21

39.2K 6.3K 628
                                    

* * *


Se detuvo afuera de un restaurante al que solía ir con Marcela. No era lo más especial del mundo, solo unas cuantas mesas rojas con el símbolo de Coca Cola al frente y un carrito en la esquina, donde un hombre preparaba los alimentos, enfundado en un delantal blanco y un gorrito en forma de barco.

Llevaba un cuchillo plano y cortaba algo que no era capaz de ver debido a la distancia existente todavía.

No solía ir a esos lugares, hacía mucho tiempo que no pisaba un sitio así; pero lejos de disgustarle, amo tanto el olor del aire que se bajó antes que él.

Dos órdenes de tacos al pastor y dos botellas de refresco se convirtieron en la cena. Ella observó que era de toronja, su jardinero amaba la soda de toronja, otra pista más para su colección.

Degustó la comida, el silencio se precipitó en la mesa, así que se aclaró la garganta, desesperada por encontrar las respuestas que tanto necesitaba.

—¿Siempre eres así de serio? —preguntó, clavando sus ojos en los movimientos de su boca al masticar.

—Siempre —contestó, seco.

—Te gusta el refresco de toronja —susurró. Hugo detuvo su mano a medio camino y la miró con la ceja alzada—. ¿Qué dices de la pizza, los videojuegos y los cacahuates?

Se quedó quieto por un segundo, pero luego siguió comiendo como si nada.

—No había otro sabor. —Se encogió de hombros—. A todo el mundo le gusta la pizza, a la mayoría de los hombres le gusta jugar videojuegos y no soy mucho de comer cacahuates.

Seguramente intentaba jugar con sus pensamientos, entrecerró los ojos con sospecha, pero no pudo sacarle nada más. Después de eso, no hablaron de mucho, solo de cosas superficiales y ella se arrepintió. Tal vez no era él y lucía como una demente

Más tarde, volvieron a la motocicleta y ella le indicó su dirección. Descendió y le entregó el casco protector.

—Gracias por esta noche, Hugo —susurró y agachó la cabeza, no sabía por qué se sentía tan decepcionada—. Nos vemos el lunes.

Se despidieron como los compañeros que eran. Flor entró en su departamento y observó su portátil, preguntándose si nunca volvería a saber de él. Sus ojos se cristalizaron, comprendiendo que se había enamorado y no tenía cómo encontrarlo, no sabía cómo decírselo.

La mañana llegó y él despertó con un quejido, una voz infantil le pedía que se levantara. Solo quería dormir hasta que sus párpados no se sintieran tan pesados.

—Marcela, es fin de semana, ve a dormir —dijo con el pensamiento perdido y el timbre adormilado. ¿Por qué tenía que ser tan hiperactiva? Bien podría haber sido la reencarnación de un torbellino.

Se carcajeó cuando sintió la lengua babosa de Cacahuate lamer su mejilla. ¡Esa pequeña era un torpedo!

—¡Ahora verás! —Se levantó de golpe, ocasionando que la chiquilla soltara un grito eufórico y saliera corriendo como un pequeño rayo. Los ladridos del doberman lo acompañaron hasta que la acorraló y la levantó para sacudirla en el aire.

Marcela reía, él también.

Después de un que otro juego, empezaron su mañana de sábado. Siempre desayunaban y luego pasaban el resto del día solos, disfrutando de la compañía que no habían tenido en toda la semana. Los huevos con jamón eran el único estilo de huevos que sabía preparar el padre, misteriosamente, el platillo que prefería Marcela en las mañanas.

Un jugo de naranja y un vaso de leche; una tortilla y un pan tostado. Eran diferentes en muchos aspectos.

Llegaron a un acuerdo, irían a pasear con Cacahuate, darían un paseo en el parque y luego irían a casa de los abuelos a cenar. Era un buen acuerdo, Marcela estaba emocionada por ver a los viejos Arrazola. Sus abuelos siempre la mimaban.

A eso de las seis, le pusieron la correa al animalillo, que de chico no tenía nada, y salieron al sol de la tarde, el cual empezaba a decaer. Se acercaron al parque de la colonia, no lo frecuentaban demasiado, pero estaba bien con salir un poco.

El can estiraba, queriendo olfatear todo lo que se encontraba a su paso, era grande, así que Hugo tenía que hacer fuerza para que no se le fuera de las manos.

—¡Papa! ¡Cacahuate! —El grito de pánico lo hizo reaccionar. Tomo a su hija en brazos, quien había comenzado a llorar, y persiguió a su mascota lo más rápido que pudo. La próxima vez compraría esas correas con candado integrado.

Lo divisó corriendo a toda velocidad, por un momento sintió temor de que atacara a alguna persona, pero no era agresivo, así que le restó importancia. Sin embargo, el alma se le fue a los pies cuando reconoció a alguien, el perro se detuvo justo con ella. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Todo se estaba yendo al carajo, ella ya sospechaba, esto solo lo confirmaría. ¿Ahora qué?

Sabía que vivían demasiado cerca desde el día que la había llevado a su departamento borracha aquella posada; pero eso era una burla, ella se iba a dar cuenta de todo y se iba a reír en su cara. ¡Mierda! No podía esconderse sin que Marcela hiciera un escándalo y no podía irse sin Cacahuate —que además tenía una placa con su dirección—. Estaba jodido, estaba atrapado.

Disminuyó el paso, vio el momento exacto en el que Flor se agachó y acarició al animal. En ese momento detestaba a la legumbre. Su jodida idea de acercarse a ella le estaba escupiendo en el rostro.

Ella tomó la placa y frunció el ceño, su corazón tembló cuando ella buscó algún rostro entre el gentío y se trabó en él, reconociéndolo. Su boca se abrió y una chispa cruzó por esos ojos negros que tanto le gustaban.

¿Qué le iba a decir ahora? ¿Tenía que decir algo? ¿Quería que se avergonzara en público? Jamás iría a pasear a un parque de nuevo, eso era más que lógico.

Marcela se revolvió en sus brazos, así que la puso en el suelo. La pequeña corrió en busca de su mascota y a él no le quedó otra opción más que ir al matadero.

—Hola —dijo él un tanto incómodo, esperando que ella dijera algo, pero recibió una sonrisa sincera que lo relajó.

—Hola —contestó. Luego, sus pupilas bajaron a aquel que movía la cola con felicidad. ¡Estúpido perro!—. No deberías dejar que Cacahuate vaya por ahí espantando a todo el mundo, no es tan pequeño, ¿sabes?

No supo qué contestar, así que no musitó palabra alguna. La joven se arrodilló junto con las dos criaturas en el suelo y acarició detrás de la oreja al can.

—¿Es tuyo? —preguntó ella a la niña, la cual sonrió de oreja a oreja y asintió, sacudiendo la cabeza—. Es precioso.

Le faltó el aire al contemplar esa escena, se sintió avergonzado, también con unas inmensas ganas de abrazarla y pedirle una oportunidad; pero no sabía lo que pasaba por su mente. Ya habían pasado algunos días desde la última vez que había hablado con ella siendo jardinero, ella había dejado las cosas claras, aún así, la seguía queriendo. No obstante, no se pondría en medio de sus deseos.

Flor terminó levantándose y clavando sus pantanos en él.

—¿Quieres que hablemos? —cuestionó al no encontrar mejor opción, no iba a hacerse el tonto. Se sorprendió cuando ella afirmó con un sonido nasal. Buscó un lugar donde pudieran hablar, pero donde pudiera mantener un ojo sobre Marcela.

Los dos caminaron hombro con hombro hacia una banca. Una vez sentados, él lanzó un suspiro y se aclaró la garganta.

Por Dios que la amaba, por Dios que le dolía saber que su corazón era de otro, por Dios que no soportaba saber que lo había intentado y había fallado.


-*-

Aquí, inspirada a la una de mañana :v

¿Ya forman parte de mi grupo de lectores? En facebook está como "Lectores de Zelá Brambillé", te espero *-*

Mil disculpas si hay errores, prometo editar todo cuando termine.

Besos :*

Para mi Flor © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora