Capítulo 2

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- ¡Oh vamos! Estoy pasando una mala noche. Y por lo que veo tú tampoco pareces tener planes. ¿Por qué no nos quedamos aquí y celebramos un poco la navidad? Los dos estamos jodidos.

Me molestó bastante el hecho de que supiera que yo estaba más sola que la una, quizá por mi cara de amargada. Lo miré unos segundos pensativa. Luego me senté a su lado. Por lo menos no iba a estar sola. Y vamos, ¿qué iba a perder?

Pues perdí algo que esa noche realmente me hacía falta. El autobús. Tras aquel largo día había olvidado que en festivos, los autobuses estaban fuera de servicio después de las doce de la noche. Total, que me encontraba sentada en la parada, que estaba justo enfrente del café, buscando alguna solución. Cuando ya estaba por decidir quedarme allí hasta la mañana (buena suerte la mía) apareció un coche que se me hacía conocido.
Era el castaño otra vez. Salió del coche, pero pareció no verme. Empezó a mirar por las ventanas de la cafetería seguramente en busca de algo.

-¿Has perdido algo o es que quieres robar y buscas la manera de entrar? Porque entonces la has cagado. - Exclamé bromeando.

Él se dio la vuelta hacia mí.

- Menos mal que estás todavía aquí...Creo que me dejé una chaqueta colgada en el perchero.
-¿Pretendes que abra ahora el café por una maldita chaqueta?- dije de mala gana.

Me miró fijamente unos segundos sin decir nada.

- ¿Cómo es que estás ahí sentada a las dos de la madrugada? - rodé los ojos harta de que pasara completamente de lo que yo le decía.

-Quizá porque alguien me obligó a quedarme más tarde y así a perder el autobús.

Siguió mirándome. Silencio. Después de unos segundos se acercó a la parada.

- Tengo una idea. Me dejas sacar la chaqueta y yo te llevo a casa. -Lo observé allí sentada. No lo conocía de casi nada, ¿y si era un violador? Me reí en mi mente de mi propio comentario mientras obsevaba al castaño, que no era muy alto y tenía pinta de ser bastante delgaducho. El chico, que vio que desconfiaba un poco de él me ofreció su mano.

-Está bien. - dije aceptándola antes de abrir por última vez la puerta del café. Tan pronto como cogió la chaqueta, cerré y lo seguí hasta su coche.

Me senté en el asiento copiloto y esperé a que él entrara. Después ambos estábamos en silencio y sólo se escuchaban el ruido del motor y mis indicaciones sobre dónde tenía que llevarme.

- Por cierto, ni siquiera sé tu nombre. - me preguntó después de unos diez minutos de viaje.

- Natalia, pero todo el mundo me llama Nathalie para que sea menos complicado.

-Yo soy Alexander, aunque normalmente me llaman Alex. - lo miré un segundo y afirmé con la cabeza. Luego dirigí mi mirada hacia la ventana un poco incómoda. Después de todo, ¡era casi un desconocido!

Un cuarto de hora más tarde, llegamos. Antes de salir del coche, le di las gracias ya que estaba realmente agradecida de que me hubiera podido llevar.

-Adiós Nathalie. -se despidió y luego desapareció en la oscuridad. Mientras subía las escaleras a la primera planta donde se encontraba el piso, reflexioné un poco sobre el día que había pasado. Después de todo, no había estado tan mal. Tan pronto como llegué a mi habitación me quedé dormida.

Un mes pasó rápido, y de ese Alex no volví a escuchar más. Todo seguía igual de aburrido que antes.

Llegó la primavera. Y pronto el verano. Ya nos encontrábamos en el último día de clase y por suerte, los exámenes habían terminado semanas antes. Ansiosa, esperaba en secretaría tras una larga cola de alumnos, que buscaban lo mismo. Unos salían sonrientes llamando corriendo a sus familias para avisar de sus buenas notas. Otros maldecían en voz baja tras seguramente ver que no tendrían un verano tranquilo.

Un café como el de siempre, Nathalie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora