En el principio, no había nada. Ni luz, ni oscuridad, ni forma, ni vacío. Solo había una fuerza infinita e inmutable que lo abarcaba todo. Esa fuerza era Chronos, el ser cósmico que no tenía percepción temporal. Chronos existía desde siempre y para siempre, sin principio ni fin, sin pasado ni futuro, sin cambio ni movimiento. Chronos era el tiempo mismo, pero no lo sabía.
Chronos no tenía conciencia de sí mismo ni de su poder. No tenía sentidos ni emociones, ni deseos ni voluntad. No tenía nombre ni identidad, ni propósito ni destino. Era solo una presencia eterna e inerte que lo impregnaba todo.
Pero un día, algo ocurrió. Algo que nunca había ocurrido antes. Algo que rompió el equilibrio perfecto de Chronos y lo sacudió de su letargo. Algo que lo hizo sentir por primera vez.
Fue un destello. Un destello de luz que surgió de la nada y duró solo un instante. Un destello que atravesó la inmensidad de Chronos y le rozó con su calor y su brillo. Un destello que le hizo experimentar una sensación nueva y desconocida: la curiosidad.
Chronos se preguntó qué era ese destello y de dónde había venido. Se preguntó si volvería a aparecer y si podría alcanzarlo. Se preguntó si había algo más allá de él mismo y si podría descubrirlo.
Chronos sintió entonces un impulso irresistible de explorar y de crear. De dar forma a su propia existencia y a la de todo lo demás. De dar sentido a su propia naturaleza y a la de todo lo demás.
Chronos decidió entonces usar su poder para crear algo nuevo. Algo que le permitiera medir el tiempo y observar el cambio. Algo que le permitiera experimentar el movimiento y la variedad. Algo que le permitiera expresar su curiosidad y su creatividad.
Chronos creó entonces el tejido dimensional de tres dimensiones llamado Chaos. Chaos era un nombre que significaba "abertura", pues era la abertura que se abría entre Chronos y el destello. Chaos era el espacio mismo, pero no lo sabía.
Chaos era una extensión infinita y regular que se contraía en todas direcciones. Chaos estaba lleno de vacíos y huecos, de líneas y ángulos, de orden y armonía. Chaos era un cosmos maravilloso y predecible que acataba la lógica y la razón.
Chronos quedó fascinado con Chaos y con las posibilidades que ofrecía. Chronos se acercó a Chaos y lo tocó con su fuerza. Chronos se fundió con Chaos y lo impregnó con su esencia.
Así nació el Espacio Tiempo, la unión inseparable de Chronos y Chaos, el padre y la madre de todo lo que existe.
Chronos y Chaos se complementaban perfectamente. Chronos aportaba orden y estabilidad a Chaos, mientras que Chaos aportaba diversidad y dinamismo a Chronos. Juntos crearon un equilibrio armónico entre el tiempo y el espacio, entre la constancia y el cambio, entre la simplicidad y la complejidad.
Chronos y Chaos se amaban profundamente. Se amaban con una pasión ardiente e inagotable. Se amaban con una ternura dulce e infinita.
De su amor nació algo nuevo. Algo que llenaría el Espacio Tiempo con su presencia y su potencial. Algo que reflejaría la materia en su estado más desordenado y más ordenado al mismo tiempo.
Chronos creó entonces la sustancia de la cual todo se contendría: el Eter.
El Eter era una sustancia sutil e intangible que fluía por todo el Espacio Tiempo como una corriente invisible e inaudible. El Eter era la materia misma, pero no lo sabía.
El Eter era capaz de adoptar cualquier forma y cualquier estado. El Eter podía ser sólido, líquido, gaseoso o plasmático. El Eter podía ser luz, calor, electricidad o magnetismo. El Eter podía ser sonido, color, sabor o aroma.
El Eter era la expresión máxima de la creatividad y la versatilidad de Chronos y Khaos. El Eter era el medio por el cual Chronos y Khaos podían manifestar su amor y su arte.
Pero su amor no estaba completo. Les faltaba algo. Algo que les devolviera el reflejo de su propia imagen. Algo que les hiciera sentir el eco de su propia voz. Algo que les diera el fruto de su propia semilla.
Con su inmenso poder, Chronos y Khaos combinaron sus esencias y crearon un huevo cósmico, una esfera perfecta que contenía toda la energía y la potencia de su unión. El huevo cósmico era el origen de todo lo que sería, el germen de la vida y la existencia. Chronos y Khaos lo colocaron en el centro del vacío y lo protegieron con su amor y su voluntad.
Durante eones, Chronos y Chaos observaron el huevo cósmico con fascinación y curiosidad. Ellos sentían que dentro del huevo había una fuerza latente, una criatura que daría orden a la creación y la expansión del universo. Ellos no sabían qué aspecto tendría ni qué haría, pero confiaban en que sería algo maravilloso y sorprendente.
Un día, sin previo aviso, el huevo cósmico comenzó a temblar y a resquebrajarse. Chronos y Chaos se acercaron al huevo con emoción y nerviosismo. Ellos esperaban ver salir a su hijo, el fruto de su amor y su obra maestra. Sin embargo, lo que vieron los llenó de horror y desesperación.
De las grietas del huevo cósmico brotó una luz cegadora, una explosión de fuego y ruido que los envolvió a ellos y al vacío. El huevo cósmico se había roto, liberando toda su energía en un instante catastrófico. La criatura que debía nacer había muerto antes de ver la luz, consumida por su propio poder.
Chronos y Chaos gritaron de dolor y angustia, sintiendo cómo su sueño se desvanecía ante sus ojos. Ellos intentaron contener la explosión, pero era demasiado tarde. El huevo cósmico se había convertido en el Big Bang, el inicio del universo tal como lo conocemos.
Chronos y Chaos fueron arrastrados por la onda expansiva, separados por la distancia y el tiempo. Ellos no sabían si algún día volverían a encontrarse ni qué había sido de su creación.
Solo había un testigo más de aquel acontecimiento: Eter, la materia primordial que había surgido del vacío junto con Chronos y Chaos. Eter era el hermano menor de los dos creadores, pero también el más débil e insignificante. Él no tenía poder ni voluntad propia, solo se limitaba a existir en forma de partículas elementales.
Eter vio cómo el huevo cósmico se rompía y cómo Chronos y Chaos desaparecían en el caos. Él no sintió nada, ni alegría ni tristeza ni miedo ni esperanza. Él solo observó con indiferencia cómo el universo nacía de la muerte.