Capítulo once

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El Sol coronaba el cielo e iluminaba las pocas nubes que viajaban lentas y a una baja altura, impulsadas por el viento helado que se podía sentir en el ambiente. Los árboles del parque mecían sus ramas al compás del viento, provocando que las hojas secas cayeran al suelo y formaran un amplio tapete crujiente que mezclaba distintos colores rojos y naranjas.

Mariana, quien llevaba puesto un vestido corto de color rojo y la misma chamarra de mezclilla con los pines que había usado días atrás, estaba sentada en una de las bancas del parque y fumaba con ligera ansiedad mientras miraba la casa de Julio; del otro lado del parque, frente al lienzo charro, un grupo de niños rompían una piñata mientras que varios adultos estaban reunidos junto a un enorme asador. La música de la Sonora Matancera que salía del equipo de sonido se podía escuchar claramente hasta donde estaba sentada Mariana:

Recordando tu querer

y pensando lloraba,

mira que yo tengo fe

que yo nunca te olvidaba.

Mira que yo tengo fe

que yo nunca te olvidaba.

Mala mujer, no tiene corazón.

Mala mujer, no tiene corazón...

—Un peso por tus pensamientos —sentenció Rina, sorprendiendo a Mariana por detrás y provocando que ella diera un pequeño salto—. ¡Tranquila! Así tienes la conciencia —agregó luego de sentarse a su lado. Ella iba vestida con una blusa blanca y holgada, un chaleco negro que combinaba con una falda de pretina alta y unas mallas de diferente color en cada pierna, una blanca y la otra negra.

Mátala, mátala, mátala, mátala.

No tiene corazón, mala mujer.

—Yo tengo mi consciencia limpia, todo lo que estoy haciendo es por amor —respondió Mariana, muy segura de sí misma y sin quitar la mirada de la casa de Julio.

—Vámonos ya, solo nos hace falta el corazón del cisne y tu posesión más preciada —exclamó Rina, mirando con alegría el momento en que la piñata se rompió y los niños se lanzaron por la fruta que cayó al suelo.

—Dime algo, ¿crees que estoy haciendo lo correcto? —La pregunta de Mariana provocó que Rina la mirara con sorpresa.

—No, no, no, no, no, no, no... Ahora no me vas a salir con eso —dijo Rina, molesta y cruzándose de brazos—. Hemos engañado, robado y matado a quién sabe cuántas personas con tal de conseguir a los amores de nuestras vidas como para que ahora me digas que te estás echando para atrás...

—No, claro que no me refiero a eso —interrumpió Mariana, lanzando la colilla del cigarrillo al suelo—. Solo tenía duda sobre lo que Victoria y Brig habían dicho sobre el amor verdadero.

—Bueno, Brig puede ser muy... Pesado con ese tipo de cosas y Vika, aunque créeme, la adoro, de repente es muy santurrona. —Aquellas palabras provocaron que Mariana riera ligeramente—. Pero si de algo estoy segura es de que la poción va a funcionar como debe. Él amor que Julio sentirá por ti no va a ser una ilusión, va a ser real.

—¿De verdad? —La mirada de Mariana reflejaba duda. Rina sonrió con dulzura y continuó:

—Sí, de verdad. No tienes nada de qué preocuparte porque después de que Julio tome la poción, él y tú... —Rina guardó silencio al observar a Julio salir de su casa. Ella, sin decir nada, le hizo un gesto a Mariana para que volteara a verlo. Julio llevaba la misma ropa que había usado en la Akrópolis, tenía el cabello desaliñado y un moretón en el rostro, que enmarcaba más la expresión sombría que llevaba a cuestas.

[Ella #0] Ella: o cómo aprendí a destilar una poción de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora