4. (CAPÍTULO FINAL)

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Belén se despertó al oír ruidos en la habitación contigua a través del altavoz del vigila-bebés y miró la pantalla. Vio a Carlos moviéndose en su cama y esperó, por si no había sido nada y volvía a quedarse dormido. El pequeño pareció intentarlo, pero sin suerte. Sus pupilas brillaban como estrellas en la cámara de luz infrarroja. Belén pensó que quizá se hubiera despertado debido a que tenía la vejiga llena, así que retiró la sábana y salió de la habitación sin hacer ruido, porque Gerardo era de los que no se despertaban ni aunque cayera una bomba en el salón.

Belén encendió la luz del pasillo y entró en la habitación de Carlos.

—Mami —dijo el pequeño cuando la vio, incorporándose hasta quedar sentado en el colchón.

—¿Qué pasa? ¿Tienes pipí? —preguntó Belén.

—No —contestó el niño, abrazado a Bubu, su osito de peluche.

Belén le ofreció agua, y Carlos sorbió de la pajita.

—¿Entonces, qué? ¿Una pesadilla? —le planteó Belén.

—No. Pesadilla no. No me ha dado miedo —contestó Carlos—. Era la señora de pelo blanco.

Belén sabía de quién hablaba porque Carlos llevaba una temporada de sueños recurrentes en los que se topaba con una señora de pelo blanco que, sin ninguna razón en particular, se ponía a hablar con él. Los detalles eran siempre muy vagos, como sucedía con la mayoría de los sueños. Belén no estaba preocupada porque su hijo no parecía despertarse asustado ni agitado.

—¿Y qué pasaba? ¿Te ha dicho algo? —preguntó.

—Puede. Pero no lo recuerdo —contestó el pequeño, que dentro de tres meses cumpliría cuatro años—. Comía uvas.

—Como siempre —apuntó Belén.

—Sí, como siempre —corroboró Carlos. Luego, tras balbucear algunas palabras que todavía le costaba pronunciar—: Mamá, quiero uvas.

—Ahora es de noche y las tiendas están cerradas. Las compraremos mañana, cuando salgas del colegio, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —accedió el pequeño Carlos.

—Venga, túmbate y vuelve a dormirte —le indicó Belén.

El niño hizo lo que le dijo y apretó con fuerza, contra su pecho, a su osito Bubu. Belén lo arropó hasta los hombros y le dio un tierno beso en la sien. Se disponía a irse cuando Carlos la llamó.

—¿Qué?

—¿Algún día, cuando me despierte, recordaré lo que me dice? —quiso saber.

Al parecer, la anciana y él conversaba durante un buen rato —en varios de esos sueños recurrentes, Carlos bebía limonada—. Pero, al despertar, cuanto le había dicho se esfumaba como una nube de humo empujada por el viento.

—Estoy segura de que sí —repuso Belén.

Carlos parecía bastante tranquilo, pero a ella no le hacía la menor gracia todo ese asunto de los sueños reiterativos. Se preguntaba por qué los tendría, aún después de que el pediatra les restase importancia al no tratarse de terrores nocturnos. Belén había buscado información acerca de eso en Internet y, si tenía que hacer caso a lo que leía, su hijo podría estar reviviendo una vida pasada. Lo cual era una solemne tontería. Uno nacía, crecía, tenía una vida más o menos próspera, más o menos feliz, y moría. Belén no veía la reencarnación por ninguna parte. Pero mentiría si no se confesase a sí misma que tenía la esperanza de que algún día Carlos pudiera contarle más cosas de aquel sueño.

Apagó la luz del pasillo y regresó a la cama. Gerardo, tendido boca arriba, roncaba en su lado del colchón. Como siempre, no se había enterado de nada.

FIN

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