Hace miles de años había un ángel dedicado a escribir la historia de la vida de una persona, incluso si esta no había nacido.
Dios le había asignado esta tarea desde el inicio de la creación, confiando en que ella lo haría mejor que otros. Ella estaba muy feliz y orgullosa de haber sido elegida para ese deber; hasta que un buen día, algo amaneció diferente en ella y se preguntó
—¿Qué pasaría si las personas escribieran su propia historia? ¿Si no estuvieran atadas a los libros que escribí?
Decidió preguntarle eso a alguien, y ¿quién mejor que el que le asignó ese puesto, en primer lugar?
Dios le dijo que no se preocupara, aunque también agregó que llegaría el día en el que los libros no serían necesarios ya que él confiaba en que la gente sabría aprender de sus propios errores.
—Creo que ese día llegó —se dijo a sí misma cuando terminaron de hablar.
En la tarde ella decidió quemar todos los libros; sin embargo, al quemarlos, ella también ardió debido a que Dios le había asignado ese deber y ella estaría ligada a esos libros por toda la eternidad.
A pesar de todo, otros ángeles lograron salvar algunas hojas. Esas hojas fueron conservadas y fueron parte de los destinos de las personas, muy a pesar de que ahora pudieran escribir el suyo.
Por eso es que a veces podemos escoger nuestro destino, y otras, ya estamos sujetos a él.