𝟷

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── Solo tenés que decir que casta sos, ¿Por qué lo complicas todo, eh? ──inquirió con ligero tono burlón, manteniéndolo preso contra el suelo, aplastando su pecho con la suela de la bota. inmovilizándolo todavía más de ser posible. 

── Basta, Spreen. ──exige el extranjero tomándolo del brazo, quitándolo de su encima.

Las cosas no habían salido como hubiera imaginado. Lo había tirado al suelo sin esfuerzo con una patada e inmovilizado con rapidez contra el piso en menos de dos minutos. Pero no se arrepentía, al menos le había dejado la nariz rota.

── Nos vamos, niño. Cuídate. ──se despide sin decir mucho el francés, empujando a los otros dos fuera de la pequeña tienda, siguiendo su camino con pequeñas quejas y una que otra palabra altisonante por parte del pelinegro.

Gruñe limpiando la suciedad del suéter y se levanta del piso sosteniendo sus costillas, paralizado por el dolor que se instala en su pecho producto de la gran patada que había recibido.

Los pasos apresurados roban el silencio del lugar y pronto los brazos de su pequeño lo atraparon en un enorme abrazo, claro, siendo delicado con el agarre para no lastimarlo.

── ¡Papá! ──llama con voz ronca y notable miedo.

Aliviado de haber persuadido el peligro, suspira con cansancio y lo atrapa en sus brazos para consolarlo. Entendía que estuviera asustado, imaginaba que ver a su padre siendo sometido por alguien más grande y fuerte, armado, además, debía ser por mucho mortificante y alarmante.

Por largos minutos permaneció sentado en el suelo con el menor pegado a su cuerpo como un koala hasta que se tranquilizó. El día se estaba yendo y ya podía notar algunos zombies deambulando por la calle, era cuestión del tiempo para que llegará el atardecer y con ello las hordas de zombies movidos por la luz y el sonido.

Acarició con cuidado la espalda pequeña y dejó un pequeño pico en la frente del menor, separándose poco a poco. Los ojitos violáceos le admiraron con cuidado y una sonrisita se resbaló en los labios ajenos. Imitó su acción y acomodó un pequeño mechón de cabello descubriendo el rostro de su bebé.

── Tomemos lo que necesitamos y vámonos, ¿Va? Llegará la noche y tendremos que correr. ──informó vagamente con tono calmado admirando el lugar.

Aquel trío se había llevado botellas de agua, algunas latas y cosas del área farmacéutica. Ese parecía haber sido su objetivo principal. Arqueo una ceja algo confundido, casi lo habían dejado sin supresores y medicamentos para la fiebre e infecciones.

Raro, pensó.

Podía apostar que los tres eran alfas, al menos por su comportamiento. ¿Por qué necesitarían tantos supresores? Una pregunta a la que no tendría respuesta, supuso.

Alargó un suspiro al notar un par de cajitas de aquellas preciadas pastillas y se relajó. Al menos habían sido considerados y dejado algo para él o eran muy tontos para no ver esas cajitas tiradas bajo el mueble.

Lo agradecía, por x o y razón, así por lo menos tendría como combatir el celo que estaba a la vuelta de la esquina, Porque, aunque los zombies ya eran seres sin conciencia, el instinto seguía vivo, raramente y correr con hordas y un niño de 8 años por allí y por allá era una cosa demasiado agotadora y por mucho peligrosa, así que prefería evitar eso.

Ambos se pusieron de pie y a prisa empezaron a tomar un poco de todo. La mochila de Missa debía ser bastante más ligera para que pudiera correr bien o alcanzar su paso, así que el mayor peso caía en él, suerte tenía de haber estudiado para ser paramédico antes de que todo sucediera y que los entrenamientos de la universidad lo obligarán a cargar peso muerto que doblegara el suyo.

── Ten, come algo antes de salir, hay que tomar fuerzas, parece que hoy tendremos que correr, ese trío de cabrones no mató mucho y no despejaron la zona. ──informa tomando un paquete de galletas y una botella de agua. Missa asintió contento, abriendo gustoso el suyo.

Largos minutos después sus estómagos estaban satisfechos y ya estaban listos para salir. Tenían una hora y media de luz, así que debían ser rápidos y evitar confrontaciones con hordas u otros sobrevivientes, aunque el verdadero peligro eran los militares y los bandos que se encargaban de provocar el caos. 

Tomados de la mano recorrieron las calles en busca de un lugar seguro en el que pudieran pasar la noche, ya que su antiguo hogar había terminado consumido por las llamas en un altercado con otros bandos y ahora se dedicaban a buscar lugares temporales en los que pasar unos días o en su caso, noches.

Una pequeña casita abandonada fue su salvación a pocos minutos del atardecer. Habían tenido suerte, solo había un par de infectados en la zona y en la pequeña vivienda aún quedaban algunas cosas. Bolsas de arroz, avena y un par de botellas de agua que podían utilizar.

Luego de asegurar mejor las entradas y salidas del lugar con muebles y las ventanas con tablas se permitió sentarse a descansar en el sillón individual junto a su pequeño, quien, jugando con tranquilidad sumido en lo suyo estaba casi recostado en el suelo del pequeño hogar.

Agotado se permitió descansar, cerrando los ojos y estirando el cuerpo. Qué no daría por vivir una vida normal, sin miles de peligros acechando en cada esquina, sin preocuparse por las provisiones o encontrar un lugar seguro para dormir. Sin necesidad de preocuparse demasiado en sobrevivir. Por devolverle la vida normal que alguna vez tuvo su bebé y que sin preguntar se le arrebató por un accidente tonto que convirtió a toda la humanidad en seres putrefactos y temibles caníbales.

Los piquetes en sus mejillas le despertaron del apenas sueño que llegaba, quitándole las ganas por cerrar los ojos al notar la preocupación en las facciones delicadas en el rostro de su pequeño.

── ¿Qué sucede? ──solicitó con voz apacible y adormilada acomodándose mejor en el sillón, prestándole completa atención.

Los ojitos violáceos viajaron de su rostro al juguete roto en las manos pequeñas. Una risilla escapó de sus labios y negó despacio, admirando al menor con amor.

── Lo rompí. ──anunció el menor con los ojitos aguados y la voz quebrada.

Enternecido admira al niño y acaricia su rostro con cuidado, regalándole una sonrisa genuina antes de ceder su mano para que le dé el pequeño juguete de acción. Missa con manos temblorosas se lo da y retrocede un paso hacia atrás.

── Puede arreglarse, era claro que se rompería, seguramente su antiguo dueño jugaba con él muy brusco y lo dejó muy débil, pero está bien, solo ponemos esto aquí. ──masculló moviendo una que otra pieza para darle más estabilidad al brazo del hombre de acción, dejándolo casi como nuevo.

Los ojitos violáceos lo admiraron con asombro.

Al notarlo listo le devolvió el juguete y lo admiró en silencio con una sonrisa en los labios. Missa era un niño delicado, muy tranquilo y valiente, demasiado inocente.

Y eso era lo que más le daba miedo.

Su bebé era un niño muy puro en un lugar demasiado caótico.

Los peligros eran muchos y todavía no presentaba su segundo género. Temía que fuera un omega, porque su futuro sería siempre muy deprimente y constantemente tendría que enfrentarse a malas experiencias.

Podía decir que su mayor miedo era que Missa se presentará como omega y que viviera el mismo infierno que él.

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