↳ Capítulo 34.

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Me decía que ella y yo éramos lo correcto, pero ¿cómo estar segura de ello? ¿Lo correcto era pisotear el ya destrozado corazón de Jennie? ¿Vivir con la culpa comiéndome por dentro? ¿O qué era lo correcto?

Sentía que la cabeza me explotaba.

Tomé un taxi para ir al hotel, pero en realidad le pedí que me llevara al parque central. No tenía ganas de encerrarme en un cuarto sofocándome a mi misma. Tenía que despejar mi cabeza, ordenar mis ideas, es que no había acabado cuando me fui de Londres, el corazón roto de Jennie me seguía persiguiendo, incluso más que Rosé.

Pero, ¿no era lo que quería? ¿Tener a Rosé para mí y que ella me quisiera? Pero, ¿qué tanto me quería?

Bajé del taxi y caminé hasta alguna banca vacía, esto no era como los parques de Londres, pero sí muy parecido. Ubiqué una no muy lejos y al llegar hasta ella me senté, el frío metal me hizo estremecer la piel al contacto.

Me llevé las manos a la cabeza cuando el aire me acarició en un soplo. Podía ver a Rosé en mi futuro, pero Jennie era parte de toda mi vida; allí estaba ese maldito dilema de nuevo, ¿es que nunca iba a terminar? ¿Había una solución acaso?

Sollocé en silencio, ¿qué era lo que yo quería? Quería ser feliz a lado de Rosé y daría mi vida por compartirla con ella, pero el fantasma de Jennie seguía allí y eso no me dejaba avanzar nada. Aunque Jennie ya estaba muy lejos, ¿no? ¿Qué podía perder ahora? Pero, ¿de verdad valía la pena? Quería saber qué tanto me quería Rosé, si me amaba como yo la amaba a ella y si esto valía el riesgo.

Se hizo tarde, entre cavilaciones y dilemas, el silencio pintó su ocaso; supe que era mejor irme ya. Y aunque había pasado el tiempo, no quería pensar en que Rosé quizá esta vez hubiese dejado de perseguirme, ¿y si lo hizo? Ya no podía con tantas dudas, mañana regresaba a Seúl y si Rosé no aparecía de nuevo, entonces no le importaba tanto como decía.

Tomé otro taxi para que me llevara al hotel, siendo ya las ocho treinta de la noche. Rogaba al cielo por una señal, lo que fuera, algo que me indicara que correr el riesgo valía la pena. Algo que me dijera que Jennie estaría bien fuera cual fuera mi decisión.

En ese momento pensé en algo que no me había pasado por la cabeza: Lalisa.

Pero al instante de cavilar su nombre en mi mente, un puñado de preguntas aparecieron como reacción secundaria. ¿Rosé estaría enterada ya de que su hermana estaba enamorada de Jennie? ¿Lisa seguirá enamorada de Jennie? ¿Qué hizo después de que fue tras ella la vez que...? ¿Qué habrá pasado con ellas ahora? Lo último que supe fue lo que Irene me había contado, pero eso no respondía mucho. Nada en realidad.

—Aquí es— le señalé al taxista al ver el hotel. Pagué y luego me bajé del auto.

Había dejado transcurrir varias horas. No sabía qué había sucedido con mi exposición, con Rosé, no sabía nada. Me reí al pensar que las dos veces que había presentado la exposición, había huido sin estar en el final. Pobre Eunwoo, tenía que recompensarlo de alguna manera.

Subí hasta mi habitación, con el plan de llamarlo. Él era mi único informante de todo.

Pasé la tarjeta para abrir la puerta y la calidez de mi habitación me invadió al instante. Sobre la elegante alfombra verde olivo que tapizaba el suelo, había un sobre ancho y rectangular con mi nombre en la cara superior. Cerré la puerta y me agaché para levantarlo, curiosa.

Era delgado y liviano, lo que sea que trajera dentro era sólo cartón o algún papel duro. Lo abrí, más curiosa que antes y cuando saqué su contenido, pude por fin ver qué era.

Había un par de fotografías, sólo dos. El corazón me palpitó con esos latidos tan conocidos y enamorados. En la primera fotografía había una palabra que fue retratada en algún negocio, como los carteles o letreros que se pegaban a las vitrinas o colgaban de la parte superior de la entrada. La segunda fue tomada en algo de algún adorno romántico para San Valentín, y allí estaba mi señal. Juntas decían:

Manual de lo prohibido | ChaesooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora