EL HOLOCAUSTO DEL CONOCIMIENTO

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Cuando empezó el mes de noviembre, el tiempo se volvió muy frío. Una joven encapuchada avanzaba entre la iridiscente nieve. Apretaba contra su pecho una reliquia muy valiosa, pues en el reino de Zeldán, ser lector significaba ser hereje. El nuevo rey había ordenado destruir todo libro existente, para su gobierno estos eran una creación de los demonios.

Biblia contempló su libro, llorando en silencio. Aquel sádico discurso había encogido su corazón. Ahora, su único deseo era salvarlos, las reliquias del sagrado conocimiento. Aquel desfile de palabras era la única esperanza para la humanidad, la única luz frente a la oscuridad de la ignorancia.

Sus manos temblaron cuando llamó a la puerta. Fue uno de los guardianes quien la recibió, con gran alivio y la serenidad de alguien sabio, alguien que lee.

—Acabas de salvarnos.

Aquel lugar era una biblioteca, con los pocos libros supervivientes del Holocausto del Conocimiento. Unas ancestrales catacumbas iluminadas con antorchas, cuyas estanterías no eran más que nichos en la piedra.

Por pequeño que fuera, su valor era inconmensurable y poderoso.

—He vivido guerras, epidemias, pero ninguna barbarie semejante a esta.

Días después, encontraron el cadáver del rey.

La sabiduría valía mucho más que la vida.

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