Capítulo 4

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No fue aquel beso lo que me dejó sin dormir toda aquella noche. Aunque sabía que había sido el mejor beso de toda mi vida, lo que me dejaron sin aliento fueron sus anteriores palabras: ¿Por qué decía que lo había salvado del infierno? ¿A qué se había referido?

Tras el beso, Alex se había sin despedirse, dejándome aturdida y confusa. Tenía la sensación de que se había arrepentido del beso, pero no. Cuando estaba ya en la puerta, me fijé en que se había parado unos segundos como si quisiera contarme algo, e intuí al verlo irse, que de lo que se arrepentía era de sus palabras.

Ideas macabras se me metían en la cabeza, como que debía haber sido un drogadicto, alcohólico, o un preso recién salido de la cárcel. Pero ninguna cuadraba con su perfil ni parecía tener secuelas de algo parecido.

Durante aquella semana, intenté dar lo mejor en la universidad y en el trabajo, aunque de vez en cuando mi mente flotaba por los aires y pensaba en Alex. Incluso Myriam, que normalmente estaba absorta en su nube se dio cuenta de que estaba rara.

La semana se pasó lentísima y el domingo por la noche no pude ni siquiera descansar una hora. Alex se había metido demasiado dentro de mi piel y aunque sabía que eso sólo iba a ir a peor, la misma curiosidad me dejaba ciega y no me daba cuenta de que esto iba a llevarme a algo malo.

Al día siguiente después de la universidad, fui a trabajar como siempre y  sonreí al verlo apoyado en la puerta. Me la devolvió, aunque extrañamente hizo una mueca de dolor. Llevaba su mono de trabajo puesto, aunque esta vez limpio y al acercarme a él no olía a caca de bebé, sino a colonia fuerte, pero a la vez agradable. A su vez, llevaba gafas de sol, lo cual no pegaba con aquel ordinario día en Londres. Abrí la cafetería y se sentó como siempre en la última mesa.  Ese había sido su sitio desde la primera vez que vino.

Empecé a despachar al señor Smith primero, como todas las mañanas. Podía notar cómo Alex me seguía con la mirada, pero al acercarme a su mesa, la desvió, o eso quise pensar porque no podía ver sus ojos tras los cristales de sus gafas, que extrañamente todavía tenía puestas.

No me dejó ni saludarle.

- Nath, un café como el de siempre. - dijo con un tono de voz cortante y frío, y luego cogió su móvil y empezó a teclear algo.

- Oye, ¿qué te pasa? - le pregunté un poco molesta, aunque con un tono más suave al que había utilizado él y poniendo los brazos en jarras.

- Nada que te interese. - me contestó cortante. Intenté ver algo en sus gestos que me dijera que lo que estaba diciendo en realidad era mentira. Pero no. Su cara parecía impasible y sin sentimientos. Antes de cabrearme, me di la vuelta para hacer los cafés.

Después de eso pensé en que si volvía a hablar con él, a lo mejor veía que podía confiar en mí. Pero en unos minutos, llegaron más clientes  no tuve tiempo ni de sentarme unos minutos. De vez en cuando, intentaba buscar su mirada, pero ésta estaba fija en su móvil. 

Unas horas después, él seguía allí sentado sorbiendo cortos tragos del café, serio como nunca lo había visto antes. Ya sólo quedaban unas chicas adolescentes sentadas en la primera mesa, pero para mi desgracia, en cuanto se tomaron sus chocolates, se despidieron simpáticamente de mí y se fueron.

- ¡Nathalie! - me llamó desde el fondo. En cuánto lo escuché corrí a su mesa con la esperanza de que se iba a disculpar. Pero no.

- Tráeme otro café. - fue lo único que salió de su boca. Cerré los puños intentando controlarme, pero fue en vano.

- Podrás engañar a otras personas con esta actitud, pero a mí no, ¿sabes? Así que no me tomes por idiota y dime qué diablos te pasa. - dije alzando la voz cada vez más alto.  Por fin pareció levantar la vista, pero se quedó callado y podía notar que estaba un tanto cabreado.

- Sólo quiero saber por qué estás así conmigo ...- susurré viendo que no iba a contestar, y me di la vuelta.

- ¿Por qué te importa mi mierda de vida? - gritó. Giré la cabeza hacia él y me tapé la boca impactada. Su mirada iba hacia las gafas que se acababa de quitar, pero la mía no podía parar de observar su ojo derecho hinchado y rodeado de moratones. Alex también parecía estar sorprendido de haberse quitado las gafas, por lo que deduje que lo había hecho inconscientemente.

- Me tengo que ir a trabajar.- se despidió y se levantó sin más.  Me acerqué a él corriendo, pero cuando quise estar a su lado, presencié que había desaparecido por la puerta. Cuando salí hacia el exterior temblando de frío, ya era demasiado tarde. Su coche era sólo una luz a lo lejos de la carretera.

Me senté abatida en el suelo, aún sabiendo que hacía un frío terrible y yo sólo llevaba una blusa de manga larga y una falda que llegaba hasta un poco antes de mis rodillas, ahora temblorosas. Me quedé allí pensando unos minutos, pero el frío me había empezado a  bloquear la mente y decidí entrar y cerrar el café.

Pero justo cuando estaba cerrando la puerta, algo me sorprendió desde fuera y decidí volver a entrar. Alex se había dejado otra vez la chaqueta, esta vez encima de su silla. En cuanto la cogí, rebusqué en sus bolsillos desesperada por encontrar alguna información sobre él. Y en efecto. En el bosillo derecho tenía una dirección. Y no una cualquiera. La dirección y la hora de un clínica de psiquiatría.






Un café como el de siempre, Nathalie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora