Carla y Eva

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El sonido de las hojas secas, movidas por la brisa, amenizaba su imaginaria parcela de confort. Eva se sentía tranquila, por primera vez en mucho tiempo no tenía esa presión en el pecho que la corroía. Con los ojos cerrados convertía el árbol en el que se apoyaba en una hermosa tumbona y las estrellas invisibles, pero presentes en hermosos pájaros a los que el viento y las hojas caídas daban voz. A ella no le importaba la fría brisa que erizaba su piel, ya que en su cabeza era un día primaveral donde los problemas habían desaparecido gracias al consuelo de su nuevo amor.

La había conocido hacía poco, pero ambas sintieron una conexión intensa más allá de lo sexual. Las chicas sentían una retroalimentación entre ellas que no era normal. La compañía y las palabras de Carla hacían que a Eva le brotase esa sonrisa que hacía años que había desaparecido. La sonrisa de la segunda hacía que la primera se sintiera útil e importante para alguien. Ambas empezaron a creer en la posibilidad de una existencia divina, ya que habían encontrado un paraíso terrenal en el infierno.

La distorsión de la realidad fue finalizada por un terremoto envuelto en graves e inidentificables sonidos que hicieron que Eva abriera los ojos volviendo al mundo real. Sabía que la persona que la llamaba no era otra que su madre, y eso la hundió aún más. La progenitora la haría volver a casa, y por eso mismo esa sería la última noche en la que madre e hija estarían juntas bajo un mismo techo.

El día siguiente fue distinto, Eva no siguió con ninguna de las rutinas diarias y se fue a ver a Carla, a quien había citado en ese pantano en el que podían ser ellas mismas. Eva le propuso un plan que Carla no pudo rechazar, empezar una nueva vida alejada de los problemas y buscar un sitio al que llamar hogar. Ambas empezaron a organizar su huida y cuando estuvo todo planeado, estuvieron de acuerdo en formalizar su amor con un primer y tórrido beso. Carla cerró los ojos y Eva inclinó la cabeza. La respiración de ambas chocaba entre sí. Finalmente, el beso que tanto se había hecho esperar se formalizó, pero no de la forma que ninguna de ellas esperaba. El rostro de Carla se rompió en mil pedazos y el frío inundó el cuerpo de Eva. Una de ellas jamás había existido, Carla nunca había estado en el plano terrenal, sino en la mente de una hundida y desaparecida Eva. Mientras se hundía en el agua y se daba cuenta de que los momentos felices de su romance habían sido solo imaginaciones suyas, la luna no pudo aguantar al ver a esa joven ahogarse, y decidió mandarle sus lágrimas a que la acompañaran en su descenso. 

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