cobertura.

—¿Qué coño?

Y entonces lo vio.

Lo último que se esperaba ver.

La profesora de matemáticas de cuarto de primaria arrastrándose por el suelo, sin piernas.

Detrás de ella salían un par de alumnos, y dos hombres que no había visto en su vida.

Todos tenían los ojos blancos y estaban muy pálidos.
Estaban ensangrentados.
Tras la profesora se estaba formando un camino de sangre.
Gruñían, como justo había escuchado esa mañana en aquel edificio destruido.

No se lo podía creer.

—¿Están muertos?... ¿Son cadáveres andantes? —Con los ojos muy abiertos dios tres pasos hacia atrás lentamente y comenzó a correr de allí.

Aunque se dio cuenta de que los cadáveres no corrían, no podía jugársela a quedarse y hacer más ruido.

Le daba pena esos alumnos, pero no podía hacer nada.
Y la profesora de matemáticas... Bueno, era una zorra, ella no le preocupaba.

Mientras corría pensó en esos dos hombres, en su vida los había visto por el colegio y eso que llevaba casi seis años impartiendo clase.

Salió a la calle, aún vacía y corrió hasta la comisaría.

Hizo bien en prepararse para ser profesor de deporte y no de matemáticas como le dijeron sus padres.

Entró y estaba despejada. Pasó despacio por los pasillos y vio una habitación que ponía "Armería".

Abrió la puerta y por supuesto, estaba casi sin armas. Solo quedaban un par de pistolas. Las agarró y cogió toda la munición que podía.

Sabía cómo funcionaban gracias a que siempre le llamó la atención el mundo de las armas de fuego y explosivos.

Después salió de allí, con el arma en la mano, caminando a paso medio hacia una tienda de conveniencia de barrio.

Nadie sabía como actuar en estás situaciones.
...
O tal vez en el fondo sí.

—Me hubiera puesto el puto chándal más cómodo si lo hubiera sabido. —Habló sarcástico.

La humidad había terminado.
Empezaba la hora de sobrevivir.

Not Dead Yet [Kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora