↳ Capítulo 32.

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El olor a alcohol me invadió las fosas nasales y casi llegó hasta mi garganta, haciéndome arrugar la nariz y carraspear. Comencé a abrir los ojos poco a poco y divisé una silueta junto a mí.

—Rosé— susurré. Pero la voz que respondió a mi llamado no fue la misma que había escuchado antes.

—¿Ya estás bien, Jisoo?

Me tallé los ojos y luego parpadeé repetidas veces para aclarar mi vista. Eunwoo tenía un algodón en su mano izquierda y la mirada bien puesta en cualquier cambio en mi expresión.

—¿Dónde estoy?— pregunté mirando a mi alrededor, pero al instante hubo otra pregunta más importante y volví a pasar la mirada por el lugar, pero esta vez con desesperación. —¿Dónde está Rosé?

—Tranquilízate, dime que estás mejor— insistió Eunwoo preocupado. —Estás en la parte trasera del salón.

—¡Estoy bien! ¿Dónde está Rosé?— el lugar estaba más oscuro que alumbrado, pero lo suficientemente claro como para examinar cada rincón.

La boca comenzó a temblarme con un "no" inquieto en los labios por temor a que todo hubiese sido sólo una alucinación en mi cabeza.

Tomé a Eunwoo del cuello de su camisa, inclinándome hacía él y percatándome de que estaba recostada sobre un sofá viejo con olor a humedad.

—¿Dónde está Rosé?— casi grité, desesperada, creyendo que me estaba volviendo loca, si es que aún no lo estaba.

El silencio de Eunwoo me hizo pensar lo peor y sentí que el corazón se me encogía acongojado en el pecho.

—Ella está... está hablando con un chico, justo afuera de la habitación— dijo y los ojos se me abrieron como platos.

Mi corazón le ganó al pensamiento en mi cabeza y revivió con estruendosos latidos golpeando contra mis costillas.

Me levanté del sofá, como impulsada de este e ignoré el lacónico mareo que me sucumbió la cabeza. Caminé agitadamente hasta la puerta del lugar y estando entre abierta logré ver lo que mi corazón pedía a gritos volver a sentir.

Reconocería aquella espalda junto a ese cabello totalmente rubio entre millones. No dudé en salir a su encuentro, pero el nombre que pronunció me congeló los pies en el mismo sitio sin músculo movible alguno, trayéndome a la memoria el segundo antes de desmayarme.

—Jaehyun, yo...— tartamudeó un poco, pero volver a oír el sonido de su voz fue como para un ciego volver a ver la luz del sol. —Es que no te entiendo.

—¿Qué es lo que no comprendes, Rosé?— la voz del chico me incitó a fijarme en él. Tenía el cabello negro, era más alto que Rosé, su boca era ancha al igual que su frente, cubierta por su cabello, todo eso junto a su nariz chata lo hacía lucir como un muñeco, pero de alguna marca que ocupara el segundo lugar en ventas, opacado por el primer lugar para no subir nunca a él. —Te lo estoy diciendo de la manera más sencilla que puedo—, continuó. —Terminar fue un error, ¡me afectó tanto cuando me enteré que te habías ido!— dijo, con fingida melancolía, hasta yo pude notarlo.

Así que él era Jaehyun. Cuando recordé lo que Rosé me había contado, casi quise salir a arrancarle los pelos con mis propias manos.

—Jisoo— Eunwoo me llamó, pero no me moví, seguí allí, tras la puerta, escuchando y viendo todo.

—Jaehyun— Rosé tardó un momento en continuar y luego habló despacio. —Cuando estábamos juntos, todo lo que yo te dije era sincero y real. Fuiste la persona que más... quise—, volvió a silenciar y junto a aquella falta de sonido, mi corazón se desplomó.

Manual de lo prohibido | ChaesooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora