Capítulo 1

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- ¡Nathalie! Tráeme un café, por favor.

Me sequé el sudor de la frente antes de afirmar con la cabeza hacia el señor Smith, cliente habitual de la cafetería en la que trabajaba en aquel momento. Bueno, era habitual en todos los aspectos:  típico anciano de setenta años cuya rutina era levantarse a las ocho y salir a la calle para sentarse en un banco y discutir con sus "colegas" sobre cualquier partido de fútbol  de equipos de tercera o cuarta división que posiblemente podría hacer que te quedases dormido.
Antes de preparar su café me volví a quitar el sudor, esta vez con un pequeño trapo. Hoy en Londres hacía  frío lo cual era bastante normal y no entendía el por qué estaba sudando. Bueno, en realidad sí que lo sabía. La calefacción estaba a tope y los clientes estaban completamente a gusto. Pero para nosotros, que teníamos que movernos de un lado a otro sin parar, era horrible.

Si yo hubiera sabido que esta sería mi vida hace cinco meses, probablemente hubiera preferido seguir viviendo en España sobreviviendo con el subsidio del paro en el piso de alquiler de mis desordenados primos.

Ojalá me lo hubiera pensado mejor...pero me lancé a la aventura y esas son las consecuencias. Odiaba todo en aquel momento: la universidad, compartir piso, hasta la misma ciudad que todo el mundo definía como hermosa. Pero sobre todo lo que más odiaba era el tener que quedarme los viernes por la noche en la cafetería.

Y por desgracia, era viernes. Pero no una cualquiera, era 24 de diciembre. 
Aunque casi nunca se acercaba nadie a la cafetería por la noche, mi jefa (que normalmente era bastante maja) había decidido que debíamos abrir hasta las doce de la noche los viernes, sábados y domingos. Una estúpida idea según mi criterio: ¿Quién en su sano juicio iría un viernes por la noche a una cafetería escondida en una calle de las afueras de Londres?

Después de irse el último cliente sobre las ocho de la tarde, un poco deprimida de ver que seguramente sería una de los pocas personas del mundo que estaban solas un día como ese, decidí colocar las sillas sobre las mesas para quitármelo de encima. Cuando acabé me fui detrás de la barra y me senté junto a la caja registradora. Inconscientemente, mi cabeza se iba apoyando cada vez más en la mesa. Algo interrumpió que cerrara completamente los ojos.

- No te han enseñado a que no se duerme en las horas de trabajo ¿verdad? -  escuché una voz lejana. Sin  inquietarme demasiado (estaba demasiado cansada para ello), distinguí a un joven en las mesas del fondo. Salí de la barra y me acerqué.

- Tampoco parece que le hayan enseñado a usted a que no se debe sentar encima de las mesas. - le contesté mientras bajaba las sillas de su mesa. El joven de melena lisa, castaña y larga (perfectamente se podría hacer un moño) se rió.

- Esa ha sido buena. - me sonrió. Yo simplemente saqué la libretilla y el bolígrafo del bolsillo del delantal.

-¿Qué le traigo?

- No me hables de usted, sólo tengo 24 años. - dijo ignorando por completo mi pregunta. Rodé los ojos. Definitivamente hoy no era mi día.

-Bueno, como iba diciendo, ¿qué TE traigo?- le pregunté acentuando el te.

- Sólo un café capuccino. Estoy esperando a mi novia es que...quiero pedirle matrimonio hoy... - Abrí los ojos sorprendida, por la ocurrencia del chico y por la confianza de contármelo.

-Es decir, le has pedido que venga SOLA a una cafetería perdida en las afueras de la ciudad a las once de la noche para pedirle matrimonio...qué romántico...- dije obviamente de ironía y antes de ver su reacción me di la vuelta para preparar el café. 

Mientras lo preparaba, se escuchó el chirrido de la puerta. Como esperaba, una chica alta y de buen cuerpo se sentó junto al castaño sin no antes darse un pico. Cuando vi que se encontraban cómodos me acerqué.

- ¿Cómo les puedo ayudar? - pregunte lo más agradable posible.

- Traigame un zumo de naranja. - dijo la chica de ojos claros.
- Y a mí nada. - dijo un poco nervioso su novio.

Asentí y me di la vuelta. Mientras preparaba el zumo de naranja los miraba de reojo con un poco de envidia. Y ahí es cuando empecé a notarme los ojos húmedos. Por suerte para mí, el vaso ya estaba lleno de zumo y pude despejar mi mente. Amablemente les entregué el vaso y me alejé hacia la puerta para tomar un poco el aire. Como esperaba, no había un alma.
Cerré un momento los ojos recordando las navidades de mi infancia con mi familia. ¡Cómo los echaba de menos! ¡Y sólo habían pasado cinco meses! Ojalá pudiera hablar ahora con ellos. .. Pero se me había quedado sin batería el móvil y con las prisas me había dejado el cargador en mi piso. Odiaba ser despistada.

Justo cuando iba a entrar, choqué con algo y al levantarme, vi cómo la novia del chico iba con paso rápido hacia su mini con el rimel caído y llorando.
Me la quedé mirando unos segundos y entré imaginandome lo que habría ocurrido.
Mire hacia las mesas del fondo y efectivamente, el castaño (creo que se iba a quedar con ese mote ) estaba mirando fijamente hacia una de las ventanas , con grandes lagrimones bajo los ojos mientras apretaba con furia la pequeña cajita donde supuse que estaría el famoso anillo. Lo miré con un poco de pena y me acerqué a él.

-  ¿Un pañuelo? - le dije sacando el paquete de clínex. Me miró y afirmó con la cabeza.

- Gracias. - fue lo último que dijo antes de sonarse los mocos. Mientras volvía a la barra miré el reloj. Las doce menos veinte. Mierda. Empecé a recoger todo y no sé de donde saqué la rapidez, pero en diez minutos todo estaba limpio. Dirigí mi vista hacia el chico, que por suerte ya estaba más tranquilo.
Desde lejos (estaba ya harta de estar de un lado a otro)
alcé la voz para decirle que ya iba a cerrar.

- ¡Oh vamos! Estoy pasando una mala noche. Y por lo que veo tú tampoco pareces tener planes. ¿Por qué no nos quedamos aquí y celebramos un poco la navidad? Los dos estamos jodidos. - me molestó bastante el hecho de que supiera que yo estaba más sola que la una, quizá por mi cara de amargada. Lo miré unos segundos pensativa. Luego me senté a su lado. Por lo menos no iba a estar sola. Y vamos, ¿qué iba a perder?

Un café como el de siempre, Nathalie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora