Treinta y tres

256 26 3
                                    

JAEMIN

—Sigo sin entender por qué estoy pagando por esta mierda, —le digo a Karina, mirando la fiesta de cumpleaños que nos rodea.

—Los treinta son los nuevos veintiuno, —declara. —Lo entenderás cuando llegues dentro de dos años.

El club es ruidoso, palpitante, el lugar perfecto para emborracharse y bailar hasta caer rendidos, y cuando se haga lo suficientemente tarde, Jeno y yo dejaremos la sección VIP y haremos exactamente eso -caer rendidos-, ya que no tenemos partido hasta dentro de dos días.

—Pero eso sigue sin explicar por qué soy yo quien paga.

Karina se gira con su expresión de hermana mayor más condescendiente y me da unas palmaditas en el pecho. —Porque después de estos últimos meses, me lo debes.

—Es cierto—. Le devuelvo la copa. —¿Has visto a mi marido?

—Sí, estaba coqueteando con un tipo del trabajo de Giselle.

Aunque sé que está bromeando, mi pulso se acelera. —Que te jodan. Él nunca lo haría.

—Están asquerosamente enamorados. Pero... gracias por eso.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, después de que mamá y papá... ya sabes...

Frunzo el ceño, no quiero el matrimonio de nuestros padres ni siquiera en la misma frase que el mío. —¿Qué pasa con eso?

—Me has hecho ver que el amor verdadero existe, y he decidido que si tú puedes tenerlo, yo también.

Mi hermana, la mujer alérgica a las relaciones. Me quedo con la boca abierta cuando aparece Jeno.

—¿Qué te pasa? —pregunta.

Señalo a Karina. —Al parecer somos una inspiración. No sé ni qué pensar de eso.

Karina hace señas a alguien para que se acerque. —Sí, y de hecho tenemos algo que contarles.

—¿Qué...?

Giselle se une a su lado, y veo cómo enlazan sus manos.

¿Qué?

¿Karina y Giselle?

—No. No—. Jeno sacude la cabeza. —Declino.

Nuestras hermanas sonrien maniáticamente. —¡Nos casamos!

Mis ojos se abren de par en par. Es imposible que esto ocurra. Son... son como hermanas. Ninguna de las dos ha hecho nunca, nunca...

Jeno se ríe a carcajadas. —Creo que has roto a Nana.

—¿Qué pasa, hermanito? —pregunta Karina, y por fin noto su tono burlón. —¿No te alegras por nosotras?

—Mentira.

Giselle cede. —Okey, estamos bromeando. Aunque nos acostamos.

—Y vamos a comprar una casa juntas.

—Y tendremos los bebés de la otra.

—Y le voy a dar a Giselle mi riñón izquierdo.

Pongo los ojos en blanco. —Son tan graciosas.

—Y tan enamoradas—. Karina se inclina más hacia Giselle. —Tienes razón, esto ha sido divertido.

—Si ya han terminado... —Tomo la mano de Jeno y lo alejo de ellas.

—¿A dónde vamos?

—A bailar.

—Ooh, peligroso. ¿Recuerdas lo que pasó la última vez?

Le devuelvo una sonrisa mientras le arrastro. —Qué atrevido eres al suponer que ese no es mi plan.

—Te estás convirtiendo en Yuck. ¿Voy a tener que pedirle ayuda para esta obsesión por el sexo en público?

Cuando llegamos lo suficientemente lejos en la pista de baile, lo atraigo contra mí. Su duro cuerpo se amolda al mío, como si estuviéramos hechos el uno para el otro.

Y cada día que pasamos juntos hace más difícil creer que no fuimos algo antes.

—Nada de obsesión por el sexo en público, —le digo al oído. —Sólo una obsesión normal y corriente por Jeno.

Jeno se retira y apoya su frente en la mía. Su sonrisa torcida está en su sitio, haciendo cosas raras en lo más profundo de mis entrañas, y aunque nuestro juego de hockey ha visto días mejores y es una fuente constante de molestia, nunca lo he visto tan feliz. Todo está ahí, en sus ojos, en la forma en que me mira, con tanta

felicidad que podría iluminar todo un maldito estadio de hockey.

Mi garganta se atasca de emoción al darme cuenta de que casi me lo hubiera perdido.

Que podríamos haber estado toda la vida totalmente enamorados pero no juntos. Me estremezco incluso imaginando ese futuro.

Gracias a la mierda por ser un idiota.

Gracias por mí descabellada idea y por qué Jeno haya seguido mis planes a regañadientes.

Frunzo el ceño ante ese pensamiento. Fue a regañadientes. Y aunque ninguno de los dos se arrepiente de lo que ha pasado, yo quizá me arrepiento de una cosa.

Acerco mis labios a su oído y pronuncio las dos palabras que debería haber dicho para empezar. —¿Cásate conmigo?

Jeno se echa hacia atrás, obviamente intentando no reírse. —Ah... ¿estás teniendo un episodio? Rápido, ¿qué día es?

Le pellizco el costado. —Hablo en serio, imbécil.

—¿Qué quieres decir? Ya estamos casados. Has estado siguiendo los últimos meses, ¿no?

—Okey, ni siquiera yo soy tan tonto.

—¿Estás seguro? Porque ahora mismo no estás siendo convincente.

Sacudo la cabeza. —No, es que... nunca lo hice. Nunca tuviste la propuesta real adecuada. Estuve divagando sobre que estaba asustado y que te necesitaba para poder casarme con otra persona y yo...— Vuelvo a sacudir la cabeza. Parece que no puedo parar.

A la mierda.

Me arrodillo.

Y casi recibo un golpe de cadera en la cabeza por mis esfuerzos.

Bueno, quizá el centro de la pista de baile no era el lugar más inteligente para esto, pero ahora estoy en ello. Y entonces levanto la vista y encuentro a Jeno mirándome con una expresión que me roba el aliento. Le quito el anillo de titanio que compramos cuando decidimos seguir juntos y se lo sostengo.

—Te mereces poner a un hombre de rodillas, —grito por encima de la música. —Y lo haces conmigo. Todos los días. Eres increíble, y no puedo creer que me hayas elegido a mí, incluso cuando pensabas que eso significaba no elegir nada.

Jeno se acerca y me toma la cara.

—Pero ahora voy a darte todo. Porque eso es lo que haces por mí—. Levanto la mano y agarro su camisa, tirando de ella hacia abajo para no tener que gritar más. —¿Quieres casarte conmigo?

Su cara explota con una sonrisa. —Eres un hombre tonto y romántico. Por supuesto que sí—. Me pone en pie para evitar que nos atropellen y me da un beso que me deja débil. Me aferro a él, sin querer que se aleje demasiado, y cuando se retira y me tiende la mano, tardo un segundo en recordar que aún tengo su anillo.

Se lo coloco y saco el teléfono.

—Otra cosa que nunca pudimos hacer.

—¿Tomar un selfie? Porque tenemos mil.

—La obligada foto de anuncio.

—Bueno, qué raro eres.

Lo atraigo contra mí. —Dice más de ti que de mí.

Entonces levanta la mano y le doy un beso en la mejilla. El flash se dispara y, aún con la foto hecha, no nos separamos.

Juntos es donde estamos destinados a estar.

Abro mi página privada en las redes sociales y subo la foto junto con un pie de foto de tres palabras.

Dijo que sí.

"we can't be friends" ☙ | 𝗻𝗼𝗺𝗶𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora