Capítulo 2: en el que Julio el Pudú llega tarde a casa

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A Julio el Pudú le dicen así porque es rápido, solo que es muy difícil darse cuenta. Del mismo modo en que, visto en proporción, las hormigas son las criaturas más fuertes en el planeta, así es rápido Julio el Pudú: visto en proporción.

Julio el Pudú está en el baño del Motel del Centro, desnudo. Se mira en el espejo mientras se lava las manos, la cara, el pene flácido.

-Eso fue rápido -dice la chica que lo espera en la cama.

-Disculpa -dice Julio el Pudú-. Si quieres lo repetimos otro día. O si quieres no nos vemos más.

-Nada de eso, veámonos cuando quieras.

-Pero pensé que no te había gustado, que había sido muy corto.

-Fue maravilloso, Julio -dice la chica tapándose con las sábanas hasta la cabeza-. Rápido y maravilloso.

Julio el Pudú quiere responder, pero se da cuenta de que no sabe el nombre de la chica. Podría decir "sí, fue maravilloso", pero cree que la omisión agrava la falta, así que prefiere guardar en silencio su ponderación del encuentro.

Amanece. Julio el Pudú le dice a la chica que es hora de partir y ella responde que por qué, que tienen hasta el mediodía. Julio el Pudú de nuevo siente que va a tartamudear y se limita a lanzarle su ropa.

-Vas a llamarme, ¿verdad? -dice la chica cuando ya están en el pasillo y se dirigen a recepción.

-Claro que sí -dice Julio el Pudú-. ¿Recuerdas el camino de salida? Es la tercera vez que pasamos junto a este cuadro. Creo que estamos perdidos.

-En los moteles tienen dos o tres copias del mismo cuadro. Los compran en serie, ¿no sabías?

-Eso no es cierto.

-Claro que sí.

-Claro que no. Me estás haciendo dar vueltas para que no nos vayamos.

La chica suelta una risita y lo guía por unas escaleras. Algunas parejas comienzan a salir también de sus habitaciones y todos parecen un poco desorientados. Un grandulón con sudadera negra mira a los ojos a Julio el Pudú y lo felicita con las cejas. Después hace un gesto triunfal hacia la chica que lleva bajo el brazo, una flaquita con muchos tatuajes de flores, como si fuese a garchársela ahí mismo. Julio el Pudú, sin saber qué responder, inclina su cabeza, lo que bien podría significar «grande, campeón» como «por mí que tú y tu flaca con tatuajes se pierdan para siempre en los pasillos del motel».

Si bien la actitud del grandulón le parece absurda, Julio el Pudú no puede evitar fijarse ahora con mayor atención en las parejas que buscan la salida. Compara. Sabe que el Motel del Centro es un extracto que explica al mundo: se es quien se conquista. Mira a la chica que lleva del brazo y se siente bien, muy bien, y un tonto al mismo tiempo.

La salida del motel parece la salida de un colegio trasnochado y un poco ebrio. Hay demasiada gente. Julio el Pudú se da vuelta y se sorprende: no recuerda haber entrado en un lugar tan grande. De todos modos, se dice a sí mismo, no recuerda mucho de las últimas horas. Mira a la chica que da saltitos hacia su auto y piensa que podría llegar a amarla. También sabe que sólo piensa esto porque no quiere verla nunca más.

-Mándale mis saludos a tu novio -se escucha una voz. Es el grandulón con la flaca de tatuajes de flores.

-No seas tonto -responde la flaca de tatuajes.

-¿Por qué tonto, nena? Sabes que te quiero sólo para mí.

-No seas tonto -repite la flaca de tatuajes, lo besa en la boca y se pierde al dar la vuelta a la esquina.

Gusanos de neónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora