Calor, eso fue lo primero que sintió, calor que quemaba desde su vientre y se extendía por todo su cuerpo. Después vino la desesperación, de poder controlar la lujuría, y entonces el collar en su cuello le pareció muy molesto, así que llevó sus manos temblorosas para tratar de abrir el broche y liberarse de él, pero sus movimientos fueron interrumpidos por dos fuertes brazos que lo elevaron con facilidad del suelo y empezaron a llevarlo lejos de ahí.
Había un aroma increíble en el ambiente, uno que opacaba el de las flores y los árboles, era cómo una deliciosa amalgama de sus olores favoritos. Olía a café, canela y madera, justamente como recordaba que olía la cabaña de verano que solía visitar con sus padres cuando era niño, muy cómodo y delicioso. Aunque esta vez había una enorme diferencia, porque en el pasado se había sentido seguro y a gusto, pero en ese momento sólo deseaba que la fuente de ese olor lo envolviera y no lo dejara ir hasta que el calor en su vientre se calmara por completo.
Apretó sus manos contra lo que parecía ser una amplia espalda, y aunque su mente estaba nublada por el celo pudo comprender que estaba siendo llevado por un hombre grande que olía delicioso. Debía tratarse de un Alfa, era lo más lógico, tal vez alguno de los tantos guardias que habían llegado para recibirlo había reaccionado a su celo a pesar del supresor… aunque era un suceso extraño ya que usaba los mismos supresores desde su primer celo y nunca le habían fallado.
Apretó los ojos y gimió quedito, no quería pensar, se la pasaba todo el tiempo preocupado por miles de cosas y estaba harto de analizarlo todo. Tal vez sólo debía dejarse llevar, aunque estaba casi seguro que sus guardaespaldas harían hasta lo imposible para evitar que algo indeseado pasara… incluso si eso significaba enfrentarse a ese Alfa enorme que respiraba agitado mientras lo llevaba con rapidez por los pasillos de ese enorme palacio.
Gimió de nuevo cuando los movimientos contrarios parecieron detenerse de pronto, y notó que la razón era que habían entrado a lo que parecía ser una enorme habitación que olía justamente a la amalgama de feromonas que lo tenían en ese estado de somnolencia y calentura, haciendo obvio que se encontraba dentro de la guarida del hombre que hasta el momento lo tenía sobre el hombro.
Su cuerpo fue manipulado con facilidad y antes de que pudiera reaccionar fue lanzado contra una enorme cama que también estaba inundada con el aroma del Alfa, eso lo hizo cerrar los ojos y aspirar con gusto, sin ser totalmente consciente del enorme hombre que estaba de pie frente a él y lo veía con los ojos brillantes y la respiración agitada, cómo si fuera un delicioso nocadillo. Cualquiera que lo viera sabría que esa mirada era peligrosa, y que no faltaba mucho para que perdiera el control y empezara a devorar al objetivo que veía con tanta intensidad.
Dan se llevó las manos al cuello de nuevo, después de un rato revolviéndose con gusto en la cama, con la intención de soltar por fin el collar que estaba protegiendo su nuca. Sin embargo, el Alfa que había estado de pie sólo viéndolo le impidió hacerlo tomando sus dos manos entre una de las suyas con gran facilidad. El Omega gimió en protesta, y más aún cuando sus brazos fueron elevados con brusquedad sobre su cabeza, imposibilitando todos sus movimientos.
—No…el collar evita una marca no deseada… no creo que me pueda contener— los ojos de Dan enfocaron a duras penas el cuerpo sobre el suyo, y aunque no logró identificarlo con claridad, le pareció que era un hombre muy sexy.
El Alfa se acercó, olfateándolo con un poco de insistencia, cómo si estuviera comprobando que lo que su olfato captaba era cierto. Y para el desorientado Omega eso fue una invitación para liberar más feromonas, en oleadas concentradas, todo con el objetivo de terminar de provocarlo. Claro que, Dan no se esperaba que el increíble hombre sobre él se alejara bruscamente y caminara a grandes zancadas hacia un elegante mueble de madera negra, del que sacó dos jeringas.
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El Arreglo
FanfictionCuando tocas fondo dicen que sólo puedes salir hacia arriba, pero para el joven Rey de una nación en bancarrota las cosas parecían hundirse más y más cada día. Los tesoros se acababan y con su abuela en cama enferma decidió al fin ver las ventajas s...