Ópera

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Leonardo inspiró profundamente, sacando todos sus nervios y miedos, fuera de su cuerpo. En frente suyo, un telón, y a su derecha, la famosa máscara que se hizo conocida gracias a la brutal película "V de Vendetta". Leonardo lo había clavado en los ensayos, pero hoy sería distinto, tenía que apuñalar a una compañera, María. El hombre, de mediana edad, cerró los ojos y se colocó la máscara, que, acompañada con la capa de color negro, dotaba al argentino de un aura siniestra. Agarró el puñal y cuando la actriz dijo su frase "siento que alguien me vigila, pero no sé quién es", el personaje que interpretaba Leonardo, hundió el falso puñal en la nuca de la muchacha. Esta puso los ojos en blanco y se desplomó en el suelo. El público, los administrativos... nadie se atrevió a dejar salir un sonido de su garganta. Tras esos segundos angustiantes, María levantó la cabeza y empezó a entonar una melodía digna de la mejor diva. Tras las tristes palabras y las hermosas notas, la ópera se dio por finalizada.

Tras el final de la ópera, el argentino se dirigió a su camerino para deshacerse de sus vestiduras medievales, además de la máscara. Pese a su buena actuación dentro de la obra, él no iba a salir de copas con los demás actores y cantantes. Al ser solo un actor de reparto, necesitaba de varios trabajos y giras para poder llegar a fin de mes. Hoy, como en una de tantas noches, Leonardo se dirigió al centro de la ciudad. El hombre, que llevaba una bolsa, iba arrastrando los pies con un claro síntoma de desdén. En contra de su voluntad, Leonardo se fue acercando cada vez más a uno de los garitos de moda de la ciudad. Se quedó de pie a lado de la puerta, y tras meditarlo durante unos instantes, decidió entrar, saltándose así la cola. Esta acción desencadenó ciertas quejas e incluso algún insulto, que hicieron que el portero saliese a poner paz. Aunque Leonardo sabía que tenía el permiso del dueño para entrar, los nervios se apoderaron de su cuerpo, algo que, por suerte, no le impidió hablar con el portero para comunicarle que venía a actuar esa noche. El segurata se río, ya que era consciente de la temática de la actuación, y le dejó pasar, guiándole hacia el aseo de personal, donde el argentino debería cambiarse para hacer su show.

Leonardo cerró el pestillo del baño y tras mirar a su alrededor, el alma se le cayó a los pies. El aseo donde se encontraba, era realmente un estercolero. Es cierto que era el de personal, pero estaba tremendamente sucio y asqueroso, habiendo restos de orina por los suelos. Intentó dejar la bolsa en algún rincón del baño mínimamente limpio, así que finalmente optó por dejarla encima del secador de manos. Tras esta acción, empezó a sacar unas mallas y unos zapatos de claqué. El argentino empezó a cambiarse de una forma parsimoniosa debido al tedio que le provocaba su propia actuación.

Cuando terminó de ponerse la vestimenta acorde para el show, apoyó todo su peso en el lavamanos y empezó a sacar el maquillaje de la bolsa. Poco a poco fue maquillándose, empezando por los labios, las pestañas... tras unos minutos ya estaba listo para salir a hacer reír a la gente. Quería arrancarse el pelo de los nervios, pero tenía que controlarse, ya que dicha acción solo le traería dolor, frustración y arruinar el maquillaje que tanto rato le había costado aplicar sobre su piel. Para frenar sus impulsos, cerró sus ojos y empezó a respirar imaginándose una ola. Inhalaba por la nariz imaginando que la ola crecía lentamente hasta que él mismo exhalaba parsimoniosamente el aire que quedaba en sus pulmones. Repentinamente, se imaginó en un velero, surcando un mar sin olas ni tierra en cientos de kilómetros a la redonda. El sueño por el que trabajaba, se convirtió en una mar picada en el mismo momento en el que el dueño del local llamó a la puerta y le hizo salir del baño para verle. Leonardo no se esperaba un apretón de manos, que obviamente no sucedió, pero tampoco vio venir el comentario del hombre que le había contratado "mira, parece que ha salido un mimo del baño". Eso, junto a la risa del suso dicho, le hundió un poco más en el fango.

El argentino fue empujado levemente hacia el escenario, y tras aparecer en él, su mente se nubló. Tenía a más de cien personas frente a él y aunque los nervios, la ansiedad y el pánico le acompañaban, fue capaz de destruir esa barrera mental y empezó a actuar. De pronto se encontró saltando, bailando y haciendo de mimo. El público reía entusiasmado, pero lo que más les gustaba no era el show, era la humillación de una persona. El argentino, que se dio cuenta de eso, se replanteó su forma de vida y paró de bailar. Aunque llevaba un estúpido maquillaje en la cara, no dejaría humillarse más, así que dio media vuelta y se marchó detrás del escenario entre insultos y objetos lanzados por el público a quien Leonardo consideraba unos simios.

El actor se dirigió rápidamente hacia el baño dispuesto a ponerse sus prendas cotidianas. Aunque la bolsa había sido lanzada al suelo manchándola de orín, Leonardo no le hizo ascos y se cambió rápidamente para, posteriormente, lavarse la cara en un burdo intento para desmaquillarse. Pese a lo que pensaba, salió indemne del local y se fue andando rápidamente hacia casa. El viento de la medianoche pasada, le cortaba la cara, causándole dolor y haciéndole sentirse vivo. El dolor causado por la frialdad del viento, no le impedía sonreír, por fin había plantado cara a alguien que había abusado de él.

Leonardo, con las manos secas, sacó las llaves de la bolsa, y abrió el portal sonriendo. Era consciente de que no iba a cobrar y, por lo tanto, pasaría por dificultades económicas, pero la adrenalina que corría por sus venas, hizo que eso no fuese un problema inmediato. El empoderado actor subió los tres pisos que le separaban de su vivienda, a pie. Tras entrar en casa, lanzó sin preocupación la bolsa con la ropa y el maquillaje. Acto seguido, se dirigió al baño para terminar de quitarse esa máscara en forma de maquillaje que aún permanecía en su cara. Ya no tendría que dejarse humillar ni hacer ver que era feliz ante un público alcoholizado en busca de una diversión fácil.

Mientras los días pasaban y el fin de mes se acercaba, esa valentía que había cautivado a Leonardo, iba transformándose en miedo y angustia. Era obvio que estaba orgulloso de lo que había logrado, pero a medida que el día 31 se acercaba, el hambre le hacía ver que, algunas veces, lo mejor era dejarse humillar. No tenía trabajo, y la gira de la ópera ya había terminado, por lo menos de momento. Sin dinero ni ninguna experiencia laboral, Leonardo no tenía nada, y eso junto al hecho de no salir de casa para no encontrarse al casero, le enloquecía. Los días fueron pasando con el argentino encerrado en su casa, más que una persona parecía una planta. Uno de esos días, el insomnio llamó fuerte a su puerta y Leonardo no supo cómo reaccionar, no podía dormir y eso le causaba una gran ansiedad que se multiplicaba cuando recordaba todos sus problemas. No aguantó más, ese hombre parecía haber estallado de una vez por todas. Mientras se levantaba de la cama, una risa ansiosa y descarnada llenaba su cara. No tenía motivos para reírse ni ser feliz, pero su cuerpo intentó echar la ansiedad a base de risas, algo que no logró. Iba andando por el piso diminuto hasta que entró en el baño, y allí se encontró de frente con su némesis, él mismo. No soportó ver en lo que se había convertido, era incapaz de mirarse en el espejo, así que sin pensarlo dio un cabezazo en el cristal que hizo que se rompiese. Para él, eso no era suficiente, necesitaba destrozarlo, así que pegó algunos puñetazos en los vidrios que quedaban en pie, y cuando terminó, agarró dos esquirlas.

Su objetivo principal era clavárselas a toda esa gente que se había burlado de él, pero ese día no tenía la fuerza suficiente, es por eso que se sentó y se las clavó en el antebrazo para así poder abrir su carne. Por desgracia no consumaría su venganza, pero sí que podría descansar en paz.  

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