Capítulo 1: habla con Alma

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—Hablas con Alma, ¿en qué puedo ayudarte?

—Quiero contactar con mi marido, que ha fallecido hace un mes —dijo una mujer llorosa desde el otro lado del chat de voz.

—Escríbeme cómo se llama para tu privacidad, ¿de acuerdo? —dijo Alma con la voz ronca. Casi no tenía fuerzas para hablar.

Ayer casi había dormido con los terribles sueños que tuvo. Esperaba que solo fueran sueños, pero lo dudaba.

La consultante le pasó el nombre por el chat y automáticamente tras cerrar los ojos, el alma entró en contacto con ella. Un cierto olor a motor inundó sus fosas nasales. A veces, los espíritus se manifestaban visual y auditivamente. Pocas veces la tocaban, y lo agradecía porque era escalofriante. Y si habían trabajado en algún lugar con olores fuertes o murieron en lugares desagradables, los terribles hedores se metían en ella y tardaba en perderlo.

—Dime qué quieres saber. Él ya está aquí.

—Quiero saber si está bien. Y quiero decirle que lo echo de menos —la mujer, que no debía ser muy mayor, comenzó a llorar.

Alma comenzó a transmitir el mensaje del joven marido, que estaba pesaroso.

—Querida amiga, tu esposo dice que está bien, que no sufre y que siempre estará a tu lado. También dice que rehagas tu vida, que hay personas que te quieren y que eres muy joven para ser viuda para siempre. Me dice que cuides de Lucas, ¿es tu hijo?, y que le digas a su madre que está muy bien.

—Lucas es nuestro perro, mi esposo lo adoraba. Muchas gracias, Alma.

—De nada, y ya sabes, sé feliz.

Alma colgó el chat de su web y suspiró. El esposo ya había desaparecido, aunque había dos o tres desencarnados que le rondaban, como siempre, esperando que sus familias llamasen. Pero era la hora de cerrar.

—Queridos amigos, nos despedimos por hoy. Mañana estaré de nuevo a vuestra disposición. Un aviso para Samuel y Diana, vuestra madre desea contactar con vosotros. Si me estáis escuchando, llamadme o escribidme. Tened felices sueños.

Alma cerró al micrófono y se despidió de los que estaban rodeándola, o más bien, los invitó a irse. Tenían tendencia a quedarse y hablarle hasta que se ponía seria y debía poner algún tipo de remedio para echarlos. Era muy insistentes, pero desde el principio, desde que era pequeña y tuvo una experiencia horrible, había tomado por norma no intervenir a menos de que los familiares quisieran contactarla o fuera un caso especial. Así que ellos tendrían que esperar, claro que, tenían toda la eternidad.

Acarició a su gato que había entrado en el despacho una vez que se fueron los espíritus. Para Salem no era agradable lidiar con ellos, y normalmente cuando comenzaba el programa se escondía debajo de la cama de su dormitorio.

Realizó el ritual de limpieza que le había aconsejado su amiga Johanna y se encendió un cigarrillo. La noche estaba muy tranquila y la temperatura era muy agradable para ser mayo. Abrió las ventanas de par en par para que entrase la brisa fresca. Su melena castaña se sostenía enmarañada en un moño en lo alto de su cabeza. Se quitó las gafas para frotar sus ojos. Esperaba dormir hoy mejor. Johanna, una de las pocas personas con la que hablaba de estos temas y que conocía la verdadera identidad de Alma, le había dicho que se acercaban a una fecha muy especial, donde se abría un portal a otra dimensión. Si le hubieran dicho hace unos años cosas así, se lo hubiera tomado a broma, o que era parte de la loca de su amiga. Pero claro, ella lo había visto con sus propios ojos.

Había visto como las nubes se arremolinaban hacia una oscuridad, las almas vagando por la ciudad y presentándose en su casa. Su amiga le había dicho que, desde que había aceptado su don, hacía ya varios años, era como un faro en la oscuridad del mar, y que los atraía como las polillas. Al principio, enfermó. Ellos le absorbían la energía, pero gracias a su madre, que contactó con Johanna, pudo solucionarlo.

Su madre había pasado al otro lado hacía dos años, aunque de vez en cuando la visitaba por lo que no se sentía tan sola. Se mostraba arrepentida de no haber confiado en ella cuando era pequeña y decía que veía a la abuela. Nadie en la familia tenía esa habilidad, y al final, ella, a base de pastillas y de miedo lo había enterrado todo en su mente. Con el tiempo, logró llegar a un entendimiento con su madre, por suerte.

Cuando sufrió el accidente, ella despertó y entonces toda la información vino a la vez. Perdió casi veinte kilos y se pasó ingresada en un hospital durante seis meses. A punto estuvieron de internarla en un centro siquiátrico. Ahora sabía que el hospital es el peor lugar del mundo cuando eres capaz de ver espíritus, pues allí rondan cientos de ellos, confusos, enfadados o tristes, y eso fue terrible para ella.

Su madre aguantó y fue quien le salvó la vida. Ella y Johanna, por supuesto. Nadie sabía lo que le ocurría hasta que en la cama de al lado del hospital fue ingresada una niña de unos cinco años, con su madre, Johanna.

Johanna era una mujer haitiana que vino a España a trabajar con su esposo. Ella era peluquera, pero tenía ciertos dones heredados de su abuela. Solo se dedicaba a preparar rituales de magia blanca y ganaba más que con la peluquería. Fue ella la que supo que todos los males de Alma, o Maya, su nombre verdadero, eran por ser médium y psíquica. La ayudó a protegerse haciendo un ritual cada día al despertar y poco a poco, fue mejorando. Desde entonces, eran inseparables.

Alma terminó su cigarrillo y se fue para la cocina, tomó un par de pastillas para dormir, esperando que la sumieran en un sueño profundo y sin pesadillas, se lavó los dientes y se acostó.

Habla con AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora