Capítulo 3 - La cocina y su nueva chef

347 35 0
                                    

LUZ

En cuanto mis compañeros capitaneados por la nueva jefa se marchan a la cocina, yo aprovecho para escabullirme e ir detrás de mi madre. Va a saber que Ainhoa Arminza podrá ser la mejor chef del mundo, pero es un peligro para el tráfico y, sobre todo, para los peatones.

—Mamá, ¿puedo pasar? —Toco la puerta del despacho, aunque está entreabierta. Debo mantener ciertas normas y modales.

—Luz, ¿qué necesitas? —Se quita las gafas y resopla.

—Quería hablarte de la nueva chef, no sabes lo que ha hecho hace...

—Luz, no. No quiero escucharte —me interrumpe—. Ve a la cocina con el resto de tus compañeros.

—De verdad que es importante. Deja que te lo cuente —digo en un tono que suena a suplica.

—Ve a la cocina. —Señala la puerta y me acompaña dándome un empujoncito.

Consigue sacarme de su oficina. Acto seguido, cierra de golpe y escucho que cierra con llave por dentro para que no pueda volver a entrar. Esto no se va a quedar así. Si no se lo puedo contar aquí, se lo diré en casa.

No me queda otra opción que volver a la cocina y tragarme un ratito mi orgullo. Llego y observo a Ainhoa conversando con algunos cocineros, entre ellos también está Paolo. Por lo menos, va a ser más fácil que no se dé cuenta de que me incorporo ahora. Me acerco sigilosamente para coger el delantal mientras ella permanece de espaldas.

—Hace más de cinco minutos que deberías estar aquí. En tu lugar de trabajo —espeta al girarse. Y no, su tono no ha sido precisamente agradable.

—Tenía que hablar un asunto con mi...

—... Con tu madre —termina ella la frase por mí.

—Sí, con mi madre. Con Silvia Lasierra —digo el nombre completo de mi progenitora tan solo para recordarle a Ainhoa que ella será mi jefa, pero mi madre tiene más poder que ella.

—No voy a tolerar más retrasos, Luz —me advierte.

—Ainhoa, tampoco creo que por 5 minutos...

—No, Ainhoa no. Soy la chef Ainhoa Arminza, tu jefa. No me trates con tanta familiaridad, me debes un respeto.

¿Esta tía está bien de la cabeza? ¿Quién se piensa que es? ¿Karlos Arguiñano? ¿Alberto Chicote? Me niego a tratarle de usted, me niego en rotundo.

—¿Es en serio?

—Yo nunca bromeo —dice muy severa—. Ahora ponte a trabajar. Les he comentado a tus compañeros que tienen que realizar un plato innovador y, si me gusta, lo añadiremos a la carta. Tenéis hasta el final de turno.

Acato su orden por el momento. Sé que esto no se va a quedar así. Que disfrute mandando mientras pueda. La venganza se sirve en plato frío y mi venganza va a estar congelada.

***

Son las cinco de la tarde. Todos hemos terminado nuestros nuevos platos y procedemos a que los pruebe uno por uno la nueva chef. Lo peor es que todavía falta una intensa hora en la que soportarla. Tiene seis platos por delante y el mío es el último. Con lo exigente que es, estoy segura de que no le va a gustar ninguno.

Mientras preparábamos los platos me ha puesto nerviosa e inquieta más de una vez. Sus continuos paseos y miradas para comprobar cómo trabajamos me alteran. Me alteran mucho. En más de una ocasión me ha pillado resoplando, pero bastante que me he contenido y no he dicho nada. Con lo que yo soy eso es casi un milagro.

Por su parte, entre degustación y degustación de platos, aporta pequeños comentarios para mejorar las recetas. Nosotros también probamos cada plato tras ella. Quiere que todos opinemos para así poder dar un nuevo enfoque o matiz a estas comidas.

Este ejercicio tan solo lo realicé una vez en la escuela de gastronomía. Es posiblemente la única buena idea que haya tenido esta mujer en su vida, aunque puede ser una iniciativa copiada. Quizá haya ido a la misma escuela que yo.

Es cierto que el anterior chef del restaurante nunca quiso poner en práctica por mucho que yo le insistí. Era de mente cerrada y decía que su puesto requería de mucha disciplina como para dejar que todos nos creyésemos con la capacidad que él tenía. No me caía bien, la verdad sea dicha.

Llega el turno de que Ainhoa saboree mi pequeña innovación que consiste en un lomo de cerdo acompañado de una pequeña salsa algo especial. Es una fusión de sabores que siempre me ha gustado. Ella cierra los ojos y mastica despacio.

—Me gusta. Me gusta bastante. Lo único que la carne está un poco dura —explica.

—Seguro que el cerdo no era amigable —bromea Paolo.

—Paolo, por favor, las bromas guárdalas para tu tiempo libre —le recrimina la chef y lo fulmina con la mirada.

Yo no lo voy a defender, que ya es mayorcito él. Paolo no sabe medir sus palabras y mantener cierta sensatez en determinados momentos. Dice que lo hace para destensar el ambiente, pero siempre consigue lo contrario.

—Luz, Ramón y Juncal, vuestros platos son los que vamos a añadir a la carta, ¿vale? Mañana seguimos.

—¿El mío? —pregunto sin creerlo.

—Sí, el tuyo y los suyos. ¿Qué pasa? ¿No crees que esté a la altura?

—Por supuesto que está a la altura, es solo que... —reflexiono en voz alta hasta que me doy cuenta de que debo callarme—. Nada, nada.

Pretende ganarse mi simpatía al premiarme con que una de mis recetas esté en la carta del restaurante, pero no lo va a conseguir. No soy tan fácil de contentar. Además, mi plato es de los mejores. No es porque sea mío, solo hay que tener buenas papilas gustativas.

Entro en el almacén, me quito el delantal lo más rápido posible y salgo disparada hacia el despacho de mi madre. Ahora sí que voy a contarle mi altercado con Ainhoa y sus continuos desafíos en cocina. Así podrá ser ella la que decida qué hacer.

Golpeo la puerta de la oficina, con los nudillos, una y otra vez. Nadie abre. Por eso, José Antonio, el recepcionista, se acerca y me dice que mi madre se ha tomado la tarde libre. No me queda otra opción que hablar con ella en casa sobre este asunto, aunque me tenga prohibido llevar los problemas del trabajo a casa.

Las cocineras tortilleras (#Luznhoa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora