Desolation

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El viejo reloj de péndulo, rescatado de las estanterías polvorientas de una tiendecilla olvidada, surcaba el aire con su cadencia cansina, los engranajes tañendo un lúgubre réquiem al inexorable transcurrir del tiempo. ¿Acaso ese artefacto no era un verdugo caprichoso que se escurría entre los dedos burlándose de todo intento de control, desafiándonos con cada pestañeo inadvertido? Una fachada de constancia estable ocultando su verdadera naturaleza sibilina, desencadenando cambios y desmoronamientos a su paso.

¿Quién no ansía con desesperación hacer retroceder las agujas de ese reloj cruel? Una joven viuda, quizás, suspira por regresar tan solo unos instantes, los necesarios para culminar con un postrer puñado de besos el destino de su amado, evitando así el fatídico encuentro con el alelado conductor cuya embriaguez trajo el lamento eterno. O un adolescente anhelando fervientemente recobrar los minutos precisos para calzar las zapatillas idóneas aquel día lluvioso de su prueba de ingreso, burlando el retraso que sembraría las semillas de la duda y haciéndole cuestionar si acaso el camino académico en realidad era el suyo.

Y qué decir del hijo cuya angustia se traduce en deseos desesperados de retroceder horas enteras en el telar del tiempo, abordando el tren que lo hubiera conducido al lecho de su padre agonizante, en vez de yacer entre las frías máquinas de la fábrica, recibiendo la cruel noticia efímera de la partida del progenitor mediante una llamada hueca.

Ironías de la vida, sin duda, mas el peso de la impotencia resulta abrumador.

Él mismo anhelaba retroceder las manecillas, perderse en el reconfortante aroma de una taza de té humeante antes de ceder a la desesperación y redactar aquella fatídica solicitud de empleo que su jefe, con un tono reacio y amargo en los labios, apenas había mencionado ante su insistencia por un cambio lejos del caos londinense.

Si tan sólo no hubiera cometido semejante locura, no yacería ahora sumido en las gélidas profundidades del Atlántico, contemplando el fugaz desfile de su vida ante sus ojos nublados.



Tiempo atrás.

Tomó un bocado de su sándwich, saboreando cada mordisco con la parsimonia propia de quien se deleita en los pequeños placeres de la vida. Sus ojos, cual observadores silenciosos, seguían con atención el deambular pausado del personal médico a través del vasto patio, con destino desconocido para él, pero cargado de significado para los ancianos que descansaban en las habitaciones del lugar.

En la distancia, contemplaba el trasiego de sus compañeros, algunos empujando sillas de ruedas como si el demorarse más de lo previsto fuera remunerado doblemente, otros sosteniendo con gentil firmeza a los ancianos, acompañándolos en su peregrinar diario, y unos pocos compartiendo su almuerzo en un paréntesis fugaz en la rutina del asilo. En esos momentos, apreciaba la calma relativa que envolvía el ambiente, donde el murmullo se tornaba un eco lejano y la brisa, con su caricia suave, acariciaba sus rizos con una melancólica serenidad.

Sin embargo, en el seno de esa aparente placidez, una sombra de inquietud acechaba en los recovecos más íntimos de su ser. La calma, lejos de ser un bálsamo reconfortante, se revelaba como un manto que ocultaba las corrientes subterráneas de la angustia y la incertidumbre que agitaban la situación de todos los presentes, más para mal que para bien en verdad.

Y Harry, en lo más personal, no titubeaba en afirmar que la suya era una desolación horripilante y desgarradora.

Un dramático de primera, diría su madre, pero puede asegurar que ahora no está haciendo uso de aquellas cualidades que obtuvo en las clases de teatro de la escuela primaria.

Es su realidad.

Todo comenzó una noche del tres de septiembre de 1939, hace poco más de un año, cuando Harry terminaba su turno y optó por caminar hacia su piso, el cual le quedaba a tan solo veinte minutos de distancia. Una buena caminata no le vendría mal, pensó. Necesitaba relajarse luego de tan agotado día y caminar por las calles poco transitadas de Londres era un consuelo desde que era apenas un niño acompañando a su madre en los mandados.

In Memory Of Those Who Chose The SeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora