Recorrió el último trecho que separaba su casa de la
banqueta ubicada en la plaza de aquel pintoresco pueblo de los páramos andinos. Comenzaba la tarde y hacía
mucho frio, se sentó y se acomodó la gruesa chaqueta; descansó un rato antes de reiniciar la lectura. Así era su
rutina diaria, excepto los domingos; pero ese día mientras descansaba cerró los ojos y comenzó a concentrarse,
abstrayéndose del movimiento de las personas a su alrededor y obviando el ruido exterior. Así vino a su
memoria un recuento de su vida: había nacido a orillas de
un caudaloso río, en un caserío de pescadores donde su infancia transcurrió felizmente jugando, nadando y correteando en el ambiente sano selvático. Sus padres,
indígenas de la etnia baniva, eran muy pobres. Con esfuerzo
lo enviaron a la escuela local, luego lo internaron en el colegio salesiano, donde comenzó a demostrar aptitudes
para el estudio y la lectura, sobresaliendo así entre sus
condiscípulos. Se graduó con honores y continuó sus estudios en el primer liceo que habían fundado en la ciudad
capital. Allí también se destacó por su aplicación y la afición a la lectura, pero se graduó en la rama de ciencias,
con las máximas notas. Era difícil en aquellos tiempos continuar sus estudios en la Universidad, sin embargo, con una pequeña beca que le otorgó el gobierno local y, con el
apoyo de sus padres, Severiano fue a estudiar en la Universidad Central de Caracas, hospedándose en una
pensión de bajo costo. Realizó sus estudios universitarios haciendo muchos esfuerzos para rendir el dinero de la beca y lo poco que le enviaban su padre que apenas alcanzaba para pagar la pensión y el lavado de la ropa; para
complementar su manutención trabajó como eventual.
─Fueron tiempos difíciles, pero inolvidablemente gratos. ─ Murmuró.
Finalmente se graduó suma cum laudede ingeniero agrónomo. No hubo celebración ni fiesta, no tenía con qué.
Regresó a la capital de su Estado y fue nombrado director de política por el gobernador. ¿Por qué no le dieron la
dirección de Agricultura y Cría? decían muchos y obtenían como respuesta que así eran las cosas allí. Entonces, con su primer sueldo pudo celebrar su fiesta de graduación. Reunió a sus condiscípulos, los que no pudieron estudiar por haber logrado las mismas condiciones económicas que él o por haber aguantado, pues algunos habían regresado sin cumplir su propósito. Recordaban viejos tiempos y tomaban. Tomaban en exceso y cuando Severiano se embriagó, sus compañeros limpiaron la mesa con el libro que siempre cargaba consigo, luego lo abandonaron durmiendo en la mesa del bar mientras ellos, carcomidos
por la envidia, se burlaban diciendo: Míralo allí, y que ingeniero, director, ¡Mírenlo allí! lo que es un simple
borrachito, como nosotros. Esta situación, aunque sólo ocurrió un par de veces, creó un malestar en el círculo gobernante y, la mala fama que obtuvo Severiano, lo condujo a renunciar luego de un año en el cargo.
Se mantuvo por un tiempo dando clases en liceo local hasta que se le presentó la oportunidad de irse a Europa con una beca del programa Gran Mariscal de Ayacucho.
Después de obtener el título de posgrado se dedicó pasear por el viejo continente y finalmente se radicó en Paris, dedicándose a dolce vita, como lo hacían los principales intelectuales del siglo XIX.
─¡Ah, que buenos tiempos aquellos! ─se le oyó balbucear al sonriente viejo.
En esos tiempos dejó de leer y comenzó a escribir poemas. Con esos poemas logró conquistar a una viuda un poco mayor que él y con dos hijas. Así pudo solventar su desastrosa situación económica, pues la viuda había heredado una considerable fortuna.
─¡Ah, qué bella era... en aquellos tiempos! ─suspiró sonriente.
Regresó a su tierra natal, donde fue recibido con algarabía. Le ofrecieron cargos que rechazó, sus amigos se
disculparon arrepentidos y él los perdonó pero no los buscó más, sintió que había volado alto y aquellos ni siquiera levantaban vuelo. Las mujeres lo admiraban y lo acosaban,
pero él aparentaba estar muy enamorado de su adinerada esposa francesa, aunque sonrió pícaramente al recordar algunos de sus viejos amores.
Consiguió un par de contratos para ejecutar obras y reunió mucho dinero. Viendo que su popularidad crecía cada día, e inducido por sus amigos, Severiano tomó la decisión de lanzar su candidatura para alcalde. Realizó una campaña efectiva y convincente, pero no alcanzó el triunfo sobre el político tradicional. Pasada la euforia del regreso y de la campaña electoral, decepcionado por la derrota y dilapidados todos sus recursos, sintió que el calor lo sofocaba, pues le había gustado el frío europeo; el aire acondicionado lo enfermaba y su esposa no se aclimataba, ella no se acostumbraba a vivir en un pueblo caluroso, lleno
de polvo producido por la construcción de calles y edificios
en febril actividad. Decidieron radicarse en los Andes venezolanos. Con el aporte económico de su esposa, Severiano y las dos hijas
instalaron un restaurante con especialidad de comida
francesa. Tuvieron mucho éxito y llevaron una vida bucólica y apacible.Transcurrieron muchos años y la familia creció con el advenimiento de otros tres hijos.
Severiano se hizo famoso por sus preparaciones de remedios a base de plantas medicinales y por supuesto,
seguía leyendo mucho. Muchas veces se quedaba dormido
con el libro en sus manos. Cuando sus hijos ya mayores todos y casados se fueron, ellos quedaron sólo en compañía de la segunda hija, que había permanecido soltera. La gente
del pueblo de los páramos andinos los apreciaba mucho y él acostumbraba ir a la plaza todas las tardes a conversar con sus amigos.
Murió su esposa, y fue sepultada en medio de las condolencias de sus familiares y amigos, que eran todos los del pueblo. Después, en su viudez, el hombre ya muy viejo se hizo hermético e irascible y sólo quería leer. Iba a la plaza y se sentaba a leer en medio del paso de la gente, los
gritos de los niños, las conversaciones en voz alta.
Severiano se ensimismaba y se concentraba en la lectura. Llegó el momento en que sus antiguos tertulianos pasaban frente a él sin ni siquiera saludarlo para no molestarlo. Y él permanecía por varias horas allí en las mañanas y en las tardes, absorto, a tal punto que algunos turistas despistados se tomaban fotos a su lado creyendo que era la estatua de algún personaje famoso.
Un día no llegó a la ahora acostumbrada a su casa. Su hija adoptiva había salido esa noche por primera vez en su vida y al amanecer se dio cuenta de que su padre no estaba en casa. Muy preocupada fue a buscarlo a la plaza. Se abrió paso entre el grupo de curiosos y lo vio sentado con el libro en la mano. Esa visión la calmóun poco. Al acercarse lo llamó sin recibir contesta. Llegó hasta él, le tanteó el hombro y el anciano cayó rígido, congelado. Estaba muerto.
La hija tuvo que hacer fuerza para quitarle el libro de su entumecida mano, tanto así que la página en la que estaba abierto se desprendió, voló con el viento hasta caer en manos de un transeúnte que, por curiosidad, leyó un poema de Herman Hesse:El caminante a la muerte
También por mí vendrás en su
momento,
no me olvidarás,
yal final habrá el tormento
y la cadena romperás.
Extraña y remota pareces todavía,
querida hermana Muerte,
permaneces como una estrella fría
sobre mi triste suerte.
Pero un día te acercarás a mí,
toda fuego, ese día.
¡Ven, tómame, estoy aquí,
soy tuyo, amada mía!
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Holaaaaa aquí les traigo otros de mis cuentos, disfrútenlo 🤗🤗🤗
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Cuentos de riberas
Fiction généraleDoce cuentos cortos sobre temas referidos a la vida de los habitantes de la selva orinoquense, al paisaje natural y sus peligrosas andanzas.