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CAPÍTULO CINCO

| L o   Q u e   F u e |

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Hane Edevane

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Llegamos a la presa, jadeantes y agitados. El castor y yo compartimos una mirada urgente antes de entrar. Una vez dentro, le advertimos a la señora castora sobre los lobos de la Bruja que nos persiguen.

Los aullidos de estos se vuelven más intensos, más cercanos. La señora castora actúa con rapidez, empacando alimentos y suministros en un intento de prepararse para lo peor.

—Ya me lo agradecerán, es un largo viaje. El señor castor es muy gruñón cuando tiene hambre.

Me apresuro a abrir la alacena y recojo con rapidez una rebanada grande de queso y una bolsa de polvo de leche. Susan los toma y empaca todo en la mochila, donde yacen otros alimentos que la señora castora dejó.

—¿Llevo la jalea también? —pregunta Susan.

Peter responde con un intento de chiste para aliviar la tensión, aunque su voz suena un poco nerviosa.

—Sólo si la bruja nos ofrece galletas.

Los lobos empiezan a rodear la presa, sus ojos brillan con una mirada hambrienta mientras se acercan. El castor nos nos señala una entrada en la parte trasera de la presa, una especie de túnel que se adentra en la tierra. Peter nos hace una señal para que lo sigamos.

Nos encontramos en completa oscuridad, solo las antorchas que llevamos iluminan nuestro camino. Corremos a toda prisa, guiados por el resplandor de las llamas danzantes. La tierra bajo nuestros pies es húmeda y fría. Contodas mis fuerzas trato de mantener el ritmo de los demás.

Escucho un tropezón y un grito. Volteo y Lucy está en el suelo, su antorcha rodando a pocos metros de ella.

—¡Lucy! —Susan llega con rápidez y la toma del brazo.

En ese instante, un escalofrío recorre mi espalda al escuchar un sonido distante. Lucy, con voz temblorosa, susurra:

—Están en el túnel.

Todos nos miramos con preocupación. La antorcha que sostengo parece parpadear, y siento un miedo indescriptible.

—¡Por aquí, rápido! —indica la señora castora.

El pánico y la desesperación se apoderan de nosotros cuando no encontramos la salida. En medio de la angustia, la señora castora suelta un grito de frustración dirigido al castor.

—¡Debiste traer el mapa!

—¡No cupo con tanta comida!

De repente, él salta con agilidad por un agujero en el techo del túnel. Su movimiento inesperado nos sorprende a todos. Uno a uno, comenzamos a trepar. Mis manos se aferran a las rocas, mis pies buscan apoyo en las paredes húmedas hasta llegar salir.

𝐄𝐯𝐞𝐫𝐦𝐨𝐫𝐞 | 𝐄𝐝𝐦𝐮𝐧𝐝 𝐏𝐞𝐯𝐞𝐧𝐬𝐢𝐞 | ¹ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora