La maldición del amor

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—Apestas.— dice Nando, arrojándole a el otro una pequeña bolsa de tela de aspecto sucio; Max la desata y encuentra en ella una pieza de pan tieso y algo de queso, Almuerzo de los Dioses, Max pensó. Mucho mejor que esas bayas sospechosas que volvió a recoger en el camino.

—Lo sé; Iré al río a bañarme en cuanto termine mi primer guardia.— El rubio explica de forma vaga, mientras se recuesta contra el grueso tronco de la secuoya en el cual ambos hombres estaban subidos, con las piernas colgando de la rama.

—No estoy hablando de eso.— responde
el omega desde donde está sentado. —apestas a hormonas y sexo. Pensé que eras un alfa.— El chico comenta luego de darle una mordida a el pastel de Luna que sacó de su bolsillo, haciendo que el estómago del rubio ruja ante la visión de un postre tan delicioso.

—¡Lo soy!— El alfa grita irritado de repente.

—Pero hueles como un omega. Uno muy, ¿cómo decirlo? Un omega muy bien follado.— afirma Nando, y Max solo resopla girando los ojos de forma hastiada.

—Ayer un hada invadió mi casa y anidó en mi cama. — Max empezó su relato, luciendo completamente desinteresado ante la mirada de sorpresa que el mocoso a un lado suyo puso.

—Dijo una mierda sobre que yo era su compañero predestinado o algo así, y yo lo iba a echar, lo juro, pero al final pensé, ¿por qué no? así que me lo cogí. ¡Espero que se haya ido para cuando yo regrese!— Murmuró el ogro de ojos azules, frunciendo el ceño al recordar al omega enredado entre sus sábanas esa mañana; Intentando no pensar en la forma en que la pequeña criatura abrazó su pecho y hundió la nariz en su cuello después de la última vez que habían follado la noche anterior.

"Cuando esté en celo, por favor márcame", dijo, porque entonces y sólo entonces su glándula de olor sería lo suficientemente visible para realizar tal acto, "mi alfa, mi amado".

El recuero hacía cosas en el estómago de Max que no podía reconocer, pero sin duda alguna no debían ser cosas buenas.

—Un hada, ¿eh?— Nando dice: —bueno, como mitad hada, puedo decir que estás bastante jodido, amigo.— Nando asegura, riéndose del ogro malhumorado.

—¿De que carajos estás hablando?— pregunta, molesto. El omega sonríe.

—Mi madre me explicó que las hadas son muy tercas una vez que encuentran a la que consideran su pareja. No los abandonarán por nada del mundo, y aunque los rechaces, siempre encontrarán la forma de volver a colarse en tu casa y en tu vida. Así consiguió que mi padre me reconociera.– Nando relata, como si aquella explicación fuera tan profunda como el mismo significado de la vida, luciendo enamorado de la idea tan ridícula que eso representaba a humilde opinión de Max.

El propio padre de Nando era un sátiro, casado con una doncella humana, había cazado y montado a varias otras mujeres pobres de diferentes orígenes y familias. La madre de Nando, un hada, había encontrado en él a su compañero predestinado y lo había perseguido durante años hasta que reconoció que el pequeño omega era en realidad su hijo.

No le puso nombre al Niño, pero Nando, siendo mitad hada y con ello, recibiendo la capacidad de realizar magia, volar y tocar música hermosa, decidió que no quería tener nada que ver con su feo, inculto y repugnante padre.

Lo único que tenían en común eran dos pequeños cuernos que brotaban de su frente, cerca de la línea del cabello.

Su madre había fallecido después de años de ser la concubina de su padre, pero ella había sido feliz, ya porque su deseo había sido concedido, su pareja estaba con ella y su hijo había sido reconocido.

Una historia basura si le preguntas a Max, de el haber estado en esa situación probablemente hubiese matado a su padre desde que tuvo la habilidad de sostener un cuchillo de forma correcta, Nando por otro lado miraba eso como la máxima expresión de amor.

Una típica historia de fantasía medieval - Chestappen -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora