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—¿Me vas a responder o tengo que adivinarlo con una manera dolorosa para ti?

Pestañeé tontamente.

—No, no. Yo prefiero el amor y no la guerra —sonreí y agité la manita—. ¡Buenas noches!

Intenté caminar e irme, pero Easton agarró mis hombros y volvió a ponerme contra la pared.

—Supongo que será por las malas —murmuró él.

—¿Qué tal en otro momento? —le pregunté, forzando la voz varonil más ronca que nunca—. Debo ir a pasear a un ruiseñor. —Palmeé su hombro en confianza.

Nuevamente traté de rodearlo, pero me interceptó esta vez con más brusquedad.

—¡Dime ya mismo qué coño haces aquí o te romperé la maldita cara! —me exigió de manera abrupta.

Reprimí un chillido y solo cerré los ojos, creyendo que me golpearía. En cuanto los abrí, contemplé su expresión ruda, sus rasgos tensos y un destello de furia en sus irises.

—Eres un bruto —le dije. Mi nota tan finita y afeminada que hasta él frunció el ceño, entonces tuve que agregar con la voz varonil y tosca—: Digo, un imbécil, un total imbécil.

Me atreví a darle un golpecito en el hombro, cosa que lo desconcertó más. Le echó un vistazo donde lo había golpeado antes de mirarme a mí con toda la incredulidad.

Aparté la mirada, ya que estaba demasiado avergonzada por el papel de idiota que hacía Harry.

Y una idea se pasó por mi mente.

Fue como si una lámpara se encendiera por encima de mi cabeza.

De repente miré por encima de su hombro y abrí dramáticamente mi boca, fingiendo sorpresa.

—¡¿Ese no es el perrito que descubre misterios?! —inquirí, y apenas él giró la cabeza para ver de qué demonios estaba hablando pateé sus pelotas y salí disparada de ahí.

—¡Maldito hijo de puta! —lo oí espetar.

No me detuve. Por tanta desesperación y oscuridad en el pasillo chocaba con las paredes cada que debía girar al próximo corrector. Mi corazón bombeaba contra mis oídos.

Lo sentía correteándome hecho cólera detrás de mí.

Si paras te hará puré, me repetía en mi mente.

Por un instante me desorienté, pero la sutil luz de la cafetería ayudó a que corriera hasta ahí. Fui muy rápida para atravesar la lonchería, luego correr a la habitación y terminar frente a la puerta del cuarto. Ni siquiera me detuve para asegurarme si me estaba siguiendo o no. Solo entré y di un portazo.

Pegué mi espalda a la puerta. Mi pecho subía y bajaba salvajemente.

La luz se encendió de la nada y yo chillé del susto. Cerré la boca al ver a un Edwin adormilado, en bóxer, con el cabello todo alborotado, de pie junto a la puerta del baño, sin camisa y tallando su ojo derecho. Parecía recién despierto.

—¿Harry? —dijo Edwin con la voz muy ronca—. ¿Qué haces?

—P-pues... —balbuceé—. Nada, solo me encontré a Easton y me asusté tantito.

Tantito, claro...

Todavía tenía el pulso acelerado.

Edwin se acercó a mí.

—¿Ha pasado algo como para que estés así de asustado? —preguntó.

Ay, pues, ¿cómo le explico que por mi estúpida curiosidad seguí a unos hombres y en ese momento Easton me atrapó? Además de que podría verse sospechoso, quizás se burlaría de mí o me golpearía como solía hacer con Steve y Zack cuando hacían alguna tontería.

Los Chicos del Winchester College (PRIMER LIBRO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora