Capítulo 3

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Diciembre, 1839

En un punto del camino entre Dejima y Kushima.


Fue sacada de la carreta, arrastrada y echada.

Sucedía una y otra vez, mientras se mantenía en vigilia.

La voz del verdugo había sido la misma que el hombre que le había cortado la cabeza a su padre. Nunca podría olvidarla. Se escuchaba con mando por encima de las otras, hubo risas y resoplidos de caballos, el sonido del viento, el susurro de pasos contra la tierra y charlas ruidosas.

Olía a tierra mojada, y a mierda.

Eran como ella, no, eran como los marineros ante la captura de un gran pez. El regocijo era papable, aunque no podía verlos. El idioma era incompresible para su oído, pero ya no podía distinguir palabras.

Gaijin no se había vuelto a decir en su dirección.

Su cuerpo había dejado de temblar, entumecido, acostumbrado al dolor y el frío, y en lo único que podía pensar era en la sangre. Ya no podía escuchar el sonido del mar.

Era cuestión de tiempo.

Porque estaba muerta.

Sabía que no viviría para ver a su madre, ni a sus hermanos. Su madre también moriría sin su padre y ella; sus hermanos, si no eran tomados por la iglesia, serían tomados por la armada. Sus hermanas encontrarían a hombres para casarse, y tendrían hijos antes de sus veinte.

Su familia nunca sabría lo que paso.

No habría tumbas para enterrar sus cuerpos.

Sara mordió sus labios agrietados, y escucho, atenta, las pisadas contra la hierba, acercándose. Su cuerpo no podía tensarse más, pero aguanto la respiración.

El frío solo la hizo sentir peor.

Dedos callosos tomaron su mentón, y sintió la respiración putrefacta chocar contra su rostro. Sara sintió la bilis subir por su garganta.

Nuestro señor estará complacido por esta captura.

El tono de voz se escuchó jocoso, y Sara apretó sus dientes cuando los dedos se movieron por la curva de su cuello, en toques bruscos, probando la piel.

Isao-senpai, ¿podemos tocarla? — Esta segunda voz se escuchó ansiosa, casi como la de su hermano más pequeño, cuando quería hacer desesperadamente algo, pero no podía hacerlo.

Sara agradecía a Dios no entender ni un poco lo que decían.

Un golpe seco resonó, haciendo que saltara ante la sorpresa, y risas profundas resonaron a su alrededor. La mano en su cuello subió hasta cubrir todo su rostro, y apretaron sus mejillas hasta el punto del dolor. Sara mordió su lengua para aguantar el quejido que quería salir de su boca.

No, Jiro, aún no podemos tocarla como todos queremos hacerlo. Tenemos que cumplir hasta el final con nuestro señor. Una vez que decida qué hacerle, podremos disfrutar de su cuerpo.

La mano soltó su cara, y escucho el arrastre de los pasos contra la hierba, ella respiró y oró. 

 

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⏰ Última actualización: Feb 04 ⏰

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El secreto de la Corte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora