Manual de lo prohibido | Chaesoo

↳ Capítulo 8.

—¡Chicas ya vine!

Ambas pegamos un brinco al oír la voz de Jennie y ver el rayo de luz que la puerta abierta introducía a la habitación. Nos separamos tan rápido que no pude ni procesar la información del todo bien. ¿Jennie? ¿Ella qué hacía aquí? ¿Eran ya las ocho de la noche?

—¿Por qué está tan oscuro?—, preguntó y luego las luces me cegaron.

Parpadeé repetidas veces, atolondrada y desconcertada.

—Estábamos viendo una película—, explicó Rosé, quién de repente se encontraba muy lejos, a diferencia de cómo la había tenido antes.

¿Cuándo se alejó tan rápido?

—¿En serio? ¿Cuál?— preguntó Jennie, tratando de ver hacía el televisor y de descifrar a qué filme pertenecían esas escenas.

—Infectados— dijo Rosé.

—Jisoo, yo no sabía que eras masoquista—, bromeó Jennie y sólo entonces, cuando oí mi nombre, aterricé. —Esa película es aterradora—, musitó haciendo un mohín. —¿Por qué la rentaste?

—Porque no sé Inglés, ¿te parece una buena excusa?—, musité medio atontada. Aún no sabía qué había ocurrido y por qué Jennie estaba allí siendo las siete con treinta.

Ella soltó una risotada.

—Jen, amor. ¿Por qué llegaste temprano hoy?—, preguntó Rosé.

—Ah, hoy salí temprano—, fue su turno de encogerse de hombros, luego se acercó al sofá para sentarse a lado de Rosé y besar sus labios. Me giré instantáneamente, de pronto mucho más aterrorizada por esa escena que por la película entera.

Oí el chasquido de sus labios al unirse y quise taparme los oídos o subirle todo el volumen a la TV con tal de que me fuera imposible captar ese tipo de sonidos.

La fierecilla apareció de pronto, atenta, molesta y enfurruñada. Se movía inquieta dentro de mí estómago y me rogaba que me levantara del sofá y me largara.

Miré por la colilla del ojo y pude verlas aún besándose. La fierecilla se removió y comenzó a rasguñarme lastimosamente. Ahora era un sentimiento casi palpable, podía sentirlo con claridad dentro de mí, alguna especie de punzada cerca del corazón que hacía los latidos pesados, moribundos.

Esto no debía de hacerme daño... pero lo hacía.

Me levanté del sofá y quité la película del televisor. Hice ruido cuando el control del DVD se me cayó de la mano al presionar su botón con fuerza excesiva, pero al menos sirvió para que Rosé y Jennie dejaran de pasar microbios y me miraran.

—Perdón—, farfullé.

—¿No vas a terminar de verla?— preguntó Jennie.

—No, recordé que tengo que arreglar mis cosas—, dije mientras ponía con movimientos torpes el DVD de nuevo en su lugar.

—Ay, Jisoo, pero tú nunca arreglas tu habitación—, me acusó.

—No me refiero a eso, Jennie—, la miré. —Lo que quiero decir es que mañana saldré con Seulgi y me llevaré la cámara—, no sabía de dónde había salido la mentira, porque eso era, una mentira; Seulgi y yo no teníamos planes de nada. —Y por cierto, yo sí arreglo mi habitación, aunque no muy seguido.

Jennie ignoró mi último comentario.

—¿Saldrás con Seulgi de nuevo? Vaya, ¿cuántas veces son ya?—, se emocionó y comenzó a especular.

—No las cuento, Jennie—, dije y me reí.

—¿Y a dónde irán? ¿De nuevo a tomar café?

Miré el rostro de Rosé, a un lado del de su novia conjeturante y pude ver en ella ese tipo de gesto que le producía cada vez que hablaba de Seulgi. Aquello me alentó a seguir con la mentira.