Erebo era el señor de la oscuridad, el único que podía ver en la infinita noche que cubría el universo. Su compañera era Nix, la diosa de la oscuridad plácida, que lo amaba con todo su ser.
Pero Erebo no era feliz. A pesar de tener el don de la vista, se sentía solo y aislado. No podía compartir su visión con nadie, ni siquiera con Nix, que lo seguía ciegamente. Erebo anhelaba ver algo más que la oscuridad, algo que le diera sentido a su existencia.
Un día, le confesó su pesar a Nix, que lo escuchó con compasión.
Nix: Erebo, mi amor, no te entristezcas. Tú eres el más poderoso de todos los seres, el que puede ver lo que nadie más puede. Tu visión es un regalo, no una maldición.
Erebo: Nix, mi dulce, no lo entiendes. Mi visión es una carga, no un regalo. No puedo disfrutar de nada, porque todo lo veo igual: negro sobre negro. No hay colores, no hay formas, no hay belleza. Solo hay oscuridad.
Nix: Pero yo estoy contigo, Erebo. Yo soy tu vida en la oscuridad. Yo soy tu belleza.
Erebo: Lo sé, Nix. Y te quiero más que a nada. Me gustaría poder mostrarte lo que yo veo, para que sepas cómo me siento.
Nix: Erebo, no necesito ver para saber cómo te sientes. Te conozco mejor que nadie. Te siento en mi alma.
Erebo: ¿En tu alma? ¿Qué es eso?
Nix: Es lo que nos une, Erebo. Es lo que nos hace uno.
Erebo: ¿Uno? ¿Cómo podemos ser uno?
Nix: Ven, Erebo. Déjame mostrarte.
Nix se acercó a Erebo y lo abrazó con ternura. Luego le besó los labios y le susurró al oído:
Nix: Cierra los ojos, Erebo.
Erebo: Pero si los cierro, no podré verte.
Nix: Confía en mí, Erebo.
Erebo cerró los ojos y sintió una extraña sensación. Era como si su cuerpo se fundiera con el de Nix, como si su mente se conectara con la de ella. Era como si su alma se fusionara con la de ella.
Erebo sintió un éxtasis indescriptible. Era como si viera por primera vez algo más que la oscuridad. Era como si viera el amor.
Nix también sintió una dicha inmensa. Era como si viera por primera vez algo más que la noche. Era como si viera la luz.
Los dos amantes se quedaron abrazados durante un largo tiempo, sin decir nada. Solo se sentían el uno al otro.
Pero lo que no sabían era que su unión había provocado un milagro. O una catástrofe.
Dentro de sus cuerpos se había generado una nueva vida. Una vida que era fruto de su amor, pero también de su contraste. Una vida que era luz y oscuridad al mismo tiempo.
Y esa vida quería salir al mundo.
Al cabo de un tiempo, Erebo empezó a sentir un malestar y un tormento de dolor. Poco a poco de sus ojos empezó a salir luz y empezó su cuerpo a quebrarse.
Erebo: ¡Aaaah! ¡Me duele! ¡Me duele! *gritó*
Nix: ¿Qué te pasa, Erebo? ¿Qué te pasa? -preguntó Nix asustada.
Erebo: ¡No lo sé! ¡No lo sé! ¡Algo me está pasando! ¡Algo me está saliendo!
De repente, una luz cegadora salió del cuerpo de Erebo y se expandió por todo el universo. Era tan intensa que iluminó hasta el último rincón de la oscuridad.
Erebo intentaba ver pero solo podía ver los ojos de este ser que eran negros. Era su hijo. Su hijo que había nacido de la luz.
Nix también intentaba ver pero solo podía ver los ojos de este ser que eran blancos. Era su hijo. Su hijo que había nacido de la oscuridad.
Los dos padres se quedaron atónitos ante la visión de su hijo. Era un ser que no tenía boca ni pelo ni nada distinguible pero hecho de luz pero con ojos de obscuridad. Nix vió que era igual a su padre.
El hijo los miró con curiosidad y les sonrió con una sonrisa que no tenía dientes.
Los dos padres sintieron una mezcla de amor y miedo.
El hijo los miró con expectación y les hizo una pregunta que no tenía voz.
???: ¿Quién soy yo?
Los dos padres se miraron el uno al otro y no supieron qué responder. Erebo y su hijo la luz se reflejaron mutuamente en sus ojos: los ojos de Erebo se iluminaron con el brillo de la vida que había dado a su hijo, y los ojos de la luz se oscurecieron con el misterio de la profundidad que había heredado de su padre.