Capítulo III

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No sabía que había sido el indicio, esos roces por las peleas constantes se habían transformado en unas caricias.

Manuel comenzó a notar aquella diferencia. No sabía si era la necesidad física que empezaba a confundirlo, si por alguna razón Adolfo había iniciado un juego como venganza para él o si algo había empezado a volverlo loco.

El cuerpo de Adolfo era robusto en comparación al de Manuel que era más alto, aunque tampoco se quedaba atrás, el moreno veía desde abajo a Solís que lo miraba con aquella determinación que expresaban sus ojos casi siempre.

Unos ojos claros.
Unos labios rosados.
Una piel clara que le había empezado a llamar la atención.

"Muy contrario a Matilde"
Pensó, primeramente porque era un hombre a quien empezaba a mirar con ojos de deseo, porque no era una cabellera larga y suave la que quería acariciar, por qué no era una muchacha de pequeña cintura a quien quería abrazar sino un hombre que en su carrera de militar había conseguido un cuerpo acorde a su labor.

— ¿Y ahora qué quiere?, ¿No ve que hay alguien aquí? — decía Adolfo mientras tallaba, intentando regular su fuerza, al caballo que estaba limpiando.

Desde la entrada del establo caminaba Fuentes Guerra hasta donde estaba aquel hombre, seriamente observaba como bañaba al animal y sin querer queriendo mojándose a él mismo en el proceso.

— ¿No te parece que estas siendo muy brusco?

— Tengo ojos Manuel, nada más que ciertas personas dejaron al Pinto en muy mal estado. — dijo con un notable enfado en su tono de voz.

Por personas se refería a los invitados que solía tener el hacendado, invitados de la alta alcurnia, a quien de broma les decía de formas más despectivas sin que ellos o Manuel supieran.

— ¿Qué le hicieron al Pinto? 

— Lo dejaron muy sucio, casi parece que lo metieron en lodo, ¿A dónde les dio permiso de llevarlo? — pregunto celosamente.

Aquel caballo es el que solamente él solía usar, era su compañero desde que se le fue otorgado el cargo de capataz pero por mismas órdenes del jefe tenía que ceder a caprichos de externos prestándolo a alguien más.

— Pues no se a donde se lo llevo la señorita Insulza.

— Déspotas... — murmuro, siendo escuchado por Manuel que suspiro cansado.

El perlado cuerpo mojado de Solís lo hizo replantearse varias cosas.

Se perdió un momento en la blusa abierta que llevaba justo ahora dejando a relucir el notable trabajo, los golpes que atendió hace semanas se habían recuperado en su totalidad y la cojera pasaba a ser desapercibida.

Los brazos trabajados de Adolfo se movían a un ritmo prudente marcando sus músculos, la presencia seria de Solís había ganado suspiros por algunas trabajadoras de la hacienda, eso antes lo pasaba por alto pero ahora cuando escuchaba alguna plática o chisme de él "paraba la oreja", solo para rectificar, nada más.

— ¿Qué? — musito a lo bajo notando la mirada perdida de Manuel que no lo dejaba de ver.

— No se güero — burlo a lo lejos disimulando, Adolfo solo giro los ojos cada que escuchaba un apodo para él.

"Tan güerito, ni quien te viera trabajando así para alguien más"

Le había dicho Delfino una vez, eso lo hizo ponerse a la defensiva.

Cariño prófugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora