Nix era una diosa primordial, la personificación de la oscuridad placida. Junto con su esposo Erebo, el dios de la oscuridad, y su hermano Eter, el dios de la luz, habitaba en el Espacio Chaos, el vacío primigenio que precedió a la creación del universo. Nix era una diosa poderosa y temida, capaz de envolver al mundo en su manto de sombras. Sin embargo, también era una diosa solitaria y curiosa, que anhelaba explorar los misterios del cosmos.
Un día, Nix sintió un extraño impulso que la llamaba a alejarse del lugar. Era como si una voz le susurrara al oído, invitándola a descubrir lo que había más allá de su hogar. Nix no sabía qué era esa voz, ni qué quería de ella, pero sintió una irresistible atracción hacia ella. Decidió seguir su instinto y emprender un viaje por el espacio infinito.
Antes de partir, se despidió de Erebo y Eter, sus únicos compañeros en el Chaos. Les explicó que sentía una llamada que no podía ignorar, y que tenía que ir a ver qué había en las profundidades del universo. Erebo y Eter se sorprendieron y preocuparon por la decisión de Nix. Le pidieron que se quedara con ellos, que no se arriesgara a enfrentarse a lo desconocido, que no sabían si volvería a verla. Pero Nix estaba decidida a seguir su destino. Les dijo que los amaba, pero que tenía que hacer esto por sí misma. Les prometió que volvería pronto, y que les traería maravillosas historias de su aventura.
Nix se envolvió en su capa negra y se lanzó al vacío. Al principio, solo vio oscuridad y silencio. Pero pronto empezó a percibir destellos de luz y sonidos lejanos. Eran las estrellas y los planetas, las galaxias y los agujeros negros, las supernovas y los cometas. Nix se maravilló ante la belleza y la diversidad de la creación. Se acercó a algunos de esos cuerpos celestes, y observó sus formas, sus colores, sus movimientos. Algunos eran fríos y solitarios, otros ardientes y tumultuosos. Algunos eran simples y regulares, otros complejos e irregulares. Algunos eran pacíficos y armoniosos, otros violentos y caóticos.
Nix se sintió fascinada por todo lo que veía. Quería saber más sobre esos mundos, sobre sus orígenes, sus secretos, sus habitantes. Quería tocarlos, sentirlos, comprenderlos. Pero también sentía miedo. Miedo de perderse en la inmensidad del espacio. Miedo de encontrarse con algo peligroso o malvado. Miedo de olvidar quién era y de dónde venía.
Nix siguió viajando por el universo, guiada por la voz que la había llamado. La voz se hacía cada vez más clara y más fuerte. Le decía que siguiera adelante, que no se detuviera, que había algo esperándola al final del camino. Nix no sabía qué era ese algo, ni por qué la quería. Pero confiaba en la voz, pensaba que era su destino.
Después de mucho tiempo, Nix llegó a un lugar diferente a todos los demás. Era un lugar donde no había luz ni oscuridad, ni calor ni frío, ni sonido ni silencio. Era un lugar donde solo había equilibrio y estabilidad. Era un lugar donde todo era perfecto.
Nix se sintió atraída por ese lugar. Se acercó lentamente, con cautela y curiosidad. Entonces vio algo que le hizo detenerse en seco. Era una figura humanoide, vestida con una túnica negra misteriosa cubriendo su cara a cuerpo y una mirada penetrante e infinita.
Nix no reconoció al instante a esa figura. Era Chronos, el dios del tiempo. El dios que había creado el universo con su poder. El dios que había ordenado y armonizado todo lo que existía.
Nix se quedó sin aliento. No podía creer lo que veía. ¿Cómo era posible que un ser con el poder que irradiaba aquel sujeto estuviera allí? ¿Cómo podía ser tan poderoso? ¿Qué quería de ella?
Cronos la miró con una mirada penetrante y amable. Le habló con una voz suave y dulce.
Chronos: Hola, Nix. Me alegra verte. Te he estado esperando.
Nix: ¿Qué? ¿Cómo me conoces? ¿Qué haces aquí? *confundida y asustada*
Chronos: Te conozco desde antes de que nacieras. Eres mi hija.
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