Capítulo I

126 11 4
                                    

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

Adolfo Solís se consideraba alguien respetuoso, en su lapso de vida había aprendido por las buenas y malas que habría de respetar y a veces callar cuando se considerara necesario.

Tras la muerte de sus padres y por su tiempo en el campo militar obtuvo varios golpes, físicos como mentales que lo habían convertido en quien era y estaba orgulloso de ello.

Cuando Manuel estaba en su casi lecho de muerte un bajo instinto lo hizo replantearse la idea de matarlo, abandonarlo, finalmente acabar con la vida de aquel muchacho y escapar junto a Matilde para al fin ser felices, pero no lo hizo.

No fue así porque no quisiera sino porque sus principios se lo negaban, no era nadie para quitarle la vida a quien se había mostrado tan bueno con él, lo veía como un joven al que se le fue arrebata todo y no pudo no sentirse apegado a él, no pudo dejarlo morir.

En otras circunstancias, pensaba, habrían sido grandes amigos.

Cómo se arrepentía de eso ahora.

Había sospechado que Manuel había estado antes con Matilde, eso lo veía y por más que le dolía lo acepto y se mordió la lengua bastantes veces por no causar problemas.

Pero cuando rectifico los tratos que Manuel había cometido hacia ella, cuando descubrió que Manuel le pidió a Matilde que nunca volviera a la hacienda, no, las cosas no pudieron seguir iguales.

— No mereces mi perdón, ¡ni el de nadie! — Vocifero a sabiendas de que Manuel no sabría de que hablaba. Cuando sintió los dedos de Solís clavarse en su muñeca se empezó a alterar.

— ¿De qué habla?, suélteme.

— ¿Qué te suelte?, ¡¿Qué acaso tú no soltaste a Matilde cuando te lo pidió?!, ¡¿La escuchaste siquiera?! — El enojo y la frustración empezaron a cegar la vista de Adolfo que junto con las lágrimas que empezaban a brotar de sus ojos los convirtieron en unos rojizos. — Eres un... un cobarde, ¡un imbécil poco hombre!

— No me diga así que no es nadie para decirlo, ¿Matilde le dijo algo?

— No necesita decirme nada para saber cómo un canalla como tú la habría tratado, me voy.

— Espérate, ¡Solís!, ¡espérese le digo! — tomo su mano en un intento de frenar al hombre que rápido la arrebato.

— Suéltame Manuel, yo había confiado en ti. — Suspiro molesto, agobiado. — Había confiado en que eras un buen hombre, en que habías cambiado.

El rostro claro de Adolfo se notaba ya hasta desesperado, intentando alejarse, siempre había callado, se había aguantado las cosas, pero ya no quería seguir reprimiendo todo lo que sentía.

— Señor, yo cambie, soy consciente de mis errores, de mi pasado, del daño que he causado, por favor hazme caso. — pidió Manuel consternado, de nada serviría que Adolfo se enojara con él, lo que habían avanzado no fue en balde.

Matilde había partido hace meses hacia su hogar con su nuevo prometido, se habían retirado hace tiempo, Manuel con el corazón hecho pedazos lo acepto, como había aceptado sus errores y Adolfo quedo destrozado, más de lo que ya estaba.

Siempre había sido el fregado, el perjudicado, y pocas veces había recibido la mano de sus allegados.

Parecía que el destino le echaba en cara que nunca podría ser feliz, primero arrebatándole a sus padres, su primera familia, dejándolo solo por la vida, luego enviándolo a pagar por un pecado que no cometió terminando en la cárcel sufriendo hambre, enfermedades y angustias que no lo dejaban nunca, y como si no fueran suficientes golpes se quedó con las cicatrices y una herida que no le permitiría caminar bien, cómo si no bastara tanta fue su desgracia que hasta cojo había quedado.

Cariño prófugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora