King Kong x Kumonga: Una historia de amor monstruoso

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King Kong era el rey de la Isla Calavera y de la tierra hueca, lugares llenos de criaturas prehistóricas, gigantes y peligrosas. Pero su vida cambió cuando unos humanos llegaron a la isla y lo capturaron para llevarlo a Nueva York, donde lo exhibieron como una atracción. Allí conoció a Ann Darrow, una bella actriz que despertó en él un sentimiento desconocido. Pero su amor era imposible, pues los humanos lo temían y lo atacaban. King Kong escapó con Ann y trepó al Empire State Building, donde fue abatido por unos aviones. Ann lloró su muerte, creyendo que había perdido al único que la había tratado con bondad.

Pero King Kong no estaba muerto. Su corazón seguía latiendo gracias a un implante de titanio que le habían puesto unos científicos secretos. Lo trasladaron a un laboratorio subterráneo, donde lo mantuvieron en coma durante diez años. Durante ese tiempo, le hicieron experimentos para potenciar sus habilidades. Le dieron poderes eléctricos, como los que había adquirido al luchar contra Godzilla en el pasado. Le pusieron una mochila cohete para que pudiera volar y unos brazaletes para desviar los ataques enemigos. Y le fabricaron un hacha con una de las escamas de Godzilla, capaz de absorber la energía atómica. Todo esto era parte de un plan para convertirlo en un arma de guerra.

Pero King Kong no quería ser un arma. Quería ser libre. Un día, despertó de su coma y se rebeló contra sus captores. Destruyó el laboratorio y escapó al exterior, donde se encontró con un mundo muy diferente al que recordaba. Los humanos habían construido ciudades gigantescas, llenas de ruido y contaminación. King Kong se sintió solo y confundido. Buscó a Ann, pero no la encontró. Se preguntó si ella aún estaría viva, o si lo habría olvidado.

Mientras tanto, en otra parte del mundo, una araña gigante llamada Kumonga vivía en una isla remota. Era la última de su especie, pues las demás habían sido exterminadas por los humanos o por otros monstruos. Kumonga era una cazadora solitaria, que tejía redes enormes para atrapar a sus presas. Pero también era una criatura curiosa y sensible, que admiraba la belleza de la naturaleza. A veces se sentía sola, y deseaba tener alguien con quien compartir su vida.

Un día, Kumonga sintió una vibración extraña en el aire. Era una señal de radio que provenía de un satélite espacial. La señal contenía un mensaje codificado, dirigido a King Kong. Era una trampa de los humanos, que querían atraerlo a una isla cercana para capturarlo de nuevo. Pero Kumonga no lo sabía. Ella solo percibió que la señal era similar a la que emitían sus antiguos compañeros cuando se comunicaban entre ellos. Kumonga pensó que tal vez había encontrado a otro de su especie, o al menos a alguien compatible con ella.

Kumonga siguió la señal hasta la isla donde estaba el satélite. Allí se encontró con King Kong, que también había seguido la señal, creyendo que era un mensaje de Ann. Los dos monstruos se miraron con sorpresa e interés. King Kong vio en Kumonga a una criatura hermosa y exótica, con unos ojos azules que le recordaban al cielo. Kumonga vio en King Kong a un ser poderoso y noble, con un corazón valiente y bondadoso.

Los dos monstruos se acercaron el uno al otro con cautela, pero sin miedo. Se tocaron con delicadeza, explorando sus cuerpos y sus sentimientos. Se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común: ambos eran solitarios y perseguidos por los humanos; ambos amaban la naturaleza y odiaban la guerra; ambos buscaban el amor y la libertad. Se sintieron atraídos el uno por el otro, y se abrazaron con pasión.

Pero su romance fue interrumpido por la llegada de los humanos, que habían seguido la señal del satélite. Llegaron en helicópteros y tanques, armados con misiles y cañones. Querían capturar a King Kong y matar a Kumonga. Los dos monstruos se defendieron como pudieron, usando sus poderes y sus armas. King Kong lanzó rayos eléctricos, voló con su mochila cohete, desvió los proyectiles con sus brazaletes y golpeó con su hacha. Kumonga disparó seda y veneno, saltó con agilidad, cortó con sus mandíbulas y arañó con sus patas.

Pero los humanos eran muchos y estaban bien preparados. Lograron herir a los monstruos y debilitarlos. Estaban a punto de darles el golpe final, cuando ocurrió algo inesperado. El cielo se oscureció, y una sombra gigantesca se proyectó sobre la isla. Era Godzilla, el rey de los monstruos, que había sentido la presencia de King Kong y había venido a desafiarlo.

Godzilla rugió con furia, y lanzó su aliento atómico contra King Kong. Pero este lo esquivó, y le respondió con un rayo eléctrico. Los dos titanes se enzarzaron en una batalla épica, que hizo temblar la tierra y el mar. Kumonga aprovechó la distracción para liberarse de sus atacantes, y se acercó a King Kong para ayudarlo. Pero este le hizo un gesto para que se alejara. Le dijo que Godzilla era su enemigo, y que solo él podía enfrentarlo. Le dijo que ella debía escapar, y buscar un lugar seguro donde vivir. Le dijo que la amaba, y que nunca la olvidaría.

Kumonga no quería dejarlo solo, pero comprendió que era lo mejor para él. Le dio un último beso, y se alejó de la isla. King Kong la vio marcharse, y sintió una mezcla de tristeza y felicidad. Luego se concentró en su combate contra Godzilla, dispuesto a luchar hasta el final.

Nadie sabe cómo terminó la batalla entre los dos reyes. Algunos dicen que King Kong venció a Godzilla, y regresó a la Isla Calavera. Otros dicen que Godzilla mató a King Kong, y se convirtió en el amo del mundo. Lo único cierto es que Kumonga sobrevivió, y encontró una nueva isla donde vivir en paz. Allí dio a luz a un hijo de King Kong, un pequeño monstruo que tenía el aspecto de una araña y pelaje de gorila. Kumonga lo llamó Kongo, en honor a su padre. Y le contó muchas historias sobre él, sobre su valor, su bondad y su amor.

King Kong x Kaijus y Titanes fems: One-ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora