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Juliette se quedó observando sorprendida —y algo asqueada— como Jared volvía a meter comida a su boca mientras aún hacía el esfuerzo de tragar el bocado anterior. A pesar de que Sam y Jared ya le habían explicado todo acerca de los metamorfos, las transformaciones y los cambios que sufriría luego de ella; Jules todavía no podía entender la cantidad de comida que ingerían. Aunque estuviera viéndolo otra vez en ese momento.
—¿Quieres más? —preguntó cuando vio como el plato de su compañero estaba completamente vacío.
Ella sonrió al ver como la vergüenza lo hacía dudar sobre qué responderle.
—Solo dame el plato Jared —dijo mientras se levantaba con cuidado de su silla.
Los últimos días habían sido una mierda para ella, todo se resumía en fiebre, mareos, demasiadas pesadillas estúpidas y su apetito era una montaña rusa que a veces se combinaba con náuseas y hasta vómito.
—Gracias —murmuró abochornado cuando dejó el plato frente a él.
—No es nada —contestó mientras miraba su comida con algo de desagrado.
Esa noche su estómago se encontraba cerrado, ni siquiera había logrado comer la mitad de la porción de comida que se había servido hacía más de media hora mientras que Jared ya estaba terminando su tercer plato.
El olor a la comida ya estaba comenzando a revolverle el estómago.
—Jules… ¿Estás bien? —preguntó preocupado cuando noto como palidecía y su piel parecía más perlada de lo normal.
Ella asintió débilmente, aunque en realidad estaba segura de que no era así.
Antes de que Jared insistiera volteó como loco hacía la ventana del comedor, al verlo por un momento quiso reírse. Desde su punto de vista él se había visto como un perro que esperaba por su dueño y estaba demasiado atento a lo que sucedía fuera de su casa.
—No te muevas de aquí, Jules, por favor —le pidió mientras se paraba dejando su plato ya casi vacío.
No había que ser muy listo para notar que algo lo estaba poniendo nervioso.
No llegó a ordenar las palabras en su mente para interrogarlo al respecto cuando Jared ya estaba abriendo la puerta de entrada solo lo suficiente para salir.
En otra circunstancia se habría acercado para intentar escuchar lo que estaba pasando pero en esos instantes su malestar comenzaba a aumentar.
Se sentía agitada, sofocada, solo cuando se pasó la mano por el rostro noto como había comenzado a sudar. Sin importar la temperatura que estaba alcanzando su cuerpo comenzaba a temblar, la piel se le erizó y sus dientes castañeaban.
Su tembloroso cuerpo se estiró sobre la mesa intentando tomar el vaso con agua, su visión ya se volvía borrosa por la migraña y su cuerpo no tenía la fuerza que solía tener para simplemente resistir su peso pero ella insistió y obligó a sus piernas a ayudarla; entonces cayó.
