Primera Parte

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Todas las noches iba a la playa y me sentaba en la orilla

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Todas las noches iba a la playa y me sentaba en la orilla. Aquella noche fue distinta, fue una que no olvidaré jamás. Había una lluvia de estrellas, sus destellos no eran del amarillo brillante como acostumbra a verse, sino que eran de un color rojo oscuro. Pero semejantes vistas no pudieron evitar que mis lágrimas comenzaran a salir, ya que, siempre iba a la orilla a llorar y desahogarme. No me quedaba nada en la vida, lo había perdido todo... mis padres... mis hermanos... estaba solo... sin dinero... sin hogar... A pesar de mi gran tormento y dolor, en la orilla reinaba la paz, sin ruidos, sin estrés, solo el sonido del mar y el de mis sollozas respiraciones. Me gustaba ir a calmarme allí, pero como dije antes, esa noche no podría olvidarla jamás, pues al levantar la vista al cielo pude ver como una de las estrellas rojizas se aproximaba hacia mí... «Este es mi fin... al fin podré reunirme con mi familia», pensé... pero no sería así. La roca se desintegró al entrar en contacto con la atmósfera y una roca del tamaño de un vehículo impactó junto a la orilla donde me encontraba. La onda expansiva me tiró de espaldas y generó una gran ola que me dejó empapado. Cuando cesó el caos generado, una tenue luz violeta comenzó a brillar bajo el agua y una silueta comenzó a salir de la orilla. Era... ¡Era una mujer! O al menos, eso parecía. Caminaba con dificultad, tenía los ojos cerrados y se aproximaba a mí. Tenía la piel muy fina, era totalmente albina, su pelo portaba una mezcla de colores, como si de un atardecer se tratase, tenía unas vestiduras muy extrañas y poseía una pulsera que no parecía de este mundo. No podía moverme, el shock me lo impedía, a pesar de que mi corazón latía muy fuerte al verla, no podía diferenciar entre miedo o amor a primera vista. Paró frente a mí, se agachó, extendió su mano y abrió los ojos, estos eran unos ojos que jamás había visto, como los de un gato, pero estos eran del mismo color que la lluvia de estrellas que había en el cielo.

—¿Puedes levantarte? —dijo con un tono muy entrañable—.

—S... Sí... Claro... —dije balbuciendo mientras me levantaba torpemente—.

—No he podido evitar verte, así que he venido a ayudarte... Te voy a conceder tres deseos...

Continuará...

Los Deseos de la OrillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora